Opus Dei 07 de enero de 2023
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Comentario del Domingo del Bautismo del
Señor (Ciclo A).
Evangelio
(Mt 3,13-17)
Entonces
vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. Pero éste se
resistía diciendo:
— Soy
yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?
Jesús
le respondió:
—
Déjame ahora, así es como debemos cumplir nosotros toda justicia.
Entonces
Juan se lo permitió. Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del
agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que
descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo:
— Éste
es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido.
Comentario
Juan
predicaba un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados. Muchos
acudían a él para escuchar sus palabras y realizar ese signo penitencial,
dispuestos a recomenzar una nueva vida, tras ese rito de purificación. Jesús
acude entre la gente, como uno más. Pero ¿es posible que Jesús haga esto? ¡si
no tiene pecados de los que desprenderse! Hay algo en esta acción de Jesús que
el Bautista -como nosotros- no entiende bien, por eso le pregunta
desconcertado: “Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?”
(Mt 3, 14). A lo que Jesús responde: “Déjame ahora, así es como debemos cumplir
nosotros toda justicia” (Mt 3, 15). En el contexto cultural del judaísmo de
aquel tiempo se considera que la “justicia” consiste en el cumplimiento fiel de
la Torah, en cuanto aceptación plena de la voluntad divina. Jesús recibe el
bautismo de Juan como manifestación de su acatamiento incondicional de la
voluntad divina. El sentido profundo de lo que ahora comienza a vislumbrarse se
manifestará sólo al final de la vida terrena de Cristo, es decir, en su muerte
y resurrección.
Acudiendo
a recibir este bautismo, Jesús comienza a manifestarse como aquel que cumple
los planes salvadores de Dios para llevar a su pueblo a la patria prometida del
Cielo. En efecto, Jesús da comienzo a su vida pública al salir de las aguas del
río Jordán. Moisés había muerto, tras contemplar la tierra prometida desde el
monte Nebo, justo antes de cruzar precisamente este río en el que Jesús se
bautizó. Ahora Jesús comienza su predicación a partir de la orilla del Jordán,
que es el sitio donde la vida de Moisés había terminado. Es Jesús quien
verdaderamente lleva a plenitud lo que Moisés empezó.
De otra
parte, las palabras que se escuchan indican con bastante claridad que comienza
a cumplirse todo lo que se había anunciado de parte de Dios. La frase “éste es
mi Hijo, el amado” (v. 17), pronunciada por una voz desde los cielos, es un eco
de aquella en la que Dios se dirige a Abrahán para pedirle que le sacrifique a
su hijo Isaac: toma a “tu hijo, el amado” (Gn 22,2). Este modo de referirse a
Jesús pone en paralelo la dramática escena del Génesis, en la que Abrahán está
dispuesto a sacrificar a Isaac que lo acompaña sin resistencia, con el drama
que se consumó en el Calvario, donde Dios Padre ofreció a su Hijo en
sacrificio, aceptado voluntariamente para la redención del género humano.
Además,
el añadido “en quien me he complacido” (v.17) rememora el inicio de los Cantos
del Siervo del Señor en el libro de Isaías: “Mira a mi siervo, a quien
sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma” (Is 42,1). Precisamente en
el cuarto de estos cantos es donde se dibuja con claridad todo lo que ese
Siervo del Señor habrá de padecer para redimir al género humano: “él tomó sobre
sí nuestras enfermedades, cargó con nuestros dolores, y nosotros lo tuvimos por
castigado, herido de Dios y humillado. Pero él fue traspasado por nuestras
iniquidades, molido por nuestros pecados. El castigo, precio de nuestra paz,
cayó sobre él, y por sus llagas hemos sido curados” (Is 53,4-5).
Ahora,
enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, “el Espíritu que Jesús posee en
plenitud desde su concepción viene a ‘posarse’ sobre él. De él manará este
Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, ‘se abrieron los cielos’ (v.
16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el
descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación”[1]. Desde este
momento la acción creadora, redentora y santificadora de la santísima Trinidad
será cada vez más manifiesta en la vida de Jesús, en su enseñanza, en sus
milagros, en su pasión, muerte y resurrección.
[1] Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 536.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2023-01-08/
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