María Inés Carabajal, Fany Ramos Quispe y Kim Portmess 13 de febrero de 2023
¡La
COP27 llegó y se fue! Y al comenzar el 2023, con todas las mejores intenciones
y resoluciones, nos preguntamos: ¿quién apoyará y hará operativos los acuerdos
alcanzados?
Uno de
los principales resultados de la Conferencia de las Partes (COP27), de la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Cmnucc), fue
la creación de un fondo específico para pérdidas y daños, a fin de apoyar a los
países más vulnerables al cambio climático. Esta es una demanda
histórica de los países del sur global, particularmente las pequeñas
naciones insulares y los países menos desarrollados, que están sufriendo los
efectos de los fenómenos meteorológicos extremos y otros desastres climáticos.
De hecho, la creación del fondo de pérdidas y daños es fundamental con miras a
complementar el esfuerzo en cuanto a mitigación y adaptación que ya se está
dando.
Después de treinta años de discusiones y negociaciones sobre el cambio climático, nuestros líderes políticos a escala mundial no han enfrentado el problema de manera efectiva, tampoco han proporcionado alternativas globales para la acción climática ni guiado el cambio para un futuro más justo, inclusivo y sostenible.
Muchas
personas de todo el mundo, esto es, activistas,
ambientalistas, científicos y ciudadanos, desconfían de los resultados de las
reuniones mundiales, como la COP27, lo que debilita su legitimidad. Sin
embargo, han surgido simultáneamente muchos espacios nuevos para una
participación comprometida y más amplia, que tratan de llenar el vacío entre la
ciencia, la política y la sociedad.
¿Cuáles
son los principales resultados a los que han llegado los actuales dirigentes en
la COP27?
El
fondo para pérdidas y daños es uno de los principales logros de la COP27. Sin
embargo, este es solo el comienzo de una conversación que
marcará la agenda de los próximos años. ¿Qué países deberían proporcionar
financiamiento? ¿Cómo se distribuirán los fondos? ¿Qué pasa cuando desaparecen
las formas tradicionales de habitar el planeta, y las prácticas culturales se
transforman a causa del cambio climático?… ¿Se pueden compensar con dinero?
¿Cómo medimos los pagos y las compensaciones, debido a la destrucción del
planeta?
La
conversación continúa con otros resultados importantes
para las Américas. El Plan de implementación de Sharm el Sheij destaca que una
transformación global hacia una economía de poco carbono necesitará al menos de
entre 4 y 6 billones de dólares al año. No obstante, la meta de los países
desarrollados de mover 100 mil millones de dólares al año, para el 2020, no se
ha cumplido.
En
2023, los países presentarán planes climáticos más sólidos y ambiciosos a la
Secretaría de la Cmnucc. Estos serán analizados para ver qué tan cerca estamos
de mantener la meta de 1,5 °C. Además, se decidió establecer un programa de
trabajo sobre la transición justa.
La
magnitud de la crisis climática representa otros retos en cascada que deben
afrontarse en un futuro cercano, pero que si se trabaja adecuadamente, podrían
ser la clave para construir un mundo más justo, democrático y equitativo:
mejorar la participación, amplificar la voz de los jóvenes, generar confianza
entre países, y potenciar el liderazgo en todos los niveles con la intención de
hacer frente a nuestros complejos retos comunes.
Construyendo
esperanza para afrontar la crisis climática: otro significado del liderazgo
desde el continente americano
Durante
las últimas tres décadas, dirigentes nacionales y mundiales vienen discutiendo
las repercusiones de la actividad humana en el planeta y los efectos negativos
que la modernidad y el desarrollo ejercen sobre el clima, la naturaleza y la
biodiversidad, lo que se ha dado a llamar el Antropoceno. Esta
es una época en la que los humanos están encabezando cambios a escala global
como una fuerza geológica. El síntoma prominente del Antropoceno es
la crisis climática, debido al aumento de las emisiones de gases de efecto
invernadero (GEI) y a un liderazgo humano caracterizado por apostar por y defender
un crecimiento económico sin fin, que se basa en la dominación, el crecimiento
y la explotación, y comprende, a su vez, siglos de esclavitud.
La
ciencia ha sido clara durante muchos años sobre la necesidad de reducir
notoriamente las emisiones, a fin de cumplir con los objetivos internacionales
y descarbonizar las actividades humanas. El tiempo se acaba, y en este
contexto crítico cada acción (e inacción) cuenta. Todavía hay una gran brecha
para vincular a la ciencia con la política y con la acción social, y no
existe una fórmula mágica para resolver los complejos problemas que padecemos,
incluyendo a la emergencia climática. Entonces, ¿cómo podemos (re)construir una
nueva arquitectura científico-política y (re)activar la imaginación para pensar
en caminos alternativos, a fin de hacerle frente activamente a nuestros
problemas? La crisis climática también es una crisis de liderazgo e imaginación
para construir consensos.
Paradójicamente,
al mismo tiempo que se llevó a cabo la COP27, 30 científicos de carrera de
temprana y profesionales de diferentes disciplinas, participantes, a su
vez, del programa de Ciencia, Tecnología y Políticas (IAI-STeP) de 14 países de todo el
continente americano, se reunieron en Uruguay con el objeto de abordar uno de
los desafíos más apremiantes que está relacionado con la crisis
climática: cómo vincular efectivamente el conocimiento
científico-técnico y las dimensiones sociales, políticas y éticas con miras a
apoyar una política ambiental inclusiva y orientada hacia la acción.
Las(os)
profesionales del programa IAI-STeP tenemos como objetivo trabajar con el
propósito de construir un tipo de liderazgo más eficiente que cada persona
pueda ejemplificar; una dirigencia pluralista, ética, colectiva, inclusiva y
horizontal, más adecuada, asimismo, para abordar los retos del siglo XXI. Esta
dirigencia debería poder facilitar la participación efectiva de todos los
actores de la sociedad en la coproducción de conocimientos y soluciones, y en
la amplificación de las voces de los que ya están sufriendo los impactos del
cambio climático. Traer a la mesa una rica diversidad de conocimientos y
experiencias requiere de empatía, vulnerabilidad y capacidad de escucha,
habilidades necesarias para reimaginar conjuntamente opciones de desarrollo,
construir resiliencia y, quizás, consensos, en la búsqueda de soluciones a la
crisis del clima.
La
COP27, al igual que las conferencias anteriores, dejó muchos asuntos e
inquietudes sin resolver, como las finanzas, las responsabilidades, las
relaciones de poder y la transparencia, que vuelven a ser los aspectos
pendientes.
Estos
puntos son parte de los problemas estructurales que evolucionaron junto a la
colonización, la exclusión y la explotación; procesos históricos encabezados
por grandes grupos de poder. Por eso, el principio de «responsabilidades
comunes pero diferenciadas (CBDR, por sus siglas en inglés)» fue incluido en la
Cmnucc. Sin embargo, su implementación no ha avanzado aún con miras a construir
un buen consenso entre los dirigentes mundiales de este momento.
Los
resultados de la COP27 son una vez más un ejemplo de posiciones contrapuestas
en nuestro propio continente americano, posiciones que no parten de una visión
compartida de la crisis del clima. Nuestros países continúan negociando desde
diferentes grupos como países desarrollados, en vías de desarrollo y menos
desarrollados. Todavía necesitamos asumir y conciliar los problemas de
injusticia, racismo, desigualdad y colonización.
¿Llegará
el día en el que nuestro continente tome una posición común o consensuada
frente a la crisis climática? Volvemos a la pregunta: ¿quién apoyará y
ejecutará los acuerdos alcanzados en la COP27? Tal vez serán los profesionales
de programas de ciencia, tecnología y política (STeP) de todo el mundo que
trabajan con Gobiernos nacionales, organizaciones internacionales,
universidades y el sector privado, que finalmente harán que se alíen la
ciencia, la política y la sociedad para la acción eficaz. Confiamos en que, con
un grupo creciente de líderes interamericanos, como las(os) profesionales del
programa STeP, una comunidad amplia, resiliente y significativa, que trabaja en
puestos donde se deben tomar decisiones, esto se pueda lograr.
María
Inés Carabajal es profesora y doctora en Antropología, de la Universidad de
Buenos Aires (UBA). STeP Fellow en el Instituto Interamericano para la
Investigación del Cambio Global (IAI). Se ha especializado en las dimensiones
humanas del clima y el cambio climático en el Antropoceno.
Fany
Ramos es ingeniera ambiental, por el Instituto Politécnico Nacional (México).
Tiene una maestría en Cambio Ambiental y Desarrollo Internacional, por la
Universidad de Sheffield (Inglaterra). Es miembro de OWSD Bolivia, y actual IAI
STeP Fellow.
Kim Portmess lidera
el Ciencia, Tecnología y Políticas (STeP) Fellowship Program del Instituto
Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI). Se graduó de
la Universidad de Cornell en ciencias botánicas y actualmente está cursando una
maestría en gestión del riesgo de desastres y gobernanza climática. Vive y
trabaja en Panamá.
María
Inés Carabajal, Fany Ramos Quispe y Kim Portmess
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