Opus Dei 30 de noviembre de 2024
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Comentario
al Evangelio del domingo de la 1.° semana de Adviento (Ciclo C). “Entonces
verán al Hijo del Hombre que viene sobre una nube con gran poder y gloria”.
Comienza el Adviento, un tiempo para dejarnos despojar de nuestra vida
rutinaria y llenarnos de esperanzas, luces en el corazón, anhelos de plenitud y
así podamos dar gloria a Dios con nuestra vida.
Evangelio
(Lc 21, 25-28. 34-36)
«Habrá
señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra angustia de
las gentes, consternadas por el estruendo del mar y de las olas: y los hombres
perderán el aliento a causa del terror y de la ansiedad que sobrevendrán al
mundo. Porque las potestades de los cielos se conmoverán. Entonces verán al
Hijo del Hombre que viene sobre una nube con gran poder y gloria.
Cuando
comiencen a suceder estas cosas, erguíos y levantad la cabeza porque se
aproxima vuestra redención.
Vigilaos
a vosotros mismos, para que vuestros corazones no estén ofuscados por la
crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y aquel día no sobrevenga de
improviso sobre vosotros, porque caerá como un lazo sobre todos aquellos que
habitan en la faz de toda la tierra. Vigilad orando en todo tiempo, a fin de
que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante
del Hijo del Hombre».
Comentario al Evangelio
Empieza
el Adviento, tiempo litúrgico que nos prepara para la Navidad.
El
Evangelio de este primer domingo recoge parte del discurso escatológico de
Jesucristo en Jerusalén en los últimos días de su vida.
Nos
invita a levantar la mirada y abrir nuestros corazones para recibirle.
El
Adviento nos lleva a la Navidad, y desde allí, a la espera del regreso glorioso
de Cristo.
Nos
llama a un encuentro personal con Él: cada día nos llama; cada día nos quiere
sacar de nuestros nubarrones, de nuestras angustias, de nuestros desalientos y
desamparos.
Un
tiempo para dejarnos despojar de nuestra vida rutinaria y llenarnos de
esperanzas, luces en el corazón, anhelos de plenitud.
El
Evangelio de este domingo nos enseña dos modos de vivir: con la cabeza elevada
o con el corazón ofuscado.
El
cristiano está llamado a vivir con la cabeza elevada, como hijos de un Dios
Padre, que es Amor. Sabiendo descubrir la grandeza de lo que nos rodea, del
amor de Dios que nos rodea en nuestras situaciones concretas y reales, en
nuestra familia, en nuestro trabajo y descanso, en nuestros amigos.
Cristo
nos da sus luces, su fuerza, su vida para saber descubrirle en cada cosa. Allí
está Él, esperándonos, para llenarnos de su gracia, de su modo de vivir y amar.
Pero,
muchas veces, vivimos con el corazón ofuscado.
Nuestros
problemas y dificultades, nuestras miserias y debilidades, nuestros temores,
nuestras decepciones, nuestros egoísmos y soberbias, parecen tener más fuerza.
Llenamos nuestros anhelos profundos de felicidad, de abundancia, de
generosidad, con un alimento que no sacia, porque vivimos mirándonos a nosotros
mismos.
En el
Evangelio de hoy, Jesucristo nos da la clave para vivir cada día con la cabeza
levantada.
Nos
llama a estar despiertos y orar.
Estar
despiertos de ese sueño que siempre gira en torno a uno mismo, que nos encierra
en nuestra vida con sus problemas, alegrías y dolores.
Un
sueño que aletarga nuestra capacidad de amar y ser amados, que nos impide gozar
de esta vida, que nos lleva a perdernos lo más bonito que hay en ella: la
belleza de la creación, el rostro de nuestros seres queridos, la conversación
tranquila, los paseos en compañía.
Nos
perdemos lo mejor: la presencia real de Dios y de los demás.
Y
acabamos llenándonos de tristeza y aburrimiento, lamentándonos y quejándonos
por todo.
Estar
despiertos para mirar más allá de nosotros mismos: allí donde Dios está
mirando, allí donde Dios quiere llevarnos, sus sueños de amor para nosotros y
para este mundo.
Estar
despiertos para hacernos preguntas que vayan a lo profundo de nuestro corazón:
cómo y para quién quiero gastar mi vida.
En
segundo lugar, el Señor nos llama a orar.
Levantados,
esperando a Jesucristo para que en cada rato de oración redirija nuestros
pensamientos y corazones hacia Él y hacia nuestros anhelos más profundos de
felicidad.
Le
esperamos levantados, rezando, para que nos abra hacia los demás, para que nos
saque de nuestra pequeñez, para que podamos mirar este mundo con un corazón
enamorado.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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