Fernando Mires 03 de noviembre de 2024
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1. La mayoría de los expertos políticos coinciden en que a nivel global la democracia liberal se encuentra sumida en una profunda crisis. Algunos nos hablan de un no muy lento fin; otros menos radicales, de un declive que se expresa tanto cuantitativa como cualitativamente. El resonante triunfo de Trump y el trumpismo –y las consecuencias internacionales que de ahí derivan- ha dividido al mundo de las opiniones en dos sectores: los pesimistas que se preguntan si el triunfo de las dictaduras y de las autocracias es irreversible, y los optimistas que se preguntan si algunas naciones lograrán sobrevivir como democráticas después del embate anti-liberal que hoy están sufriendo. En efecto, la época de ascenso de las democracias que caracterizó los tramos finales del siglo XX, después del derribamiento de las dictaduras comunistas europeas, ha cedido el paso a otra época: la de la primera mitad del siglo XXl, caracterizada por un rápido ascenso de las autocracias.
2. El
llamado descenso de las democracias precede a la guerra de invasión de la Rusia
de Putin a Ucrania. Esa invasión comenzó con la apropiación de Crimea y el
asentamiento de enclaves militares rusos en el Dombás, el año 2014. Pero antes,
Rusia y su sucursal, la Bielorrusia de Lukashenko, ya estaban constituidas como
autocracias de hecho. En Europa Central, en el Cáucaso, y en los Balcanes, la
ola democrática del siglo XX apenas llegó a las orillas. Putin imaginó así que
Ucrania era territorio cultural ruso, como afirmó en un fascistoide ensayo
publicado poco antes de la invasión. Lo que no imaginó es que desde la
revolución de Maidán de 2013 había crecido en Ucrania un sentimiento
democrático, nacional y europeísta, uno que se hizo patente durante los
gobiernos de Poroschenko y Zelenski. Pero a la vez –eso no escaparía a los ojos
de Putin- había democracias europeas, entre ellas las de Polonia, Hungría y
Turquía, que se apartaban del esquema liberal occidental, dando preferencias a
formas autocráticas de poder. Tampoco escaparía a su vista que en todos
los países europeos, siguiendo el ejemplo del Frente Nacional de Marine Le Pen,
aparecían movimientos antidemocráticos, racistas, ultranacionalistas, hoy todos
aliados de la Rusia imperial.
3. Es una
incógnita si Putin concibió desde un comienzo la invasión a Ucrania como un
primer escalón en una larga escala orientada a combatir a las democracias
occidentales, o si fue la guerra a Ucrania la que le hizo ver esa posibilidad.
Probablemente lo uno determina a lo otro, y al revés también. El hecho decisivo
es que, durante la guerra a Ucrania, ha sido formada alrededor de Putin
una gran coalición: una especie de no santa, pero sí diabólica alianza,
comandada desde Moscú, y protegida económica y militarmente desde Peking. Una
alianza no concebida en torno a ideales o intereses comunes sino por un solo
punto negativo: la negación de la democracia liberal. Pongamos un
ejemplo: ¿Cómo se explica la intensa “amistad” entre dos países muy
alejados uno del otro como son Irán y Venezuela? Desde un punto de vista cultural,
son dos naciones antagónicas. Lo mismo desde uno ideológico. ¿Qué los une?
Solo una cosa: un profundo miedo, transformado en odio, a la democracia
liberal. Lo mismo sucede entre diversas naciones del “bloque pro-Putin”. La que
gira en torno a la Rusia de Putin es una alianza negativa: una coalición
internacional de las dictaduras del orbe. O si se prefiere: una enorme
contrarrevolución antidemocrática a escala mundial.
4. Tampoco
debe haber pasado por alto a Putin que las democracias liberales, justamente
por ser liberales, carecen de medios para oponerse a los movimientos
anti-demócratas. Hay que tener en cuenta que antes de la llegada de
Trump al poder en los Estados Unidos, diversos partidos pro-Putin ya eran
gobierno en Europa. Probablemente ese proceso continuará. De más está decir que
los movimientos pro-Trump y pro-Putin son casi siempre los mismos. En cierto
modo los anti-liberales hacen uso del liberalismo para imponer a sus gobiernos
anti-liberales. La verdad es que Putin no siempre necesitará de las armas para
anexar gobiernos ayer democráticos. Le basta apoyar y financiar a sus caballos
de Troya. En Alemania, por ejemplo, apoya a tres extremos: a la ultraderecha de
AFD, a la izquierda de la putinista Sarah Wagenknecht y a la fracción putinista
interna de la socialdemocracia. En Francia hace lo mismo, apoya a Le Pen y a
Melenchon a la vez.
5. A
primera vista las democracias liberales parecen haber sido encerradas en un
círculo vicioso: si generan medidas en contra de sus enemigos externos, están
condenadas a negarse a sí mismas como liberales. Si en cambio aceptan a sus
enemigos están condenadas a ser destruidas interiormente por ellos. ¿Cómo
puede una democracia liberal defenderse a sí misma? En ese punto parece primar
un mal entendido, y es el siguiente: la democracia liberal no es la democracia
"en sí"; es solo una forma ideológica de la democracia, pero no la
democracia. Eso significa que la verdadera democracia no es la liberal
sino la constitucional y por ende, la institucional. La diferencia es esta: El
liberalismo político consagra las libertades y los derechos del ser ciudadano.
La democracia constitucional, en cambio, los acepta pero a la vez los limita. Una
constitución puede estar impregnada por la liberalidad, pero no puede ser libertaria
ni libertarista.
6. Ahora
bien, si la ideología liberal no puede defenderse a sí misma, toda democracia
constitucional integra en sí los mecanismos necesarios para su autodefensa.
Visto de esta manera, lo que está en juego no es la pervivencia de una
ideología, en este caso la del liberalismo político, sino la estructura
institucional de toda democracia. Eso quiere decir: los enemigos
internos y externos de la democracia no atentan en contra de una ideología sino
en contra de las constituciones, las leyes, y las instituciones, es decir, no
en contra de la liberalidad sino en contra de la soberanía interna y externa de
cada nación. De lo que se trata, dicho en breve, frente a la avanzada
autocrática, es defender la soberanía del estado nacional o, lo que es
parecido, que internamente ese estado no sea sobrepasado por movimientos
antidemocráticos y que exteriormente sea capaz de detener las amenazas que
provienen de las dictaduras dirigidas por el eje ruso, chino, coreano e iraquí.
7. La
democracia, bajo las condiciones determinadas por una guerra o por una pre-
guerra ha pasado a su modo defensivo de ser. Pues bien, toda democracia
constitucional –a diferencia de una puramente liberal- dispone de mecanismos
constitucionales para defenderse. Estos mecanismos están inscritos en las
llamadas leyes de excepción, las que pueden ser dictadas en condiciones límites
como catástrofes naturales, pero también -y sobre todo– frente a las
amenazas que provienen de estados enemigos. O dicho de modo escueto: así
como en una guerra hay una economía de guerra, en toda democracia acosada por
enemigos internos y externos, debe haber una política de guerra.
8. La
democracia constitucional está amenazada en estos momentos, sobre todo en
Europa, por una coalición militar dirigida por la Rusia Imperial. Ha
llegado la hora entonces de imponer, en la mayoría de los países democráticos
europeos, el estado de excepción; uno que no puede ser liberal pero sí puede y
debe ser constitucional. Churchill ayer, Zelenski hoy, han aplicado leyes
excepcionales, pero no en contra sino en defensa de la democracia, objetivo que
requiere como condición la soberanía de las naciones. Soberano en tiempos de
paz es el pueblo en la elección de sus políticos así como soberano en
tiempos de guerra es un gobierno en condiciones de dictar el estado de
excepción.
9. Naturalmente,
muchas libertades propias al orden liberal no deben ser suprimidas bajo un
estado de excepción, pero si pueden y deben ser delimitadas. Para poner
ejemplos, la libertad de prensa no debe llevar a aceptar la repartición de
noticias falsas solamente porque son lucrativas para sus emisores. Tampoco
puede ser posible, como está ocurriendo en diversos países europeos, que a los
dirigentes de partidos putinistas le sean concedidos el doble de pantallas
televisivas –es el caso de Alemania y Francia- solo porque aumentan el número
de sus seguidores. Del mismo modo, el debate público debe por supuesto
mantenerse; pero hay materias que solo pueden ser discutidas a puertas
cerradas. En Alemania circula el cuento de que Putin no tiene espías pues le
basta leer los diarios de cada país. Como dijo Zelenski, “sobre el envío de
armas se debe hablar menos y enviar más”. Y no por último, los partidos
democráticos, sean de izquierda o derecha, deben tender una suerte de cordón
sanitario que, en tiempos de guerra o de pre-guerra, impida concertar alianzas
con partidos que colaboran con el enemigo externo, como son los partidos
afiliados a la internacional putinista europea. En tiempos de paz,
todos los partidos que forman parte del orden existente pueden ser
coalicionables entre sí; pero en tiempos de guerra, no.
10. Lo que
es válido para las instituciones nacionales debe serlo también para las
internacionales. Estas, bajo un estado de excepción democrático, deben
conservar todas sus prerrogativas y derechos, pero no deben ser convertidas en
organismos ejecutivos que pasen por sobre las resoluciones adoptadas por los
gobiernos de los países miembros. En la Unión Europea, por ejemplo, las
resoluciones deben resultar de imposibles acuerdos absolutos, a diferencia de
los parlamentos nacionales donde bastan mayorías relativas. La función de la UE
es consagrar los acuerdos acordados entre los gobiernos, no determinarlos. Los
partidos de la UE partidarios o amigos del gobierno ruso y por lo mismo,
enemigos internos de la UE han formado coaliciones externas donde son adoptadas
resoluciones contrarias a la UE. Desde el punto de vista de ellos, tienen
razón. En lugar de criticarlos, los partidos del bloque democrático deberían
formar coaliciones laterales (incluso multilaterales) independientes o
paralelas a la UE, institución que debe seguir siendo un foro continental, como
son las Naciones Unidas a nivel mundial. Puede, claro está, que alguna
vez la UE se convierta en el supragobierno de Europa. Pero en un marco
sobredeterminado por la guerra, eso no es posible.
11. No
todos los países del bloque democrático están expuestos a la misma intensidad
bélica que viene de la Rusia de Putin. Los países bálticos y escandinavos,
seguidos por la reciente democracia polaca, sienten desde mucho más cerca el
propósito de la tiranía rusa, orientado a integrar en su órbita a toda la que
fue la zona imperial del zarismo. No es el caso de Alemania, Francia o Italia.
Los primeros no pueden ajustarse a resoluciones emanadas de la UE, o de otros
países que posterguen las urgencias nacionales de este bloque. El llamado del
ministro de defensa alemán Pictorius a sus colegas de Francia, Inglaterra,
Italia y Polonia, a coordinar no solo los gastos sino los actos de defensa,
apuntan en la dirección correcta. Lo mismo están haciendo los partidos de
países que ayer formaron parte del imperio zarista o stalinista. Están en su
derecho y en su deber.
12. Los
desafíos y sacrificios a que serán sometidas las democracias del mundo, sobre
todo las europeas, ante el problema del aumento de la ola antidemocrática e
incluso autocratización de antiguas democracias, como podría ser la
norteamericana, serán enormes. Por de pronto, todos se verán obligados a aumentar
los presupuestos militares, mucho más allá del 2% promedio. El desvío de esos
gastos implicará reducir cuotas destinadas al gasto público y social. Para
afrontar esos dilemas se requiere de gobiernos fuertes y no débiles, vale decir
gobiernos que puedan enfrentar la arremetida de los partidos extremistas y
populistas alineados en torno a Putin. A fin de llevar a cabo esa gigantesca
tarea urge una colaboración cada vez más intensa entre los partidos
democráticos de cada nación. Como demuestran los gobiernos de Francia y
Polonia y en poco tiempo seguramente también Alemania, la hora de los
gobiernos partidistas deberá ceder el paso a la hora de las grandes coaliciones:
frentes amplios, frentes democráticos o frentes populares, en condiciones de
cerrar el paso a la anti-democracia dependiente de Moscú.
13. Bajo un
estado de excepción -sin duda la norma del futuro más próximo- es evidente que
el espacio del ejecutivo, aún en naciones parlamentaristas, deberá aumentar,
bajando durante un tiempo el rol discutitivo del parlamento. Pero esto solo
deberá ocurrir en materias atingentes a la guerra. Este cambio solo podrá ser
logrado de acuerdo y no en contra de los diversos parlamentos. La
tarea, como ha sido dicho, no es disminuir el campo de la democracia sino fortalecer
sus mecanismos de defensa, aunque eso no siempre concuerde con el credo liberal.
14. Si
estamos de acuerdo en que la política es representativa y que por eso mismo es
antropomórfica, debemos deducir que la política en tiempos de guerra
requiere urgentemente de liderazgos, sean estos individuales o colectivos.
Ahora bien, bajo liderazgo no entendemos la presencia de caudillos eufóricos,
sino instancias de conducción que operen en comunicación directa entre
gobierno y ciudadanía. Podríamos decir que un gobernante, sea un líder o
no, deberá asumir durante un periodo de alta tensión bélica, funciones de
liderazgo. Podríamos hablar también de liderazgos en un sentido pedagógico,
sobre todo si tenemos en cuenta que en una política, bajo el imperio de una guerra
latente o existente, deberán ser impuestas muchas medidas que no son
precisamente populares. Bajo esas condiciones los líderes están obligados a
estar siempre presentes explicando las razones que llevan a adoptar cada
medida. En primer lugar deben exponer claramente que la nación enfrenta a
enemigos y no a simples adversarios. Los adversarios son los enemigos
en tiempos de paz. En tiempos de guerra son simplemente enemigos. En
segundo lugar, han de decir que el propósito de ese enemigo es destruir las
democracias y las instituciones que se ha dado Europa y otras naciones a partir
del fin de la segunda guerra mundial. En tercer lugar, reiterar que la que
tiene o tendrá lugar es o será una guerra defensiva, y que lo que está en juego
no es solo Ucrania, sino la defensa de cada nación democrática. Europa, y otras
naciones del orbe, requieren más que nunca de un patriotismo democrático. En
fin, debemos recordar que hay tiempos de paz y tiempos de guerra.
Confundir un tiempo con otro puede llevar a fatales consecuencias.
Fernando Mires
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