Marta de la Vega 03 de diciembre de 2024
Hemos
sufrido y perdido mucho en estos veinticinco años de retórica revolucionaria,
mentiras sistemáticas y promesas demagógicas y efectistas de la farsa siniestra
denominada socialismo bolivariano del siglo XXI. Convertida en conglomerado
criminal que simula ser Estado, es una camarilla militar civil de delincuentes
mafiosos vinculados al crimen organizado transnacional, a los más poderosos
carteles del narcotráfico y a grupos irregulares terroristas. El régimen
chavista-madurista se sustenta en los peores gobiernos autocráticos del planeta
o son sus cómplices: además de Cuba y Nicaragua, Rusia, Irán, Siria, Turquía,
China y Corea del Norte.
Pese a los horrores convertidos en práctica sistemática por el terrorismo de Estado aplicado a los ciudadanos en completa indefensión mediante detenciones arbitrarias e indiscriminadas para provocar pánico en la población, desapariciones forzadas, torturas en prisión, acoso a los familiares para que no denuncien; pese a las dádivas populistas en sectores vulnerables mediante bonos de guerra por ejemplo, para acallar los reclamos por el colapso de la infraestructura y de los sistemas públicos de salud y educación o la insuficiencia de los salarios y pensiones de quienes dependen del supuesto Estado dirigista y discrecional, ninguno de los que desde el poder dominan las instituciones y desgobiernan el país ha logrado apagar el deseo de la gente de cambiar el rumbo para acceder a una democracia plena.
La
situación se ha agravado después de la victoria demoledora de Edmundo González
Urrutia. La mentira oficial, la calumnia y la descalificación contra el nuevo
presidente electo y contra María Corina, la brutal persecución postelectoral,
el secuestro de menores de edad sometidos a tratos crueles e inhumanos y a
abusos sexuales y violaciones extorsivas a las niñas e incluso a sus madres a
cambio de eventuales beneficios procesales constituyen crímenes de lesa
humanidad. Se trata de un Estado forajido.
Dirigentes
democráticos presos, nuestra lideresa incuestionable María Corina Machado en la
clandestinidad. La casa familiar donde vive su mamá en Caracas asediada en
forma inclemente por funcionarios de seguridad y paramilitares armados. Otro
tanto ocurre en la casa de la embajada argentina en Venezuela bajo protección
diplomática del gobierno de Brasil. Militantes del partido Vente, integrantes
del equipo de campaña y asesores de María Corina sometidos en la residencia a
cortes eléctricos y ahora de agua desde hace varios días, agudizan las
carencias deliberadas con el objetivo de que desistan de su refugio.
El
silencio complaciente de los gobiernos de Brasil y Argentina y sus embajadores
es ensordecedor. Estamos ante un régimen autocrático implacable cuyos
personeros pretenden aferrarse al poder a cualquier precio y no facilitar la
transmisión de mando con una transición pacífica y ordenada para la toma de
posesión del nuevo gobierno.
Nos
hace falta la democracia, su legitimidad, el respeto a sus principios y mecanismos
de contención. Entre estos, los principales no son los procedimientos, que
claro que cuentan, sino sobre todo las actitudes y principios éticos.
La
crisis educativa ha mostrado que educación, conocimiento e instrucción no son
sinónimos. La enseñanza fue masiva después de la caída del dictador militar
Marcos Pérez Jiménez. Es una condición previa para la democracia.
Hubo
un proceso extensivo de instrucción escolar en todos los niveles del sistema,
desde el maternal preparatorio hasta el universitario superior. Pero si no
enfatizamos en formar en valores y principios, si no dejamos huellas en
nuestros educandos y transmitimos virtudes cívicas y cualidades éticas que
sirvan como modelos y aprendizajes de vida, la sociedad fracasa en la búsqueda
de la cohesión social y un proyecto compartido de construcción nacional.
La
ruina de la Venezuela actual y la degradación moral de sus dirigentes es, entre
otros factores, el resultado de estas carencias, no importa que algunos de sus
representantes hayan sido formados en Oxford o MIT gracias a las Becas del
Proyecto Gran Mariscal de Ayacucho, si sus aspiraciones se nutrieron del
rencor, el revanchismo y la venganza social y no del sentido del logro y la
superación y, si querían gobernar, no para saquear el erario público sino
construir riqueza, no para servirse del prójimo sino para servir a sus
semejantes.
Immanuel
Kant, cuyo nacimiento hace 300 años celebramos, nos da varias lecciones de
poderosa actualidad. Con su teoría de los imperativos categóricos, aporta un
marco ético universalista clave para fortalecer una democracia plena, al
fomentar valores fundamentales como justicia, igualdad y dignidad humana.
Convencido republicano en el sentido aristotélico, apelaba a las virtudes
cívicas para asegurar la democracia entendida como Politeia, Res
Publica, «Cosa Pública». La justicia es la primera gran virtud cívica,
tanto distributiva (asignar bienes y responsabilidades de manera equitativa)
como correctiva (restaurar el equilibrio cuando se comete un daño o
injusticia). Las otras son prudencia, coraje o valentía, templanza, amistad o
simpatía, magnanimidad, responsabilidad y compromiso.
El
primer imperativo categórico establece: «Obra solo según una máxima tal que
puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal.» Toda
acción política, para ser válida, debe ser universalizable. El segundo
imperativo categórico plantea: «Obra de tal modo que trates a la humanidad,
tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, nunca
como un medio.»
Por
último, para Kant, la ética depende de la autonomía, la capacidad de los
individuos para actuar según leyes que ellos mismos se dan racionalmente. En el
contexto democrático, la tercera formulación del imperativo categórico
significa imaginar una sociedad ideal donde cada individuo actúa como si fuera
un legislador moral, estableciendo normas que respeten la dignidad de todos.
Las
acciones deben estar alineadas con el bienestar común. Una ciudadanía activa,
informada y solidaria, al proteger los valores democráticos, también asegura
que los sistemas autocráticos no encuentren terreno fértil para imponerse.
Marta
de la Vega
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