Marta de la Vega 17 de junio de 2024
@martadelavegav
A
Francisco Suniaga
Frente
a “la incertidumbre humana de vivir”, como leemos en La otra isla de
Francisco Suniaga, ¿encontraremos nuestra meta, y andando, el mejor camino?
¿Nos adelantaremos al destino en vez de ser perseguidos por él? ¿Será un
fracaso incluso trágico o una nueva prueba fallida? ¿Se impondrá la violencia
feroz irracional y sin sentido como en las luchas siempre mortales de los
gallos de pelea que son otros, sus dueños, los que empujan o propician?
¿Seremos como Esta gente, otra novela de Suniaga que nos encara con
lo más oscuro y kafkiano de nuestra idiosincrasia, con los sueños rotos, la
injusticia y la impunidad? ¿O será un logro sobre el cansancio, los obstáculos,
las dificultades y vicisitudes que enfrentamos en nuestros pasos?
Recorrer uno de los varios caminos hacia Santiago de Compostela resulta un reto intransferible, experiencia íntima de cada quien, sea realizado grupalmente o en solitario. El camino es único para cada uno y a la vez una oportunidad no solo para la comunión y el encuentro, sino para construir juntos una realidad deseable donde, desde la diversidad de personas, países de origen y pluralidad de costumbres, todos los caminantes cumplen normas implícitas de convivencia pacífica y respetuosa, que hacen que sea posible en la práctica un mundo mejor.
En
esos espacios de senderos silvestres, rutas rocosas y ásperas, colinas suaves o
escarpadas o sinuosos caminos de herradura, entre bosques, frondosas manchas
oscuras en medio de praderas y sembradíos de ocres o verdes brillantes a través
de un extenso territorio hermoso, variado y fértil de la geografía gallega, se
cruzan caminantes y ciclistas con sus mochilas a cuestas, a paso ágil e
impulsados por bastones que facilitan el avance hacia la siguiente ciudad del
recorrido.
Es
como si un mundo bueno y amable, ajeno al tráfago diario se hiciera rutina,
pese a las duras etapas del camino; como si se hubiera hecho realidad cotidiana
una armoniosa coincidencia en los días que transcurren entre el punto de
partida, diferente cada vez y el objetivo final, común y deseado por los
peregrinos. Sin abusos ni transgresiones, con cortesía e incluso cordialidad
solidaria y buena voluntad, para tender la mano amiga o ayudar a los otros, sin
estridencias, sin imposiciones y acatadas voluntariamente, como en democracia.
También
es un momento para la introspección, la reflexión y la búsqueda del significado
de la existencia, para afirmar propósitos individuales y compartidos, para
hallar certezas y verdades, para revisar errores o extravíos en nuestras
conductas, decires y acciones que nos han hecho perder de vista la meta, que
nos alienan de nuestros más valiosos propósitos, por miedo o
inmediatez. Es como una “epifanía” y una “conversión” para reencontrarnos
nosotros mismos, que nadie impone desde afuera, sino que asumimos desde nuestra
interioridad y nos acerca con empatía y compasión a los otros. Porque todos
somos vulnerables.
Ocurren
milagros luminosos, inesperados, como escuchar hablar con acento venezolano a
una pareja que quería, como yo, ver el interior de una pequeña iglesia románica
del siglo XI, pero estaba cerrada. Al parecer, porque cada pueblo o aldea tiene
su iglesia, no hay suficientes párrocos para cubrirlas. Y en un alto en el camino
para almorzar, coincidimos en un hostal, pues estaban todos juntos, Rosana y
Andrés Simón, arquitectos, con Cecilia, artista, Guillermina y Francisco.
Alegría
y asombro contenidos. Mi admirado escritor margariteño, contertulio en grupo
de WhatsApp, a quien no conocía personalmente, me saluda gentil y
cordialmente e invita a sentarme a la mesa con su esposa y amigos cuando le
dije si era él el mismo. Me pregunto si, como El pasajero de Truman,
magnífico y lúcido retrato de la Venezuela que no fue a través de una figura
crucial y trágicamente desplazada por la locura en un momento crítico de la
historia contemporánea, cuando había sido escogido por consenso candidato
presidencial de las fuerzas democráticas entonces, hoy el giro del destino,
puede voltear los dados a nuestro favor.
En
este sentido, comparar el esfuerzo de derrotar la dictadura usurpadora de
Maduro no es solo organizarnos para que no se esfume de nuevo la esperanza como
ocurrió con Diógenes Escalante. Es construir una analogía poderosa con el
recorrido del camino de Santiago, que exige determinación y perseverancia.
Enfrentar desafíos físicos como las largas caminatas cotidianas, las condiciones
climáticas adversas y el desgaste físico se asemeja a la exigencia de los
desafíos políticos, económicos y de seguridad personal. Resistencia a la
represión y persistencia en la búsqueda de libertades son fundamentales.
Los
peregrinos sacrifican comodidad y tiempo; se enfrentan a la fatiga y al dolor
físico. La resiliencia es clave para superar estos obstáculos y lograr llegar a
Compostela.
Los
venezolanos comprometidos con la democracia y los derechos humanos han sufrido
y perdido demasiado y en muchos casos, sus vidas. La resiliencia es decisiva
para mantener la esperanza y seguir luchando en medio de la adversidad, la
represión y el amedrentamiento. El viaje es tanto físico como espiritual; una
oportunidad para el crecimiento personal y la introspección. A la vez, es una
lucha personal y colectiva. No solo el esfuerzo común por un cambio
significativo en el que todos contribuyamos, sino una oportunidad para la
unidad nacional, el rescate de la verdad, la dignidad y la decencia, por un
país justo y verdaderamente para todos.
Marta
de la Vega
@martadelavegav
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