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viernes, 25 de noviembre de 2011

HOMENAJE A VÁKLAV HAVEL



Fernando Mires
Publicado por Fernando Mires en el Blog Polis


“El ser hechizado en mi interior y el que está presente en el mundo se pueden dar la mano en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier manera: cuando contemplo la copa de un árbol o cuando miro los ojos de otra persona, cuando consigo escribir una carta bonita, cuando me emociona una canción o cuando el fragmento de una lectura pone mis pensamientos en efervescencia, cuando ayudo a alguien o alguien me ayuda a mí, cuando ocurre algo importante o cuando no ocurre nada especial. Esa necesidad nuestra, irreprimible, de trascender los horizontes situacionales, de cuestionar, conocer, explorar, entender, buscar la esencia de las cosas, ¿qué otra cosa es esa necesidad sino otra de las formas de aquel anhelo interminable por recobrar la integridad perdida del ser, aquel anhelo del yo de regresar al ser? ¿Qué otra cosa es sino ese anhelo intrínseco de despertar al propio ser oculto, adormilado, olvidado tantas veces, y a través de él alcanzar aquella plenitud e integridad de la existencia que nuestra intuición nos permite vislumbrar?” (Vaklav Havel, fragmento de una “Carta a Olga”)


1. Ser demócrata en una democracia es una actividad muy sencilla. Ser demócrata defendiendo una democracia, o luchando por obtenerla, implica acceder a un nivel superior de la política. Y hay quienes han alcanzado ese nivel.


Pienso, entre otros, en esa figura emblemática de las luchas democráticas de nuestro tiempo que es Václav Havel, quien fuera elegido Presidente de Checoeslovaquia en 1989 y de la República Checa en 1993


Nadie, Václav Havel tampoco, nace siendo un demócrata. Ser demócrata es una opción y, en las condiciones que vivió Havel, se trataba de una opción ética.


Václav Havel, nacido el año 1936, proviene de una familia relativamente acomodada. Como otros escritores checoeslovacos pudo haber llevado una vida intelectual en París o Londres. Méritos no le faltaban. Talentoso escritor, sus primeros libros – “La fiesta” (1963) y “el Memorándum” (1965)- en los que se reconoce desde las primeras líneas el influjo kafkiano, tuvieron un pronto éxito.


Havel también podría haberse convertido en un acólito literario de la dictadura comunista. E invitaciones no le faltaron. O podría haber sido un intelectual complaciente, de esos que se permiten de vez en cuando ciertas críticas, pero sin cuestionar a fondo al régimen.

Václav Havel, lo ha repetido él muchas veces, no fue a la resistencia a defender una ideología o un sistema económico. Fue simplemente porque el régimen le impedía decir lo que él pensaba debía decir. Porque Havel, como escritor o político ha sido un hombre de pensamiento, y por lo mismo, de palabra. De este modo comprendió rápidamente que sin libertad de prensa no podía haber libertad de pensamiento. Es por esa razón que junto a él se agrupó una generación de intelectuales que no soportaban el ahogo mental a que los sometía la dictadura. Así fue que cuando ellos no estaban en prisión, pasaban sus días en los cafés, redactando panfletos, documentos, haciendo uso de la palabra oral y escrita: disintiendo y resistiendo en medio del humo de esos cigarrillos que terminaron provocando en Havel un cáncer feroz.


Tanto el grupo Carta 77 como el Foro Cívico de 1989 liderados ambos por Havel, fueron movimientos culturales que pusieron en la primera línea la lucha por la libertad de opinión y de prensa. Alrededor de esos pocos que supieron resistir se congregaron después las multitudes que a fines de los ochenta pusieron fin al socialismo del siglo XX: milagro histórico que los engrandece aún más porque, antes de la llegada de Gorbachov al gobierno de las URSS, no había ningún indicio de que Checoeslovaquia pudiera alguna vez salir de la dictadura comunista. A Havel nunca le pasó por la cabeza la idea de que podía ser presidente de una nación democrática. Si luchaba en contra de la dictadura era simplemente porque no podía hacer otra cosa. Hay seres que son así.


2. La razón por la cual Havel no se identifica con ninguna ideología moderna (socialista o liberal) se deduce del sentido de su propia lucha. Las dictaduras comunistas eran, en efecto, dictaduras ideológicas, y la ideología principal era que el mundo socialista se encontraba en abierta contradicción con el capitalista. Los capitalistas eran, para los dictadores comunistas, todos aquellos que por diversas razones disentían de las dictaduras. Para Havel y quienes lo rodeaban, no se trataba en cambio de una lucha entre el comunismo y el capitalismo. No deja de ser interesante que, precisamente en un estudio económico de Havel titulado: “La economía de la propia responsabilidad” escribiera el Presidente: “Nunca en mi vida me he identificado con alguna ideología, creencia o doctrina, sean de derecha o de izquierda, ni tampoco con un sistema cerrado de pensamiento sobre el mundo”. Efectivamente, nunca estuvo a favor de una dictadura.
La que Havel y los suyos llevaron a cabo, y eso es algo muy diferente, era una lucha por las libertades políticas. Esas libertades políticas pueden ser negadas en una nación capitalista o en otra socialista, y ejemplos de lo uno y de lo otro hay suficientes. Tampoco se trataba, la que tenía lugar en las naciones comunistas, de una lucha entre la izquierda y la derecha. Havel entendió rápidamente que derecha e izquierda son agrupaciones políticas que sólo pueden funcionar en un orden donde el Parlamento es una entidad autónoma y en ningún caso dependiente del Ejecutivo. Cuando no hay independencia de poderes que regulen las contiendas políticas, no hay izquierda ni derecha: hay simplemente partidarios de la libertad y partidarios de la tiranía. Así de simple.


Profundamente religioso, Havel no necesita de una ideología para entender su lugar en el mundo. Su práctica tampoco estaba ligada a una estrategia de poder. Le bastaba simplemente con decir no a lo que consideraba indigno de ser vivido y así por lo menos dejar su testimonio personal. No sin razón llamó él, a la lucha que tan pocos libraban, con el sugestivo nombre de “política existencial”.


Todavía conmueve leer aquellas frases que desde la prisión escribió Havel a Olga (Cartas a Olga). En una de ellas se lee:

“Puede que sea precisamente esa constante inseguridad respecto a mi lugar en “el orden de cosas” lo que me obliga una y otra vez, obstinadamente, a definir, desarrollar y reforzar mi posición, a defender y testimoniar mi verdad, a mantenerme en mis trece. Parece que cuanto más uno duda de sí mismo, tanta más energía ha de invertir en superar esas dudas y así defenderme ante mis propios tribunales” (12 de abril de 1981)


Rápidamente entendió Havel que las grandes ideologías cumplen la función de ocultar la realidad. Poseídos por una ideología, los hombres abandonan, según Havel, la realidad y se convierten en portavoces de visiones que no tienen ningún asidero en la vida. Las ideologías jamás se equivocan, y al no equivocarse, no permiten pensar pues sin equivocaciones no hay pensamientos. Así se explica porqué los seres ideologizados son personas tan aburridas, repetitivas, y sobre todo incultas. Esa es la razón por la cual todas las dictaduras son ideológicas, e incluso misioneras. El presente, para las dictaduras no cuenta: de ahí su desprecio por las vidas humanas, incluyendo las propias. De ahí también su inevitable crueldad. Porque toda ideología, al anidar en el futuro, es sacrificial.

Cuando los representantes de determinadas ideologías alcanzan el poder político, destruyen la realidad inmediata, y es por eso que todos han llevado a sus naciones a la ruina. Ejemplos hay decenas.



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