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sábado, 28 de abril de 2018

Yo me quedo en Venezuela, por @centrogumilla ‏




Revista SIC 803 27 de abril de 2018

¿La solución es irse o hay otra alternativa?

Un número creciente de compatriotas se está planteando irse del país. La sensación de que esto ya no da más de sí y que aquí no hay futuro se apodera del imaginario de muchos y entra el síndrome de irse. A cada uno le pasan cosas que lo llevan a decidir esa salida. Pero además es como una conclusión que se cae de madura porque está sugerida por muchas historias del entorno cercano y porque no hay más alternativa en el ambiente. Es como si fuera una epidemia: a uno le entra esa fiebre y no para hasta salir del país. Es ya como una obsesión colectiva, como una pandemia.

Por eso urge poner en el ambiente otra alternativa, para que haya dos posibilidades para ser sopesadas ambas y no dejarse llevar por la pendiente inclinada que hasta hoy parece ser la única salida factible ante una situación no solo de una estrechez vital casi inaguantable, sino que se presenta con una contundencia tan ciega y despiadada que desanima completamente y lo único que provoca es irse de lo que se experimenta como una amenaza vital sin remedio.

No hablamos de casos específicos, como el del que se va porque él o un familiar cercano necesita de medicamentos para no morirse y no los obtiene en el país y puede obtener fuera.

Nos referimos al caso mayoritario del que se va porque no tiene cómo vivir y cree que aquí no hay salida. Se va por necesidad, pero, más aún, por desesperanza. Se va porque le parece que fuera va a encontrar cómo vivir y un ambiente, digamos normal, en el que tenga sentido la vida.

Fundamentalmente, verse fuera del dominio del Gobierno, que mata las posibilidades de buscarse uno la vida horadamente y solo deja como alternativa depender de él y recibir migajas a cambio de seguir sus dictados, teniendo que calarse tantas palabras altisonantes y huecas.

Se van para encontrar aire y poder respirar libremente. Aunque sepan que la cosa no va a estar fácil y que van a pasar muchos trabajos hasta establecerse más o menos.

Lo que proponemos es que se considere también la posibilidad de quedarse en el país. Cada quien tiene que elegir. Lo único que proponemos es que no se piense solo en irse, sino que se sopese que también existe la posibilidad de optar por quedarse.

No decimos que se dejen, así las cosas, es decir que se siga en Venezuela sin tomar ninguna decisión, por pura inercia o porque a uno le asusta tener que empezar de nuevo en un medio desconocido.

No, lo que proponemos es que se sopesen las dos posibilidades y que, si uno se queda en el país, que no sea por no querer decidirse sino porque uno decidió libremente quedarse.

Quedarse por responsabilidad

Ya hemos mencionado los motivos ambientales para irse, que reconocemos que son motivos poderosos, y por eso no nos parece que nadie tiene derecho de acusar a nadie porque se fue.

Nos vamos a referir ahora a los motivos para quedarse. No son motivos de conveniencia. Son motivos de congruencia. La única razón de peso, realmente humanizadora, que tenemos para quedarnos es echar la suerte con el país, con todo lo que hay en el país, con todo ese precipitado de historia que es el que le da su espesor, sus limitaciones, pero también sus posibilidades de rehacerse; pero, sobre todo, echar la suerte con los venezolanos.

Echar la suerte es siempre una apuesta, porque la suerte puede ser buena o mala. Es, pues, una decisión abierta, que tiene que ir llenándose de contenido, y cuyo contenido no depende solo de nosotros sino de todos: de todas las fuerzas que se mueven en el país y en definitiva de todos y cada uno de sus habitantes.

Una decisión tan abierta y tan azarosa y, que en las actuales circunstancias se parece demasiado a apostar a caballo perdedor, solo se puede tomar por amor, aunque esa palabra, tan densa, parezca fuera de lugar. Pero así es: yo amo al país y por eso echo la suerte con él. Obviamente, amar al país es amar ante todo a sus habitantes, pero también a lo que hemos hecho en el país y con el país las sucesivas generaciones.

¿Y cómo se traduce concretamente el amor? No encuentro mejor palabra que la que empleó Pablo VI en el discurso inaugural de la última sesión del Concilio: la manifestación de la caridad “tiene un nombre sagrado y grave: se denomina responsabilidad” (n°16).

Nosotros optamos quedarnos en el país por responsabilidad con él. Entendiendo, como hemos explicado, que ella no está ligada ante todo al sentido del deber, no es una obligación contraída ante nuestra conciencia sino una expresión real y situada de amor, de un amor concreto que no se da, sobre todo, a través de palabras sino con obras y de verdad.

Solo esta responsabilidad, así entendida, puede llevarnos a optar por quedarnos en el país, quedarnos, pues, solidariamente: echando la suerte con él.

Nosotros pedimos que se sopese esta posibilidad, que nos detengamos a planteárnosla y que decidamos desde lo mejor de nosotros mismos.

Encarnarnos, como Jesús

Si nos consideramos cristianos, si hemos decidido, con la gracia de Dios, que el cristianismo lleve la voz cantante en nuestras vidas, tenemos que poner ante los ojos el ejemplo de Papadios y de Jesús. Ellos, viendo que la creación y más en concreto la humanidad, que ellos habían creado y mantenían con su relación de amor constante, iba por mal camino, viendo que se estaba perdiendo, que se deshumanizaba, decidieron salvarla desde dentro y desde abajo.

Decidieron que Jesús, el Hijo único y eterno de Dios, se encarnara, se hiciera un ser humano, echara la suerte para siempre con la humanidad, para salvarla como ser humano, estimulando la libertad de los demás seres humanos, movido por su amor incondicional.

Jesús, movido por este amor absoluto, se responsabilizó de nosotros, pero no para sustituirnos sino para estimular nuestras mejores energías con su compañía alentadora, con sus palabras que alumbraban las mentes y encendían los corazones, con su cercanía humana que desalienaba y sanaba y rehabilitaba.

Tuvo tanto éxito que, habiéndose encontrado a un pueblo contra el suelo de tanto peso y desesperanza, ayudó a que se pusiera en pie, a que se comunicaran desde sí mismos, a que se convocaran y movilizaran.

Por eso los que basaban su dominio en la postración de los de abajo, lo condenaron a muerte en la tortura más cruel e ignominiosa. Parecería que tuvo mala suerte. Pero no fue así.  La última palabra no la tuvieron los déspotas sino su Padre que lo recreó en su seno y desde allí él se apareció a los suyos, que estaban pasmados de perplejidad y completamente desanimados, y se reinició el proceso, que continúa abierto y que aspira, esa es nuestra apuesta de fondo, a tener la última palabra en la humanidad, configurándola como la única familia de las hijas e hijos de Dios.

Para nosotros echar la suerte, en estas circunstancias, con el país es expresión concreta de esta encarnación solidaria. No porque sacralicemos al país sino porque, en estas circunstancias tan adversas, sí es un modo de hacer en nuestra situación lo equivalente de lo que él hizo en la suya.

Concluimos diciendo que tenemos que posicionar en el imaginario ambiental, además de la posibilidad de irse, la de quedarse por solidaridad. Concretamente por esa apostamos nosotros.


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