Por Carolina Gómez-Ávila
Decía Rockefeller que el
mejor negocio del mundo es el petrolero bien administrado y el segundo mejor
negocio del mundo, el petrolero mal administrado. Creo que la noción es
extrapolable a un país de vocación petrolera aunque ahora sea el segundo mejor
negocio del mundo.
Algo con lo que nos cuesta
coincidir a quienes vivimos aquí, de espanto en espanto, el deterioro de todo:
infraestructura, servicios, expectativas de crecimiento y desarrollo,
esperanzas y calidad de vida. Pero gobernar Venezuela es todavía -o quizás
incluso más que antes- un enorme negocio.
A fin de cuentas, una
población famélica, enferma y amilanada es más fácil de complacer. En la
primera década de un eventual cambio de Gobierno, la masa se conformará con
casi nada: un poco de comida, servicios médicos fundamentales y algo de
seguridad personal. Mientras unos comenten a otros “Mejor no te quejes”, “Mira
que vamos en góndola” o “Ahora estamos mucho mejor que antes”, se podría
terminar de privar al país de sus riquezas naturales, subastar sus mermadas
capacidades instaladas y terminar de desguazar las de quienes pudieran
competir.
Lo que sea -y cuando sea-
que venga, terminará de esquilmarnos a menos que empecemos a practicar la
Contraloría Social. Y para eso no hay que esperar un cambio. Es más, ejercerla
podría precipitar un cambio ahora mismo. Me parece que los políticos han sido
sobrepasados por las circunstancias y los cuadros llamados a activarla han abandonado
una labor que les daría dividendos: apoyarse en el carácter protagónico de la
población sin temor de perder su representatividad.
No hay líderes que nos
estimulen a ejercer la Contraloría Social y con ello, como castigo para todos,
arraigan la idea de que no será por liderazgo que se llegue al poder
Por otra parte, la
ciudadanía no estudia ni asume el rol que le corresponde en la prevención y
corrección de comportamientos, actitudes y acciones que sean contrarios a los
intereses sociales y a la ética, en los sectores público y privado, como dice
el artículo 3 de la Ley Orgánica de Contraloría Social.
Y estas dos fallas no
permiten que se vea que “la presión de calle” que necesitamos no está en el
asfalto sino en los pasillos de los Poderes Públicos. Sí, sostengo que la única
presión de calle que puede ser útil a la causa democrática en este momento, es
la Contraloría Social.
He querido hablar de esto
porque es cada vez más impúdico el ataque a la Asamblea Nacional por parte de
quienes deberían ser sus aliados. Antes de que figuras de distinta relevancia
-pero todas igualmente apoyadas por líneas editoriales militantes- sigan
saturando a la opinión pública con propuestas espurias, propongo al Parlamento
que los conjure con jornadas de educación y seguimiento en Contraloría Social.
Cada ciudadano ganado a la
labor que le corresponde es uno menos que atacará al Legislativo y uno más que,
al comprender la auténtica dimensión de la lucha que hay que dar, adquirirá un
compromiso con la democracia, siempre al servicio de la República.
Esta, para ciudadanos y
políticos, es la oportunidad para evitar que otros les tomen la delantera y se
queden con el negocio de los escombros.
01-12-18
http://talcualdigital.com/index.php/2018/12/01/el-negocio-de-los-escombros-por-carolina-gomez-avila/
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