domingo, 6 de febrero de 2011
Otro Febrero más sacándole el cuerpo a balas y derrumbes
Por Radar de Los Barrios
No somos economistas. Usted, que nos está leyendo en estos momentos en Petare, en Catia, en Caricuao, en los Valles del Tuy, en el eje Guarenas-Guatire o en cualquier otro de los barrios populares donde el diario La Voz se vende como pan caliente y donde este blog 4X4 llega con regularidad, muy probablemente tampoco lo sea. Pero no hace falta ser economista para entender lo que está pasando en nuestro país.
EN LAS GARRAS DEL “CAMARADA” PRESTAMISTA
De cada dos personas, una tiene trabajo y la otra sobrevive gracias al “rebusque” informal. La semana pasada escribimos sobre la mitad de la población que, sobreviviendo en la informalidad económica, ha convertido a los barrios en semilleros del emprendimiento, en manantial de la propiedad privada popular. Nos referiremos ahora a esa otra mitad de la población que si tiene algún empleo formal, aunque precario.
De ellos casi todos (ocho de cada diez) apenas ganan salario mínimo. Por eso es que la mayoría de la gente que trabaja en la empresa privada cuida su empleo pero también se las ingenia para tener por lo menos otro trabajo más (el chofer que además es taxista; la oficinista que aplica tintes, “seca cabello” y hace uñas acrílicas “a domicilio”; la señora que en la mañana limpia en una empresa y que en las tardes trabaja en casas de familia, en fin…). Pero si usted se mete en una oficina del gobierno la cosa es todavía peor: Cualquier oficina pública parece un mercado libre. Todo el mundo vende de todo: Desde prendas de fantasía y “gold filled”, ropa interior, trajes de baño y artículos de belleza por catálogo, hasta “menús ejecutivos” para resolver los mediodías. El que no vende nada hace rifas o se las ingenia para organizar un “san”. Esto no es desde ahora, sino de siempre. Solo que antes los empleados públicos lo hacían para “redondearse” el sueldo y hoy lo hacen para sobrevivir, para intentar desesperadamente llegar al quince o al último. Desgraciadamente, casi nunca lo logran. Por eso es que en día de pago los pasillos y alrededores de los ministerios y demás oficinas públicas son el reino de unos torvos personajes, los prestamistas, que cobran intereses hasta mil veces más caros que los de los bancos.
PRECIOS ATLETAS, SALARIOS CON REUMATISMO
Tanto quienes trabajan por cuenta propia para obtener los casi siempre escasos ingresos que se pueden lograr en la informalidad, como quienes hacen milagros para sobrevivir con el salario mínimo que perciben los cada vez más precarios empleos formales, nos enfrentamos a un país en el que los precios parecen una película de terror: Si a principios de los 90 usted podía con 140 mil bolívares comprarse un carro, un rancho o darlo como inicial para una casita, hoy con esa misma cantidad usted apenas podrá comprar un paquete de pañales desechables (si es que consigue los pañales, claro). En la actualidad un kilo de pimentón cuesta más que un kilo de carne. Conseguir leche, al precio que sea, es dificilísimo.
ESPERANZA DE AYER, CONDENA DE HOY
Hasta hace aún pocas décadas el sueño de cualquier habitante de los barrios era trabajar duro, ahorrar lo que se pudiera, lograr que los chamos estudiaran y obtuvieran un título, para finalmente mudarse a una zona de clase media. Eso solía lograrse en el lapso de una generación, es decir, unos 25 años. Fue así como las familias que vivían en ranchos rurales, con paredes de bahareque y techos de paja, pasaron a vivir en ranchos urbanos, con paredes de madera y techo de zinc. Y de los ranchos urbanos pasaron a vivir en apartamentos construidos por el Estado a través del llamado “Banco Obrero”, hoy INAVI. De allí habitantes de urbanizaciones populares como Caricuao, 23 de Enero, Pinto Salinas o Pablo VI lograron luego residenciarse en lugares como El Paraíso, Bello Monte, El Llanito o Macaracuay. Hoy, tras las mega-devaluaciones que ha sufrido nuestra moneda, cualquier apartamento en una zona residencial de Guatire, por ejemplo, puede costar 1200 millones de bolívares o más. Salir del barrio, pues, es para los pobres de hoy un imposible. Por eso los padres y madres de los barrios se concentran en tratar de evitar que los malandros les maten a sus hijos cada fin de semana, y en tratar de evitar que la próxima temporada de lluvias los convierta en damnificados, o en difuntos. En eso se nos va, hoy, la vida en los barrios: sacándole el cuerpo a las balas, y a los derrumbes.
CADA QUIEN “CELEBRA” EL ANIVERSARIO QUE PUEDE…
La que acaba de transcurrir fue una semana de aniversarios: se cumplieron 12 años del 2 de febrero de 1999, cuando Hugo Chávez tomó posesión por primera vez como Presidente de la República. Se cumplieron también 19 años del 4 de febrero de 1992, cuando Hugo Chávez apareció como figura política al precio de más de un centenar de muertos, víctimas de aquel fallido y sangriento golpe de estado. Dejemos que los políticos “celebren” sus aniversarios, si es que algo hay que celebrar. Invitamos a nuestros lectores de los barrios a que cada quien revise su propio aniversario.
En efecto, el tema no es si Chávez es bueno o malo, o si la oposición sirve o no sirve. El punto real es la existencia de cada quien. Que cada uno de nosotros piense en su propia vida y en la de su familia, saque sus cuentas y se responda: ¿Hoy yo vivo mejor que hace 19 años? ¿Hay menos malandros en mi barrio hoy que hace 12 años? ¿Hay más trabajo y mejor pagado que antes? ¿Tenemos hoy al menos la posibilidad de avanzar hacia una vida mejor en un lugar mejor, o debemos aceptar resignados el consuelo de que nos pongan en medio del barrio, en medio del riesgo, en medio de la miseria, un “módulo de barrio adentro” o una “casa de alimentación” como una especie de “premio de consolación”?
Esa si es la cuestión: ¿Estamos hoy más cerca de salir de la pobreza, o estamos “conformándonos” con la idea de tener un gobierno que haga la pobreza “vivible”, como el cuento ese de los “refugios dignos” cuando en realidad lo verdaderamente digno es tener casa, no refugio? Que cada quien saque su cuenta, con honestidad. Y si le gusta lo que ve, bueno, que siga así como esta, cada quien tiene derecho a tener su opinión y a que la misma sea respetada. Y ojalá que consiga colchoneta en su refugio, cuando le toque...
Pero si usted evalúa lo que le ha pasado a su vida en los últimos 12, 19 años, y no le gusta lo que ve, no le gusta que en un país rico como el nuestro sus oportunidades sean cada vez menores, no le gusta que mientras desde el poder nos dicen que “ser rico es malo” uno ve a esos señores y señoras del gobierno cada vez más ricos y a la familia de uno cada vez más pobre. Si usted es de los que ve eso, y está dispuesto a luchar por un cambio, entonces cuente con nosotros.
¡Palante!
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