Juan Guerrero 17 de noviembre de 2019
@camilodeasis
Las
estadísticas en Venezuela son cada vez más dantescas y espeluznantes. Poco más
del 80% de la población se encuentra en situación de pobreza, de ella habría
que agregar cerca del 60% de niños en desnutrición. Se suma ahora una
peregrinación de refugiados que se acerca a los 5 millones de desesperados y
hambrientos migrantes y exiliados.
Ahora
las organizaciones internacionales dedicadas al estudio económico-financiero
nos están advirtiendo que Venezuela se encontrará, a partir del 2020, con una
inflación del 500000% y una tasa de desocupación del 50% en su población
económicamente activa.
Agregaríamos
a todo esto lo que indican las organizaciones humanitarias, como Cáritas y la
Fundación Bengoa, quienes han señalado que el venezolano ha disminuido su
ingesta alimentaria, sea de proteínas como carbohidratos, a niveles extremos.
Eso ha significado una pérdida de poco más de 16 kilos en promedio.
No
podemos dejar de señalar la presencia de enfermedades infecto contagiosas, como
tuberculosis, difteria, malaria, y las carencias acentuadas de los servicios
básicos, como agua, electricidad, gas doméstico, medios de comunicación, entre
otros.
Todo
ello está dibujando un cuadro humano de un nuevo venezolano cadavérico, que,
agregándole las restricciones y carencias afectivas, de inseguridad y ausencia
de protección del Estado, presenta a un individuo en la absoluta y total
desnudez, sea material, psicológica y espiritual. Es acá donde se presentan las
oportunidades de las grandes corporaciones que utilizan a estos desechos humanos
como simples “objetos” de uso corporativo.
Estamos
hablando del nacimiento en Venezuela de la sociedad de la servidumbre.
Individuos que serán –ya existen espacios donde ello se practica- incorporados
a lugares donde se les colocará en puestos de trabajo en líneas de producción,
sea a cambio de alimentación, servicios sanitarios, espacio para pernoctar y
posiblemente una retribución monetaria ínfima.
Recuerdo
que en los años ‘60s., en el sur del lago de Maracaibo, los latifundistas y
hacendados vieron en los desplazados colombianos –familias enteras- la gran
oportunidad de usar esa mano de obra barata –les llamaban braceros- la que
ubicaban en sus espacios, dándoles casa y una paga mínima que era cambiada por
productos, que a su vez eran obligados a comprarles a los mismos hacendados. La
documentación personal era retenida para garantizar la permanencia en el sitio
donde además, se encontraban los lugares de diversión, como prostíbulos y
parques para los niños.
Ahora
aquella antigua y feudal estructura socioeconómica ha sido mejorada y
acompañada por los desarrollos de la cibertecnología, para adecuarla a los
nuevos tiempos. Tiempos que vienen marcados por el oscurantismo más ortodoxo y
fanático que se pueda conocer. Este ocaso de las ideologías está haciendo
aparecer formas de relaciones sociales y laborales medievales pero con rasgos
modernistas.
Los
antecedentes ya tienen décadas funcionando, en países como China, Korea del
Norte, Cuba. En estos y otros sitios, unos más rígidos que otros, los espacios
de las relaciones laborales están determinados por formas específicas de
trabajo, pero todas llevan al uso y tratamiento del ser humano como “objeto” y
no como sujeto, que puede ser desechado en cualquier momento. Jamás el
individuo interviene en la calificación ni evaluación de su relación de
trabajo. Simplemente asume su labor donde no existe organismo alguno que lo
proteja ni defienda frente al patrono-Estado.
La
Venezuela actual, en la práctica, aparece con una secuencia cada vez mayor de
transgresiones del Estado, sea del cumplimiento de sus obligaciones
contractuales como la persecución y desaparición, tanto del liderazgo sindical,
gremial, como de las mismas estructuras de las organizaciones de los trabajadores.
Situación que se presenta atractiva para una eventual imposición de una forma
de trabajo neo esclavizante.
Quien
desee conocer sobre el tema que abordamos puede ver la actual realidad que se
presenta en el denominado Arco Minero de Guayana, donde en poco más de 100 mil
kilómetros cuadrados existen grupos de personas que son organizadas bajo el
amparo de organizaciones paramilitares que sirven, tanto de protección para
ciertos espacios que se han delimitado, como también hacer cumplir las órdenes
de “jefes” que rigen la vida y muerte de aquellos que viven/trabajan en las
minas extrayendo los minerales, como oro, diamante, coltán, esmeraldas.
Quien
vive en esos espacios dominados por los grupos paramilitares debe su
servidumbre a los intereses específicos de quien le contrata. Así también debe
hacerlo la cocinera, la prostituta, el transportista. Nada se discute y todo se
obedece y cumple. La ley y el orden vienen determinados por quien o quienes
ostentan el poder de fuego.
La
realidad que se avecina para Venezuela, sea esta que existe en la actualidad,
de organización criminal en forma de red de redes, especie de pequeños feudos,
reinos o colonias, sea que cambie y se instaure un sistema democrático. También
se enfrentará al uso de mano de obra que sobrará, barata y a bajo costo, que
muy posiblemente será “contratada” a cambio de alimentación, casa y seguridad
personal.
Contrario
a como el común de las personas cree, pienso que el escenario de la sociedad
venezolana de estos y los próximos 10-15 años, será muy parecido a esto que
medianamente describo. Al menos quisiera equivocarme y estos grupos que devoran
a estos hambrientos y desamparados seres humanos, se les ocurra inventar
especie de Juego de Tronos y entre ellos terminen desintegrándose en la fantasía
de este horror de estética dantesca medieval que ya es una realidad.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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