lunes, 7 de marzo de 2011

Poder Popular, ¿Para qué?


Por Antonio José Monagas

En doscientos años de vida republicana que tiene Venezuela, nunca se había vivido el desastre que hoy define el discurrir de este país. Sin empacho alguno o la más mínima vergüenza, el régimen ha venido desarreglando groseramente la institucionalidad democrática en su afán no sólo de enquistarse en el poder; también de infundir terror a través de patéticas amenazas y de ejecutorias cargadas del más pesado y amargo resentimiento. De esta manera, ha podido desencajar una realidad apegada a la legalidad para terminar usurpando derechos económicos, sociales y políticos mediante la figura de las detestables expropiaciones. O mejor dicho, vulgares expoliaciones o burdos saqueos en nombre de la República Bolivariana y "por autoridad de la ley".

No conforme con tan desmedidas prácticas, presumió la necesidad de ampliar la injerencia del aparato administrativo gubernamental para lo cual declaró inminente renombrar las dependencias ministeriales. Para ello se valió de una excusa enteramente risible, consistente en enzarzar la ingenuidad política de la población afecta al oficialismo con alusiones que sólo reflejaban el proselitismo que moviliza su ideología. Así que contrariando los principios jurídicos y filosóficos sobre los cuales se edifica la estructura constitucional, la necedad presidencial de imponer el socialismo, al margen de todo sentimiento democrático, ordenó modificar la denominación de los ministerios que forman el abanico de instituciones que constituyen el Gabinete Ejecutivo Nacional.

En consecuencia, de un día para otro, en el marco de una "revolución armada pero pacífica", apareció una nueva administración pública: los ministerios cambiaron su nombre. Ahora todos son "ministerio del Poder Popular" para cualquier cosa que puede lucir ocurrente. Tantos existen, que hay para todos los gustos, pasiones y anhelos. Sin embargo, el problema no llega hasta ahí. Por el contrario, "pica y se extiende" como problema mayúsculo al fin.

Con el iluso cuento de "todo el poder para el pueblo", el régimen ha inventado múltiples formas de fraguar engaños al mejor estilo populista del siglo XXI. Tanto que la consideración constitucional de que "la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo (...)", sólo sirve como coartada para sustentar razones políticas que no podrían tener asidero por cuanto ello desbancaría al líder del sillón presidencial. Sobre todo, cuando la apetencia por el poder ha llevado a manipular todas las realidades posibles que permitan echar raíces en la jefatura de la nación. Y para asegurarlo, es indispensable hacerle creer a ese mismo pueblo que el poder popular habrá de ser expresado y ejercido a través de los medios organizados de participación ciudadana y protagonismo político. Pero cuáles medios organizados si todo lo que pudiera ser representativo del susodicho poder popular, está reservado sólo a aquellos sectores identificados plenamente con el régimen aunque dependiendo del grado de sumisión que demuestren. Como también, a los contingentes más resentidos por cuanto han sido quienes, supuestamente, han sufrido en mayor grado los efectos más indeseados de la explotación capitalista. O sea, un poder popular que sólo articula odio y violencia con sentimientos de revancha y envidia en un plano de franca anarquía. De forma tal que mientras la democracia no adquiera el sentido exacto de lo que ella significa política, económica y socialmente en el terreno de su praxis más inmediata, lo del poder popular será una entelequia que servirá para engatusar crédulos e ingenuos. Entonces, poder popular, ¿para qué?.

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