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martes, 19 de noviembre de 2013

El caso Daka

ALONSO MOLEIRO 16 de noviembre de 2013

A nadie se le debe escapar este detalle: fue el gobierno el que promovió la presencia de la gente en el festín de los días anteriores. Elías Jaua, entre otros dirigentes chavistas, siempre tan preocupados por los excesos del fascismo, llegó a afirmar, incluso, que si un escenario general de violencia llegara a concretarse "no sería en contra de nosotros"

El rasgo más destacable de toda la crisis generada en el caso de las tiendas Daka no lo constituyen las colas, ni el discurso oficial, ni la engañifa pública que postula la existencia de una "guerra económica".

Por encima, incluso, del nerviosismo generado en el universo del comercio, y del público en general, se me ocurre que con lo que nos tenemos que quedar es con la apropiación del discurso que justifica los saqueos y el pillaje anarquizado, y su legitimación, ejecutado en calidad de amenaza, por parte del gobierno nacional.

Vamos a ponerlo en estos términos: si los programas sociales de este gobierno de verdad tuvieran la efectividad que todos los estamentos del chavismo, desde Iris Varela hasta Ricardo Menéndez, desde Nicmer Evans hasta Mario Silva, postulan como una verdad revelada, en este país no se hubiera presentado un solo foco de pillaje en los episodios de la semana pasada.


Los programas sociales del gobierno no se están transformando en desarrollo social. Todo lo contrario: relajar las normas laborales, apurar soluciones compulsivas y no planificadas, colocar en los mandos gerenciales a personas sin solvencia moral, consagrar la impunidad en el delito, privilegiar la lealtar tribal, promover la tenencia de armas, tolerar las invasiones, agredir a la propiedad privada, le ha ido dando los toques definitivos al virus incivil que se ha apropiado con toda comodidad de la conciencia colectiva de nuestro pobre país. Ahi tenemos en las narices el comportamiento de los motorizados en las calles para cotejar lo que afirmo.

La posibilidad de un escenario de anarquía total expresada en saqueos no es nueva en Venezuela: tiene en la psique de todos, flotando como una eventualidad, desde el 27 de febrero de 1989. De manera implícita y explícita, sin embargo, Hugo Chávez lo asomó como una hipótesis legítima en sus primeras alocuciones públicas una vez investido de presidente.
Alguna vez, incluso, llegó a asomar que tal cosa, un aleccionador flujo invasivo y depredador que recorriera a Caracas del oeste hacia el este, podría tener lugar si la oposición se empeñaba en intentar obstaculizar sus proyectos.

Saquear no es un ejercicio legítimo de justicia, ni un pronunciamiento político con fines específicos. Ni siquiera se trata de un acto de violencia selectiva de carácter propagandistico. El saqueo es la expresión por excelencia de la Venezuela salvaje. El país sin educación, sin valores, sin límites y sin ley. Por lo tanto, sin justicia. La expresión más acabada de la violencia orgiástica, del apuro dionisíaco que habilita a una personas a disponer de bienes ajenos sin castigo y sin consecuencias.

No es la primera vez que tal cosa sucede. Los estallidos sociales pueden ser también fenómenos concretos que se producen en momentos de penurias económicas o tragedias naturales. Han tenido lugar en muchas naciones del vecindario latinoamericano ­República Dominicana, Argentina, Uruguay o Brasil-, y más allá, en el mundo desarrollado, como consecuencia de tensiones étnicas o sociales, en países tan civilizados como Estados Unidos o Inglaterra.

La diferencia respecto a lo que acabamos de vivir y los ejemplos citados es una: los desmanes de las semanas anteriores, aislados afortunadamente, concurrieron a la calle atendiendo un llamado oficial que técnicamente los hizo legítimos. Los llamados a saqueos son aplaudidos y atendidos por acomplejados y resentidos, pero también por los vivos químicamente puros.

A nadie se le debe escapar este detalle: fue el gobierno el que promovió la presencia de la gente en el festín de los días anteriores. Elías Jaua, entre otros dirigentes chavistas, siempre tan preocupados por los excesos del fascismo, llegó a afirmar, incluso, que si un escenario general de violencia llegara a concretarse "no sería en contra de nosotros".

Finalmente, las personas que fueron vistas llevándose en sus carros bienes que no les pertenecen no parecían estar siendo objeto de alguna agresión económica, o padeciendo alguna penuria especialmente grave. Muy por el contrario. Todos pudimos verlos: se trataba de personas bien vestidas y comidas, que acudieron a aquella cita de forma oportunista, asumiendo que nada les iba a ocurrir por llevarse cosas ajenas robadas.

Parecían tener claro que, en Venezuela, aquel que acoja los postulados que el chavismo invoca para poder salirse con la suya jamás será objeto de ninguna sanción. Fueron encarados y enfrentados por muchos presentes en Naguanagua, un episodio que nos indica que en este país no todo está perdido.

Poco se dice, entretanto, de la paradoja que estamos viviendo: un momento de crisis cambiaria y fiscal en tiempos de vacas gordas, esto es, con el petróleo a 100 dólares el barril; un aparato productivo convertido en chatarra y un sistema cambiario, expresado en Cadivi, el verdadero responsable del dólar parelelo, con el cual los funcionarios del gobierno y el Estado han estado esquilmando y sobornando a cualquier ciudadano durante años. Durante los años de la Venezuela bolivariana.


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