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domingo, 17 de noviembre de 2013

La inflación reprimida nazi y el milagro alemán

Roberto Casanova 16 de Noviembre

Los tiempos del dominio nazi sobre Alemania fueron tiempos de desmesura, represión y miedo. La política económica reflejó claramente esos rasgos, sobre todo en los años finales de ese régimen totalitario. Algunos textos de Wilhelm Röpke sintetizan con claridad lo sucedido. Vale la pena citarlos in extenso.

Desde 1933, el nacionalsocialismo alemán ha demostrado que un Gobierno dispuesto a todo es capaz de convertir una inflación abierta en inflación reprimida manteniendo la presión de la inflación sobre precios, salarios, tipos de cambios y cotizaciones de valores mediante una economía coercitiva que lo abarque todo (control de divisas, racionamiento, inmovilización de precios y de salarios, regulación del consumo, fiscalización del capital y de las inversiones…). (…) Pero cuanto más aumenta la inflación tanto más se acentúa la presión, que se trata de compensar mediante la economía coercitiva. Y tanto más amplia y desconsiderada ha de ser también la economía coercitiva para poder detener la creciente presión de la inflación…”[1]

Se trataba de un Gobierno que, urgido de recursos para financiar un enorme y creciente gasto público, promovió una inflación que luego “prohibió”, mediante un sistema de economía de guerra cada vez más estricto. Continúa Röpke:


“A medida que el efecto inflacionista de dinero hace subir precios, costes y tipos de cambio, el cada vez más amplio y elaborado aparato de la economía coercitiva intenta contrarrestar esta subida mediante medidas policíacas. La inflación reprimida se convierte así en un sistema de valores coactivos ficticios, que suele estar inseparablemente unido al usual sistema económico del colectivismo (…) La distorsión de todas las relaciones de valores, la coexistencia de mercados `oficiales´ y `negros´ y el antagonismo entre quienes rigen el mercado y el Estado, que lucha desesperadamente por conservar su autoridad, conducen al fin a una situación caótica, en la que falta prácticamente toda clase de orden (…) El camino de la inflación reprimida termina, pues, en el caos y la paralización”[2].

Luego de la derrota bélica de Alemania no existía consenso, en materia de política económica, acerca de la estrategia para superar el pesado legado del régimen nazi. En esas circunstancias, algunos pensadores (como Alfred Müller-ArmackWilhelm Röpke y Walter Eucken, entre otrosy varios políticos (como Konrad Adenauer y, en particular, Ludwig Erhard), promotores de lo que venían llamando como “economía social de mercado”, supieron aprovechar las posiciones que ocupaban para, a partir de 1948, impulsar un programa de reformas económicas.

El problema central a enfrentar era, dicho en breve, una mezcla de inflación y colectivismo. La reforma tuvo dos componentes. Por un lado, crear disciplina en materia monetaria y fiscal. Por el otro, la eliminación del “…aparato de represión (precios máximos, racionamiento y los demás elementos de la economía coactiva), volviendo a la libertad de los mercados…”[3]. En el marco de este segundo componente, se prestó especial atención a promover un ambiente de efectiva competencia, limitando cualquier tendencia a la concentración económica y al surgimiento de monopolios. De este modo, “del caos y del marasmo de la economía planificada inflacionista surgieron las dos columnas de un auténtico orden económico: la fuerza directora e impulsora que radica en los precios libres y la estabilidad del valor del dinero”[4].

La reforma contó con detractores desde su comienzo, incluidos, por cierto, los funcionarios estadounidenses que ejercían la autoridad en determinados ámbitos en la Alemania ocupada. PeroErhard y otros impulsores de la economía social de mercado mantuvieron la confianza en lo que hacían y se dedicaron a convencer a sus compatriotas, con sentido pedagógico y habilidad política, sobre la conveniencia de las medidas adoptadas. Al cabo de pocos años los resultados obtenidos en materia de crecimiento y bienestar fueron tan favorables que el período fue calificado por algunos como el del “milagro alemán”.

Varios autores, sin embargo, sin desmerecer esta notable experiencia, han sostenido que, en realidad, no hubo nada milagroso en lo que ese país logró. Afirman, en tal sentido, que los resultados alcanzados eran los que debían esperarse si eran ejecutadas, con la prudencia necesaria, políticas liberadoras del emprendimiento económico. El propio Erhard afirmó que “Lo que se ha llevado a cabo en Alemania… es todo lo contrario a un milagro. Es tan sólo la consecuencia del esfuerzo honrado de todo un pueblo que, siguiendo principios liberales, ha conquistado la posibilidad de volver a emplear iniciativas humanas, humanas energías”[5].

Es correcto, pues, considerar que la economía social de mercado es, básicamente, economía de sentido común. Tal vez lo que resulte impresionante sea que, luego de largos años de dominio totalitario y en un entorno mundial de creciente estatismo, Alemania Federal hubiese mostrado semejante sindéresis. Esta reforma “…de elección en elección, fue ampliando la base política de la economía de mercado, al principio muy escasa, llegando por último a obligar a los socialistas a admitirla y borrar poco a poco de sus programas los dogmas típicos socialistas de la planificación económica y de la socialización”[6].

La gran lección de la economía social de mercado para la historia ha sido que cambios económicos y sociales profundos y favorables pueden ser logrados si se piensa y actúa con sensatez.

[1] Röpke, Wilhelm (2007).
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Erhard (1989).
[6] Ibíd.

Tomado de: http://prodavinci.com/blogs/la-inflacion-reprimida-nazi-y-el-milagro-aleman-por-roberto-casanova/

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