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domingo, 28 de diciembre de 2014

Reconstruir la Esperanza, por @felixpalazzi

FÉLIX PALAZZI sábado 27 de diciembre de 2014
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com

Nuestro decaimiento y cansancio se albergan en el corazón mismo del lenguaje que empleamos. Los conceptos que emitimos nos pueden alejar, dividir, desnaturalizar o, por el contrario, acercar y hacernos más humanos. Atrapados en la red de las propias palabras y agobiados por el abuso de las mismas, a veces no logramos percibir la realidad y sólo usamos el lenguaje para legitimar las propias posturas políticas o religiosas.

En estos tiempos sobreabunda la continua referencia -incluso en el ámbito político- a temas como el amor, la fe, la esperanza y la reconciliación. Sin embargo, ¿otorgamos en la práctica el verdadero sentido que tienen esas palabras que usamos?

Usar palabras es más que un simple ejercicio de gramática. Ellas son como las notas musicales con las que se componen grandes partituras. Sólo recuperando el dominio del contenido de las mismas, y lo que ellas implican, lograremos comprender nuestra verdadera naturaleza y saber que no somos impotentes frente a la realidad. Quiero, pues, detenerme en el vocablo esperanza, pues existe una implicación muy íntima entre la fe y la esperanza. Estemos atentos porque los vacíos de esperanza nos suelen hundir en el desencanto cotidiano, como ese que expresamos al decir que "ya nada tiene salida", o que "todo será peor".

Hoy existe, más que nunca, la necesidad de transmitir y generar esperanza. Esto es siempre una tarea delicada y compleja. No se trata, simplemente, de difundir ánimos ficticios. Es más bien conciliar nuevamente una visión y un horizonte que nos permita superar visiones aisladas de la realidad y afrontar la misma de una manera responsable y con dignidad.

Toda esperanza está conformada por esperas, pero éstas no son la esperanza. La esperanza es mucho más que la realización o el fracaso de lo que esperábamos. Identificar nuestras esperas con la esperanza puede llevarnos a la indolencia, a la resignación o a la fuga de la realidad, en caso de no realizarse la acción que esperábamos. También puede conducirnos al conformismo o al triunfalismo. Por eso, exaltar o identificar la realización de aquello que esperamos con la esperanza misma, tiende a opacar su verdadero significado.

La esperanza es una espera vivida y compartida, que moviliza todos nuestros sentidos con la finalidad de alcanzar lo que se aguarda o quiere. Abrir espacios de acogida es un primer paso para reconstruir la esperanza en una sociedad fracturada que ya no es lugar de acogida sino de desencuentros. Sólo cuando compartimos nuestro dolor, desesperanza o desánimo, y cuando nos escuchamos los unos a los otros, entonces la esperanza recobra su potencialidad y su sabiduría transformadora, y nos permite imaginar la realidad de un modo mejor, en aquello en lo que puede transformarse.

Aún siendo siempre un horizonte posible, tener esperanza exige acciones responsables y participación. Es esa fuerza que sana y restituye a la propia naturaleza humana tan golpeada por la desesperanza y la hostilidad. Reconstruir la esperanza es una dimensión de sentido que necesita dejar de lado la polarización y crear espacios de cercanía y solidaridad.

FÉLIX PALAZZI
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com

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