Por Eddie Ramírez, 02/02/2016
“No tengo nada que ofrecer, un conuco, un gallo y un lucero…
dormiremos, cuando el día se acueste, encima del potrero”. Ese es el canto de
amor del pobre conuquero enamorado que se expresa por intermedio de la voz de
Juan Luis Guerra. El término conuco se utilizaba antiguamente en Cuba para el
“pedazo de tierra que los amos otorgaban en préstamo a sus esclavos para que lo
cultivaran o tuvieran animales en provecho propio”. Algo así como la Misión
Vivienda, en que el apartamento lo puedes usar pero sigue siendo del amo
Estado.
En Venezuela un conuco consiste en la siembra, generalmente de varias
especies, en un terreno reducido que el pequeño agricultor trabaja con
herramientas manuales con ayuda familiar. La producción es principalmente para
consumo de los suyos. Un conuco típico puede consistir de matas entremezcladas
de plátano o cambur, yuca, maíz y frijol, para aprovechar el poco terreno
disponible.
¿Tiene el conuco futuro en Venezuela? Sí, el mismo futuro que el
Socialismo siglo XXI. El conuquero nace pobre y el régimen pretende que muera
pobre. Ello no impide que en determinadas circunstancias, el conuco mejorado
pueda cumplir una etapa provisional para que algunos campesinos puedan
sobrevivir pero, salvo casos excepcionales, no es la solución para que el
pequeño agricultor mejore su calidad de vida, ni para satisfacer las
necesidades alimenticias de la población.
El ahora llamado conuco urbano fue conocido en época de la República
civil con el nombre de huerto familiar, comunitario y escolar, siendo promovido
por varias organizaciones como Fusagri. Tiene un objetivo recreativo, educativo
y también para satisfacer una pequeña parte del consumo familiar de tomate,
cebollín, ají, cilantro y otras especies hortícolas, pero generalmente es
marginal como fuente de ingreso y como suplidor del mercado. Nos guste o no nos
guste, hoy en día la agricultura vegetal es una actividad empresarial que
requiere garantía de la propiedad de la tierra, crédito oportuno, semilla
mejorada, agroquímicos, riego y maquinaria, además de apoyo de la investigación
y de servicios de asistencia técnica. Igualmente, los subsectores animal,
pesquero y forestal requieren condiciones propias de esas actividades.
Excelente la intervención de la diputada Mariela Magallanes acusando al
régimen de haber expropiado una empresa como Agroisleña que era muy importante
para el sector agrícola y operaba con 400 trabajadores, para transformarla en
la roja Agropatria que tiene 2000 trabajadores y no suple los insumos que
requieren los agricultores. Por cierto que la Asamblea Nacional debería
investigar qué pasó con esas “casitas de plástico” ubicadas al borde de la
autopista en los alrededores de La Victoria, que costaron millones de dólares y
no produjeron ni un rábano.
Lorena Freitez, la flamante ministra de Agricultura Urbana que
sustituyó a la que predicaba que a los gringos había que darles con un palo,
puyarles los ojos y espicharles las criadillas, afirma que con 1.200 hectáreas
de agricultura urbana se puede alimentar 1.300.000 personas. Entonces, según
sus cálculos, bastarían unas 28.000 hectáreas para alimentar a todos los
venezolanos, lo cual indicaría que fue una tontería del régimen expropiar
fincas. A pesar de algunas declaraciones que dan risa, es deseable apoyar los
huertos urbanos y en muchas ciudades del mundo desarrollado tienen cierta
importancia, pero hay que otorgarles un lugar realista.
La agricultura venezolana retrocedió en los últimos años y hoy somos
más dependientes de la importaciones porque los dirigentes del régimen tienen
un conuco en la cabeza. Es decir una mezcla de ideas, todas ellas obsoletas,
que no les permiten visualizar hacia dónde se dirige la producción moderna de
alimentos. El amor por el conuco es romántico, pero perverso porque pretende
que los campesinos no progresen.
Como (había) en botica: El libro de Nelson Bocaranda engancha
desde la primera página. Nos pasea por un gran número de personajes nacionales
e internacionales, a través de anécdotas simpáticas que permiten conocer la
pequeña historia de las últimas cinco décadas. Al irresponsable Trucutú Cabello
no le importó arriesgar la vida de su esposa y de sus hijos al encomendarles
ingresar a la cárcel donde estaba detenido, granadas en una piñata y explosivos
en las patas de la silla de un bebé. Si así procedió con los suyos, no debe
extrañar la saña con la que procede con quienes piensan diferente. Del Pino,
presidente de Pdvsa, ahora pregona que la salvación de Venezuela está en los
diamantes. Sin embargo en los últimos años el ministerio de Petróleo y Minería
no ha reportado ni un quilate de producción y sospechosamente Venezuela se
retiró del Protocolo Kimberley que certifica el origen de los diamantes. ¿Hasta
cuándo demorarán el juicio al luchador Antonio Ledezma como excusa para que
siga detenido y no pueda reasumir la Alcaldía Mayor?
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
Eddie Ramírez
eddiearamirez@hotmail.com
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