Laided Salazar |
Por Tamara Suju Roa, 02/02/2016
Seis meses tenía la Capitana (Av) Laided Salazar sin ver a su hijo, en
el Centro Penitenciario Fénix, ubicado en Barquisimeto, capital del estado
Lara, Venezuela. Rafael Alejandro, de tan solo 11 años de edad ya la había
visto mientras estuvo en Ramo Verde, la cárcel militar donde permaneció hasta
que fue sentenciada a 8 años y 7 meses de prisión por los delitos de
instigación a la rebelión y contra el decoro militar.
Laided es odontólogo y capitana asimilada de la Aviación venezolana,
decisión que tomó porque siempre le gustó el mundo militar, profesión que
asumió con el honor de portar el uniforme azul por todo lo alto, hasta el día
en que Nicolás Maduro anunció en cadena nacional que se había desarticulado un
golpe de Estado conocido como “el golpe del Tucano”, nombre dado porque se iba
a utilizar un avión militar de entrenamiento llamado Tucano, y que además
vendría del exterior para bombardear el Palacio Presidencial y otros lugares.
Sería pues, una acusación más que se sumaba a todas las anteriores sobre
intentos de magnicidio y procesos de desestabilización con el cual han
perseguido, encarcelado y procesado a cientos de venezolanos inocentes, sin poder
demostrar su culpabilidad real y la existencia de dichos hechos.
Rafael Alejandro se levantó ese día muy temprano, porque junto a su
tío, Carlos Javier, quien también ha sido parte de la defensa de Laided, tenían
que emprender el camino a Barquisimeto, ciudad que queda a más de cuatro horas
de distancia de su casa. Llevaban comida permitida en el penal, algo de ropa,
libros, pero sobre todo, la ilusión de un niño por ver a su madre después de
tanto tiempo.
Cuenta su tío, que al pasarlo por aquellas grandes murallas, llenas de
púas, y por todos los sistemas de seguridad, muy modernos por cierto, trató de
distraer la atención del niño en su travesía por pozos de agua y cemento,
obreros y polvo, sequedad y calor y los presos que conviven en dicha cárcel, hablándole
de cosas de niños, esperanzado de que poco quedara en su memoria de una cárcel
aún en construcción, que sólo tiene la fachada lista porque el resto del penal
es eso… polvo y cemento.
Rafael Alejandro preguntó por qué su mamá estaba ahí y no en la cárcel
de militares, donde había ido antes. Cuando llegaron al cuartico donde Laided
lo esperaba con los brazos abiertos, la abrazó y ambos lloraron por largo rato.
Laided no dejaba de abrazarlo y de besarlo y de observar aquella carita que en
seis meses no había visto, mucho tiempo en la vida de un niño de esa edad.
Laided quería saber sobre el colegio, sobre los estudios, sobre los amigos de
Rafael Alejandro, tratar en pocas horas de reconstruir seis meses de la vida de
su hijo, y esconder sus propios padecimientos y sufrimientos en un presidio
injusto y duro. Al niño no se le escapó que su mamá estaba “muy flaca” y así se
lo dijo a Carlos, su tío cuando salió.
Quien ha tenido la oportunidad de visitar las cárceles de Venezuela
entenderá mis palabras cuando les digo que no hay nada que le quite a uno ese
olor fétido que se impregna en la ropa y en la piel y que incluso puede durar
días, porque las cárceles de Venezuela huelen a excremento, insalubridad y
basura. La celda de Laided mide cuatro metros de largo por metro y medio de
ancho. Tiene una cama de cemento y un hueco en el piso, una letrina, de la que
salen gusanos y otros animales que ella tapa con unos trapos. Una vez a la
semana recibe un tobo de agua de aproximadamente 18 litros, ya que el centro penitenciario
no tiene agua. Ese tobo debe alcanzarle para su aseo personal, el de la celda,
para lavar su ropa y además, echarle a la letrina. Pasa el día encerrada y su
celda está ubicada en la zona de castigo del penal. Desde ahí puede escuchar
por ejemplo cuando a los presos los ponen a hacer orden cerrado y a cantar
obligados consignas a favor del gobierno, ración de adoctrinamiento al que son
sometidos diariamente. Lee libros que le lleva la familia -tiene permitido uno
por semana- pinta, escribe y piensa mucho.
Desde hace varios meses, justamente desde que fue postulada por la Mesa
de la Unidad Democrática como diputada para la Asamblea Nacional, Laided ha ido
disminuyendo de peso, al punto de estar hoy en estado de desnutrición y
deshidratación, por la mala y poca alimentación. La población penal en su
totalidad presenta signos de desnutrición también, ya que la escasez de
alimentos que sufre todo el país se siente aún más en todos los penales. Pero
en el caso de Laided, puede observarse ensañamiento ya que la comida no solo es
muy escasa, sino que a veces viene descompuesta y mal oliente. Estos últimos
días su madre, Ana Teresa Maldonado ha denunciado que la Capitana pesa
aproximadamente entre 35 y 40 kg, y que se le pueden ver las costillas y los huesos
de las caderas. Ante las denuncias continuas y el escándalo público sobre su
situación, el defensor del pueblo anunció la semana pasada que había solicitado
medida humanitaria para Laided, y el día jueves 28 por la noche, Laided fue
trasladada a la cárcel militar de Ramo Verde, en Los Teques, estado Miranda. Su
familia espera la atención inmediata de médicos especialistas que le devuelvan
a Laided la buena salud que siempre tuvo y que le robaron como castigo, como si
fuera un complemento de la pena impuesta injustamente.
Laided Salazar, además de estar injustamente encarcelada, fue sometida
por casi un año a tratos crueles, inhumanos y degradantes, con saña y
premeditación. Como vengo diciendo, así es la esencia de este régimen que
además tiene en sus filas a mujeres que actúan fría y despiadadamente, desde lo
más alto del poder hasta simples directoras de cárcel o custodias, pero que
tienen un carnet rojo guindado al cuello, que les permite cometer abusos con
total impunidad.
Mientras tanto, Rafael Alejandro espera en su casa, que le devuelvan a
su mamá.
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