Por Armando
Janssens
A mi regreso, después de estar
cuatro semanas en Europa, con la familia y amistades por motivo de un duelo,
percibí, desde mi primera visita al barrio, el ambiente crispado y envenenado
que está rodeando la convivencia diaria. Detrás dejo los problemas europeos,
con miles de refugiados invadiendo los países de ese continente, el choque de
culturas y de costumbres que afecta el equilibrio precario con que la mayoría
de la gente vive el encuentro inesperado, las agresiones violentas y sexuales
del año nuevo en Colonia y otras ciudades nórdicas que son motivos de
prejuicios, y hasta aumenta el racismo siempre latente en grandes capas de la
población.
Encuentro que el ambiente en
mi barrio es totalmente diferente. Tan distinto al de siempre que ni siquiera
salieron a celebrar los carnavales como siempre lo hacían. Ni a sus niños
pequeños, con excepción de los del kínder, tomaron el tiempo para disfrazarlos,
ya que pocos pueden utilizar sus menguados ingresos para un gasto de este
tamaño. Pero tampoco están en la misa, ni muchos menos fueron a ver las
carrozas en Sabana Grande. Muchos más fueron a hacer las colas en los grandes
mercados para obtener algo de los productos regulados u otros necesarios.
Imagínense, en estos días de descanso colectivo, salir a las 4:00 de la mañana
sin más. ¡Son héroes! Después de horas regresaron frustrados, y con pocos
resultados satisfactorios. Los comentarios fluyen:
—Ni siquiera se abrió el
supermercado a tiempo, y luego no había nada para comprar.
—Yo conseguí algo de margarina
y harina de maíz: ¡Feliz Polar!
—Pero los precios de los otros
productos por las nubes y mi dinero, ¡cada vez menos me alcanza!
El sentimiento colectivo es
uniforme: “¡Es un desastre, no hay gobierno! ¿Cuánto tiempo más se aguantará
esto?”.
Pero eso no es todo. Hablan
del aumento de la gritería y de las violencias frecuentes que se observan en
las colas, custodiadas por las milicias que imponen sus criterios. Hasta se
llevan algún hijo mayor para asegurar su propia seguridad. Todos saben de los
gerentes presos por haber estafado y convertido en negocio propio el
establecimiento, y esto se aplaude. Pero eso es solamente un saludo a la
bandera. Por todos lados se observan irregularidades. Ciertos “bachaqueros”
saben cómo llegar con una faja de billetes y lograr sacar por la puerta de
atrás la mercancía para venderla hasta a su propia gente. Así, por ejemplo, la
señora María que, por su edad y por sus piernas, no puede andar, compra a un
vecino revendedor al triple del precio original: Por amistad, dice el vecino,
porque normalmente lo vendo hasta cinco veces más caro.
Escucho con atención y sin
poder intervenir mucho. No es que son relatos diferentes a los que antes
contaron, pero ahora desapareció el tono ligero y se cuenta todo sin chiste y
con burla. Oigo claramente la desesperanza, llegar hasta el final del
camino, y dispuesto a no permitir más abusos. ¿Hasta dónde llegará? Espero que
sea sin violencia, así les dije claramente.
No entiendo al gobierno ni al
presidente Maduro que dejan llegar tan lejos la situación y llevar a la pobreza
extrema a tanta gente. ¿De dónde la incapacidad para tomar decisiones, para
intervenir con alguna eficacia? Tanto tiempo que todo el país está esperando el
aumento del precio de la gasolina, y nada. Tanto tiempo que estamos esperando
una acción contra los colectivos armados que aterrorizan a la población, y
nada. Tanto tiempo esta inflación que empobrece especialmente a los más pobres,
y nada. Tanto tiempo rodeado por la corrupción, el engaño, y nada. Y los medicamentos,
los reactivos y los insumos medicinales escasean hasta el extremo, y nada. Es
como un juego macabro abriendo esperanzas y quemándolas en la indolencia de
gobernar. No puede ser una actitud consciente, y no se puede pensar que se está
envenenando la situación para llegar a situaciones militares que afectarán a
todos.
Y especialmente, la violencia
callejera que nos rodea a diario en cualquier sitio, esperado o no. Son ciertas
las cifras de la fiscal o las del Observatorio Venezolano de Violencia, pero
son cifras desproporcionadas para un país normal que no está oficialmente en
guerra. ¡Y nada! La violencia se organiza mejor y dentro de poco viviremos
todos a cargo de en un “pran”, presos en nuestro propio país.
Contaron que el hijo de Laura
estaba en el Metro de última hora que fue asaltado en Catia por un grupo de
malhechores armados con las mejores armas; dijeron que robaron de todo pero
añadieron la famosa frase: “Felizmente no dañaron a nadie”. Hace un año
asaltaron mi apartamento en el piso trece, y se llevaron todo lo que pudieron.
En la estación del Cicpc, donde denuncié el hecho, encontraron una semana
más tarde en los sótanos, una cárcel improvisada donde la misma policía
extorsionaba a sus propias víctimas ¡“para redondear sus sueldos”!
Utilicé en el título de este
artículo la palabra INMORAL. No la definí yo, sino un habitante de mi sector,
que observando la situación catastrófica del país y la supuesta incapacidad del
presidente, lo planteó en términos directos: “Este es un gobierno inmoral”.
Cuando le pedí que explicara lo que quería decir con eso, me contestó bajo la
aprobación de los demás asistentes: “Piensan en sí mismos, y no en la gente.
Piensan en sus comodidades, y no en nosotros. Piensan en su propio partido y no
en el país, recibieron el poder de gobernar y no lo hacen. Hablan horas y
horas, prometen y prometen”. Y, después de un silencio abrumador, añadió:
“Simplemente, esto es inmoral”.
14-02-16
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