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martes, 31 de octubre de 2017

Y si nos va bien, pues, nos dividimos por @tulioramirezc


Por Tulio Ramírez


Cuentan los analistas de cafetín que cuando se implantó la política de pacificación por parte del presidente Caldera en su primer gobierno, se generó una diatriba en los mandos guerrilleros sobre la conveniencia o no de dejar la montaña e incorporarse a la lucha política abierta. Esta discusión trajo como consecuencia que se crearan facciones que asumían que acogerse a la pacificación era traicionar los ideales revolucionarios, mientras que otros sectores prefirieron incorporarse a la legalidad como una opción real de poder.
Al final del día un archipiélago de grupos y grupitos alzados en armas se quedaron en la lucha clandestina, mientras que otro grupo de partidos y partiditos de inspiración marxista, escogieron la vía democrática para vender la idea de construir una sociedad sin clases sin recurrir al exterminio del que piensa distinto. Esta es quizás la primera experiencia de fraccionamiento, división y trompadas ideológicas que conoció nuestro acontecer político vernáculo en la era moderna. Luego vendría la división del AD que dio nacimiento al MEP, aunque no por razones ideológicas sino por la lucha entre grupos internos por el dominio del poder partidista.

No hay que ser un sabiondo de la política para entender que el Big Bang de la izquierda venezolana fue producto de la derrota de la lucha armada. De fraternos camaradas pasaron a acusarse de renegados, dogmáticos, stalinistas, pequeños burgueses, revisionistas, anárquicos, ultraizquierdistas y reformistas. No hubo epíteto que no se utilizara para enjuiciar al otro. Hoy en día estamos observando la misma situación entre los llamados factores o partidos de oposición al gobierno impresentable de Nicolás Maduro. La derrota en unas elecciones regionales de dudosa transparencia, ha destapado los demonios en ese sector de la política venezolana.

A diferencia de los soñadores de izquierda de los 60, cuya derrota siempre estuvo cantada por nunca haber tenido el apoyo del pueblo, la oposición agrupada en la MUD logró, por lo menos desde 2013 al 2015, conectar con el deseo general de cambio que transpiraba la mayoría de los venezolanos. El resultado de esa conexión fue la paliza propinada al régimen chavista en las elecciones parlamentarias. Ahora bien, bastó que se diera ese triunfo para que la, hasta ese momento, alianza triunfadora comenzara a desvariar sobre las fórmulas para desalojar del poder a Maduro junto a su combo de sancionados.
Qué en 6 meses el mandado está hecho, dijo Ramos Allup, sin especificar cómo se comía eso; que, si mejor y más rápido es con una constituyente, dijeron algunos juristas; que no, que el cobre se bate en la calle, dijeron Leopoldo y María Corina; que no vale, que el revocatorio es lo más expedito, dijeron los justicieros. En eso se nos fueron los primeros meses del 2016 y las doñas del CNE aprovecharon esa indecisión para alargar la convocatoria, colocar todas las trabas y hacer ilusorio ese derecho establecido en la constitución. Al final no se logró, y quedo la facturita pendiente. Ramón Guillermo Aveledo fue el chivo expiatorio y pagó los platos rotos. Nombraron a Chuo Torrealba, quien con mucho decoro asumió la responsabilidad de tratar de dominar las pasiones de todos los sectores y ser el vocero de la MUD.


En 2017 Maduro nos madruga con una convocatoria inconstitucional a una Asamblea Constituyente y no faltó quien dijera que se debía participar en esas elecciones. Finalmente se impuso la postura de no hacerlo, pero quedaron algunos resentimientos. La guinda de la torta fueron las elecciones regionales. Fue imposible una sola estrategia para afrontar con la misma fuerza de las parlamentarias, a esta nueva contienda electoral. Hubo un sector que entendió que con la abstención se ganaba más que participando. Otro sector entendió que si no participaba se perdía más de lo que se ganaba. La guerra de posiciones fue feroz. Por otra parte, costó un mundo llegar a acuerdos sobre los candidatos, hubo que ir a primarias en la mayoría de los estados, y en la campaña electoral se dijeron de todo. Otra facturita pendiente.  Ahora, después de ganar 5 gobernaciones (una sexta, pendiente), tampoco hay acuerdo sobre presentarse o no ante la ANC para poder ejercer el cargo de gobernador. Unos dicen que lo hacen por solicitud del pueblo y el otro dice que no lo hace por solicitud del pueblo. Y sobre el megafraude, unos dicen que no hubo y otros que sí. Vaya usted a saber.

Total, que más allá de las consideraciones sobre quien o quienes tuvieron la razón, podría aplicarse aquella frase que la leyenda urbana de la política venezolana atribuye a un connotado líder de la izquierda decimonónica de los años 60. Este legendario comandante, después de logrado el acuerdo de unión entre varios partidos de izquierda para ir en comandita a una campaña electoral por la presidencia de la República, dijo: “y si nos va bien, pues, nos dividimos”.

30-10-17




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