Por Claudio Nazoa
Hoy escribiré sobre un sitio
que me gusta y un buen hombre que partió, ojalá al infierno, como casi todos
mis amigos cadáveres. Espero que cuando me toque empacar mi última maleta, Dios
en dicha, me envíe a paraíso tan pecaminoso, candente, turístico y excitante.
El sitio: un restaurante de
vieja data, en Caracas, llamado El Tizón. El amigo: Tavera, el mejor barman que
he conocido.
El Tizón tiene una barra
quitapesares fabulosa y una cocina con un maridaje perfecto entre comida
peruana y mexicana, bajo la experiencia gastronómica de la misteriosa chef
Vanessa. ¿Mi lugar preferido? Un rinconcito de esa joya en forma de barra.
Más que cliente, he sido amigo
de Tavera y de Héctor, quien por cierto es igualito a Diego de la Vega, el
Zorro. Ambos, a lo largo de mi vida, se convirtieron en psicólogos y cupidos.
Entre margaritas, vinos, whisky y la mejor sangría del mundo preparada por
Tavera, pasaba horas comiendo, bebiendo, hablando mal de todos los gobiernos,
enamorándome, despechándome y haciendo negocios buenos y malos.
Durante 25 años me he sentado
en la barra de El Tizón. Allí, me han maleteado, me he enamorado y he montado
cacho infinidad de veces. Ojalá y cuando la pelona me llame, mis amigos
esparzan mis cenizas en esa maravillosa barra donde la comida y el licor
siempre han estado acompañados por bármanes, cocineros y mesoneros que, de tan
amables, parecen los dueños del sitio.
Mi amigo Tavera siempre fue
especial. En los años sesenta y setenta era hippie y participamos juntos en
algo que se llamó: la experiencia psicotominética. Trabajó en Radio Capital.
Sabía hasta de lo que no sabía y todo lo sabía bien. Tenía, según él, como
cinco mujeres a la vez y creía que todas las demás le pertenecían también.
Un día Tavera enfermó y, sin
embargo, nunca quiso dejar de trabajar. Era tan fanático de hacer feliz a la
gente que en vacaciones y días libres se acercaba a El Tizón. En una ocasión,
me dijo:
—Claudio, si algún día cierran
El Tizón, yo me muero…
Y así fue. El Tizón fue
remodelado y cerrado para su excelente y remozada presentación en sociedad. Ese
tiempo, en el que El Tizón no abrió, un ángel disfrazado de barman aprovechó
para morir.
Estoy yendo de nuevo a ese
extraordinario y tradicional sitio. Mi rincón está allí. La barra, sigue allí.
Detrás de ella, la sonrisa del amable y gran Héctor.
Por increíble que parezca, en
espíritu gigante, también está Tavera, diciéndonos que la vida es bella y que
se puede ser feliz.
09-04-18
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