Fernando Mires 10 de abril de 2018
Cuando
no hay leyes ni reglas claras hay que dejarse regir por máximas. Esa también es
una máxima y fue formulada en distintas ocasiones por Immanuel Kant. Por
ejemplo, una máxima que he intentado seguir dice así: “si escribes un texto
breve, no abordes más de un tema o si no lo echas todo a perder”. Así lo decidí
al escribir mi artículo titulado “La miseria del abstencionismo venezolano”.
Dejé un tema pendiente y no pocos lectores me lo hicieron saber a través de las
redes.
No
siempre respondo a interlocutores digitales. Las más de las veces son
agresiones, insultos. Pura basura. Pero de vez en cuando recibo réplicas
inteligentes. Varias de ellas me hacían la siguiente
pregunta: “Usted llama a votar. ¿Pero no significa eso legitimar a la
institución convocante, a la Asamblea Constituyente impuesta por medios
fraudulentos por la dictadura”? “¿A una AC que no es reconocida en ningún país
democrático del mundo?” “¿No es eso una contradicción?”
Mi
respuesta ha sido y es: Sí: es una contradicción. Y como
contradicción hay que asumirla. Y como es una contradicción, la voy a explicar.
Partamos
de la base de que el gobierno de Maduro no es -desde las presidenciales del
2013 cuando la señora Lucena se negó a mostrar los cuadernos electorales- un
gobierno legítimo para la mayoría de la oposición. Pero
ese no ha sido problema para que la oposición, bien encaminada, hubiera
decidido defender el principio de legitimidad frente a un gobierno considerado
ilegítimo. Por eso asumió la defensa de la Constitución. Por eso asistió a
todas las citas electorales convocadas por el gobierno. Por eso fue a la cita
del 6-D y obtuvo un triunfo legítimo sobre el gobierno ilegítimo. ¿Qué nos
cuenta esa experiencia? Algo muy simple: la oposición aceptó que un
gobierno ilegítimo convocara a elecciones legítimas. Y lo aceptó porque no
tenía otra alternativa para enfrentarlo. Y lo aceptó, a sabiendas que
iba a enfrentar a una dictadura y no al gobierno de Suecia. Y lo aceptó, por
último, porque estaba convencida de que exigir convocatorias legítimas a una
dictadura es un absurdo sin nombre. Las dictaduras legítimas –eso es lo
que no pueden entender algunos inmaculados de la política- no existen.
Hoy,
una AC tan ilegítima, y más aún, tan ilegal como el gobierno de Maduro, convoca
a elecciones presidenciales. Pero ahora, a diferencia con otras
ocasiones, gran parte de la oposición no acepta ir a las elecciones porque el
convocador es ilegítimo. Luego, no quienes acudirán a la elección a votar por
Henri Falcón sino los que predican la abstención son los que han entrado en contradicción
con la línea electoral de la MUD: la de acudir a todas las elecciones aunque el
convocante –llámese gobierno o AC- sea ilegítimo.
De
acuerdo a la coartada de no votar para no dar reconocimiento a la AC, la
oposición centrista ha cedido el espacio a los sectores más extremistas, a
los seguidores de la señora Machado, a los que gritan “dictadura no sale con
votos”, a los que esperan que otros países les resuelvan los dilemas que ellos
jamás sabrán enfrentar.
Declaraciones
como las emitidas por un grupo de “parlamentarios jóvenes” –precisamente los
que llegaron al poder gracias a elecciones sin condiciones democráticas (¡y con
“ese CNE”!)- o por las del partido Primera Justicia, podrían ser perfectamente
suscritas por “Soy Venezuela”. Al igual que el movimiento de MCM, el
neo-abstencionismo ha sustituido a la política por una pseudo moral. La
línea moralista y no política de MCM ha terminado por imponer su hegemonía en
la oposición.
Fue
también Immanuel Kant quien en su “Paz Perpetua” logró hacer la fina diferencia
entre un político moral y un moralista político. Según Kant, el
político moral actúa de acuerdo a normas vigentes. El moralista político, en
cambio, intenta imponer SU moral aunque esa imposición lleve a la destrucción
de sus propias fuerzas políticas. Esa es la razón por la cual muchos
moralistas políticos han terminado por convertirse en grandes inmorales. En
nombre de una moral petrificada terminan entregando el poder a las fuerzas
contrincantes, en este caso, a la dictadura de Maduro.
¿Pero
no es acaso la AC una institución no solo inmoral sino, además,
anticonstitucional? ¿Cómo una oposición que ha declarado su apego a la línea
constitucional va a romper en nombre de una elección con la propia
Constitución? ¿No escribió el ya citado Immanuel Kant que la Constitución es
expresión de la moral ciudadana?Son argumentos serios y fuertes. Y con la
seriedad y fuerza que merecen, trataré de responder.
Efectivamente:
la AC es ilegítima porque es inmoral y es inmoral porque es
anti-constitucional. De eso no cabe la menor duda. Pero esa AC pertenece a la
dictadura. Y toda dictadura, precisamente porque lo es, lleva a la política a
un borde que limita con la guerra. Toda dictadura es militar. Y para
toda dictadura la política es una práctica que se rige por la lógica militar,
práctica dirigida al exterminio del adversario. Bien, esa lógica no la
impuso la oposición, que es política por excelencia. La impuso la dictadura. La
impuso desde el momento en que creó a la AC para exterminar a la AN y a la
oposición a la vez.
Efectivamente:
en la Venezuela de hoy no rigen principios constitucionales porque ellos han
sido usurpados por principios anti-constitucionales. Por una institución, la
AC, puesta por encima de la Constitución. De ahí se deduce que la tarea
política de la oposición es rescatar a la Constitución. Eso solo puede
hacerlo acudiendo a las elecciones presidenciales, aún en las condiciones
dictadas por la dictadura, porque bajo esa dictadura no hay ni habrá otras
condiciones. ¿Los fines justifican a los medios? Ni siquiera eso. Pues no
se trata de elegir entre un medio y otro sino de utilizar el único medio que la
oposición tiene a su alcance: las elecciones convocadas por una entidad
dictatorial.
Kant
–para seguir citándolo- escribió en su “Crítica de la Razón Práctica” que la
Constitución articula una razón moral que precede a la Constitución, una razón
que viene de la propia experiencia humana y que nos lleva, antes de que
aparezcan las leyes, a conocer la distancia entre lo bueno y lo malo. La diferencia
es que la ciudadanía venezolana conoció una Constitución, hasta que se la
quitaron. De lo que se trata, por lo tanto, es de recuperar a la
Constitución. Y cuando la Constitución ha sido robada, hay que recurrir
a medios no constitucionales para rescatarla, entre ellos, aceptar la
convocatoria de la AC, para después –cuando se den las condiciones- aplastar a
esa misma AC con todo el peso de la Constitución. A veces hay que actuar
así: si una banda armada te asalta y exige tu dinero, tú lo entregas sin pensar
que con eso legitimas a la banda. Después – si continúas vivo- llamarás a
la policía. La política, del mismo modo, puede ser constitucional como puede no
serlo. El ideal es que la política se ajuste a la Constitución, pero cuando no
hay Constitución hay que recurrir a formas no-constitucionales para reivindicar
a la democracia y a la propia Constitución. Si no se entiende eso, estarás
destinado a ser siempre derrotado.
Maduro
y los suyos no son gente buena. Pero no son brutos. A diferencia de los políticos
de la oposición que suelen enredarse en temas jurídicos y morales perdiendo
fácilmente la orientación estratégica, Maduro y los suyos no se hacen esos
problemas. Ellos actúan guiados por la voluntad de poder. La AC nació
como producto de esa voluntad de poder. Su objetivo preciso fue destruir a
la AN y con ello a la propia Constitución. Más tarde descubrieron que,
además, la AC podía ser utilizada como “trampa cazabobos”. Es
decir, percibieron que, mientras existiera la AC, gran parte de la
oposición -sobre todo la conducida por los moralistas políticos- nunca irá a
votar. Por eso, en las conversaciones de Santo Domingo estuvieron dispuestos a
ceder en algunos puntos, menos en el retiro de la AC. Lo increíble es que la
oposición les siguió el juego. Decidieron llamar a no votar para no reconocer a
la AC y como Maduro nunca retirará a la AC, ¡decidieron que no votarán nunca
más mientras exista la dictadura! En el entretanto, Maduro y sus
amigos –es lo más probable- se mataban de la risa.
Todavía
hay tiempo para recapacitar. En política, sobre todo cuando se lucha contra
regímenes dictatoriales, hay que perder la virginidad. El paraíso terrenal no
pertenece a los inmaculados. Yo pienso que hasta Kant –solterón hasta la
muerte- me daría la razón. Contra una dictadura la moral de los
moralistas políticos no sirve para nada.
Y si
en Venezuela, bajo el imperio de una dictadura, la única alternativa que existe
es ir con Falcón, hay que ir con Falcón, siguiendo incluso a la convocatoria de
la fraudulenta AC. Lo demás es pura paja.
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