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sábado, 26 de diciembre de 2020

El divino verbo, por @camilodeasis


Juan Guerrero 25 de diciembre de 2020

@camilodeasis

No existe nada tan venezolano como los aguinaldos y villancicos criollos. Es que esta tradición se remonta hasta los primeros tiempos de nuestra cultura. Es tan grato escuchar por la época decembrina esa peculiar música que ya es parte esencial de nuestra identidad. Es que el tiempo de Navidad no es tal sin escuchar esos cantos que tarareamos desde nuestra niñez.

Uno de ellos es ‘El Niño Criollo’, cuya letra le corresponde a Isabel Herrera y la música al maestro, Luis Morales Bance. Me parece una de las más atrevidas letras que se han podido escribir sobre este tiempo tan singular, donde se recuerda al Niño Jesús y su familia. Pero en esta letra resulta que el mismísimo hijo de Dios no es otro que un niño venezolanísimo. Hijo de una madre andina y padre llanero.


Así dice la canción de Herrera y Bance: “Si la virgen fuera andina/ y san José de los llanos/ el niño Jesús sería/ un niño venezolano”. Semejante atrevimiento solo se le puede ocurrir a un venezolano. De esto ha resultado una costumbre que nos viene desde siglos atrás. Me refiero a nuestra tendencia a vincular hechos trascendentales de la humanidad, asimilándolos de tal manera, que resultan de lo más familiar hasta hacerlos parte de nuestra cotidianidad.

Por eso me resulta tan grato y a la vez, sorprendente esta manera tan venezolana de vincular al hijo de Dios como parte inherente, de carne, huesos y sangre, del servenezolano. Es que la canción continúa su hermosa irreverencia, mostrándonos a un niño Jesús de tez curtida y ojos oscuros: “Tendría los ojos negritos/ quién sabe si aguarapados/ y la cara tostadita/ del sol de por estos lados”

Es osada la letra de esta bella melodía decembrina. Tan osada como los mismos actos de honra y celebración del Divino Verbo, que desde el siglo XVI se celebraban en todo el territorio de la Capitanía General de Venezuela para los tiempos del nacimiento del Niño Dios.

Ya por mediados del siglo XVIII (1788), se quejaban los príncipes de la iglesia católica por las irreverencias y demás actos sacrílegos que los pobladores acostumbraban realizar en las puestas teatrales de los nacimientos y pesebres en las ciudades venezolanas. Lo comenta el historiador, Carlos Duarte, cuando indica: “Era costumbre general en toda la Provincia de Venezuela celebrar el nacimiento de Jesús. La exposición de las imágenes de este misterio se hacían en medio de fiestas, bailes, música y visitas sociales, lo cual, según el obispo Martí, desviaba el verdadero sentido religioso de esta celebración, dando la impresión, una vez más, que el pretexto de la religión servía para dar rienda suelta a la diversión. Así sucedía en Caracas, en Trujillo, en Carora, en El Tocuyo, en Maracaibo (…)”

La fiesta del Niño Jesús se iniciaba el 24 de diciembre y se alargaba hasta el Carnaval. Los pesebres y nacimientos se realizaban con representaciones de figuras humanas, animales y demás construcciones. En muchos casos, las familias cobraban la entrada y los actos se escenificaban por la noche. En ese ambiente de jolgorio colectivo se entonaban villancicos, aguinaldos y escenificaban bailes que eran catalogados por las autoridades eclesiásticas, como pecaminosos porque juntaban hombres y mujeres con movimientos poco ortodoxos, vulgares y contrarios a la liturgia del evento.

Ante tales hechos, el obispo Martí mandó, por decreto, ordenar lo siguiente: “En este nuestro obispado en las casas particulares en diferentes días del año se hacen altares a diferentes santos como el día (…) de Navidad de que resulta cometerse muchas indecencias y ofensas de Dios con los concursos de hombres y mujeres, deseando remediar tan grave daño mandamos que en dichos días no se hagan Altares en las casas particulares con las circunstancias de baile y otras cosas indecentes a que concurre mucha gente de noche y si alguno hicieren en las casas sea con decencia, sin baile, música ni peligro alguno. (…) prohibimos el que vayan de noche a visitar dichos altares antes bien se cierren las puertas, lo cual se cumpla pena de excomunión mayor.”

Menos mal que nuestra bella canción, El Niño criollo, fue escrito en 1962, del siglo XX, para disfrute y difusión de quienes siempre amaremos tan extraordinario villancico, tan nuestro, tan íntimamente venezolano: “Por cuna tendría un chinchorro/ chiquito muy bien tejido/ y la Virgen mecería/ al Niño Jesús dormido. El crecería en la montaña/ cabalgaría por los llanos/ cantándole a las estrellas/ con su cuatrico en la mano.”

¡Salud y gratitud para corazones bondadosos como tú!

Juan Guerrero

@camilodeasis

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