Elías Pino Iturrieta 13 de noviembre de 2024
La
gesta ciudadana del 28 de julio se desmarca del comportamiento de la población
venezolana durante otros autoritarismos como el de Juan Vicente Gómez o el de
Marcos Pérez Jiménez
El documental de La Gran Aldea, titulado «Todos lo saben», que salió aquí hace unos días, cubre de sobra su objetivo de resumir la proeza popular que condujo al triunfo de Edmundo González. Quiso resumir en un par de venezolanos del pueblo llano la hazaña de un triunfo electoral apabullante y lo logró con creces. Quiso acompañar el suceso con la opinión de figuras relevantes – un político, un politólogo y una filósofa, por ejemplo- y atinó en la selección. Buscó imágenes relevantes del histórico día y de los posteriores y tomó las más elocuentes, sin exagerar a la hora de enfrentarnos con la realidad. Un estupendo trabajo normal, si lo entendemos como la necesidad de reflejar la realidad sin deslizarse en el terreno de la propaganda, ni en poses estentóreas a través de las cuales habitualmente se cae en la exageración.
Lo que
debíamos saber sobre una gesta fundamental lo sabemos ahora, por consiguiente,
reunido en una secuencia de media hora a través de la cual se impide que la
memoria se deshilache. Como el paso del tiempo y las decisiones del
recuerdo son generalmente caprichosos, un esfuerzo como el que comentamos
cumple un cometido fundamental: comprime el hecho y sus testimonios en un
solo fragmento para que no se pierdan en el futuro, para que el futuro recobre
sus antecedentes y los haga valer cuando sea oportuno. Como el entusiasmo no
fue el motor de la producción, sino solo en tono moderado, y como en definitiva
se hizo un trabajo sin pretensiones que no fueran las del diarismo llevado a
cabo con responsabilidad, sin forzar la barrera de los acontecimientos, sin
soplar para aumentar la candela, contamos con una accesible herramienta que
puede iluminar el porvenir.
Ahora
quiero agregar una reflexión que puede aumentar el valor del trabajo, y que no
estaba en los planes de unos realizadores que solo buscaban un reflejo preciso
de lo inmediato porque ese era su cometido. Los espectadores con algún tipo de
entrenamiento en el análisis de la sociedad, o simplemente los más memoriosos y
meticulosos, pueden topar con una veta susceptible de explotación después de
pensar en «Todos
lo saben». Pueden mirar hacia atrás, hacia el pasado remoto o próximo,
para hacerse una pregunta fundamental: ¿en Venezuela pasaron cosas semejantes o
parecidas antes? Se trata simplemente de una comparación, de una analogía que
en principio no está al alcance de todos, en especial de quienes se concentran
y se agotan en el presente, pero que puede llegar a una conclusión sorprendente
sobre los sucesos condensados en el reportaje audiovisual. Después de pensar en
luchas antiguas o no tan antiguas entre la democracia y la opresión, entre los
deseos de libertad y las imposiciones de las dictaduras, ¿pueden encontrar
alguna posibilidad de cotejo con la extraordinaria historia que ha reconstruido La
Gran Aldea?
Durante
el guzmancismo la sociedad chapoteó en el pantano de la adulación y de la
corrupción administrativa sin darse por enterada, o tranquila en su papel de
espectadora de porquerías mientras algún caudillo levantisco con más coraje que
ideas pretendía salirse con la suya. Durante el gomecismo los venezolanos, en
su inmensa y lamentable mayoría, no solo se postraron ante sus verdugos sino
que también los mimaron y celebraron. Todavía recuerda la gente el anecdotario
del «Benemérito», como si se tratara de un patriarca benefactor. ¿Cuántos
venezolanos se enfrentaron a la dictadura militar de Pérez Jiménez? No más de
unos mil adecos y comunistas aguerridos, mientras el resto de la sociedad
desfilaba en los actos de la Semana de la Patria y aplaudía las obras del
«Nuevo Ideal Nacional».
Después,
ya en nuestros días, ¿no aclamamos a Chávez y votamos por su candidatura, pese
a que apestaba a personalismo, a ignorancia supina y a cuartel? Si se
hacen estas preguntas u otras parecidas después de ver «Todos lo saben» pueden
llegar a conclusiones extraordinarias.
Especialmente
a una esencial: su descripción es excepcional, es decir, refiere a hechos jamás
sucedidos en la historia de Venezuela. La lucha resumida en el documental jamás
estuvo en los planes de nuestros antepasados. Tal vez en sueños, pero apenas
hasta allí. Quizá en alguna conversación de trastienda, pero sin exponer el
pellejo. Nada de pelear de frente o de perfil con los matarifes, sino apenas
unos pocos. Nada de meterle cabeza a las batallas para hacerlas fructíferas con
alivio de los riesgos y con cálculo admirable, como ahora. Nada de
comprometerse con pureza de propósitos desde la base de la sociedad, como en
nuestros días. Nada de conexiones entre la dirigencia y los activistas de los sectores
populares, según pasó ahora frente a las narices de los detentadores del
poder.
En
suma, la actividad colectiva que conduce a la victoria electoral de Edmundo
González, descrita por el audiovisual de LaGran Aldea, es un
hecho inédito en la política nacional, un estreno absoluto. De allí que no solo
estemos ante la adecuada reconstrucción de un suceso digno de memoria, sino
también ante un ejemplo susceptible de iniciar senderos prometedores y de
sembrar pavores en la casa de los derrotados.
Elías
Pino Iturrieta
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