Asdrúbal Aguiar 04 de noviembre de 2024
Se nos
ha vuelto difícil, no imposible, revertir la tragedia que deja de ser drama al
volverse casi insoluble, y que se ceba sin discriminar sobre los venezolanos. Y
no es sólo que la satrapía criminal instalada a partir de 1999 – que frisa 25
años – ejerza su maldad absoluta libre de toda contención, nutriéndose de la
misma, llevándola hasta el paroxismo. A su largo han mediado asesinatos de Estado,
es verdad, que reposan en el olvido tras los nuevos que preceden a la práctica
de las desapariciones forzadas, verdaderos crímenes de lesa humanidad.
Hoy es Edwin Santos, por su relación con María Corina Machado. Ayer lo fue Fernando Albán, por su vínculo con Primero Justicia, o el general Baduel, por el peligro de su liderazgo dentro del régimen al que sirvió. Mas al principio, ¿no lo recordamos? quedaron a la vera Antonio López Castillo y Juan Carlos Sánchez, tras el crimen contra Danilo Anderson; el periodista Orel Zambrano y el veterinario Francisco Larrazábal, por ser testigos contra Walid Makled, de cuyos dineros se benefician civiles y altos militares. Asimismo, el gobernador de Apure, Jesús Aguilarte, una vez como el presidente Uribe descubre con las manos en la masa a los operadores militares venezolanos del narcotráfico. Le siguió la embajadora Olga Fonseca. En mi libro El problema de Venezuela (1998-2016) sobran los datos de esa putrefacción institucional, a lo largo de un ominoso y desdoroso tramo de nuestra historia bicentenaria que no llega a su final.
¿Acaso,
junto a los crímenes de trascendencia mundial que conoce la Corte de La Haya,
adosados a la corrupción – se desviaron US $ 300.000 millones de dólares de la
renta petrolera, según confesaba el ministro chavista Giordani en 2016 – pueden
reputarse de injustas las sanciones adoptadas por la comunidad internacional?
¿Es irrelevante el pacto de la satrapía venezolana con el narcotráfico, que la
transforma en operadora del negocio desde 1999? Lo denunció el comandante
Urdaneta Hernández y lo ratificó ese mismo año Carlos Andrés Pérez: “Ha
irritado a Bogotá” y “hay núcleos de oficiales institucionalistas en desacuerdo
con lo que se está haciendo”.
Nada
cambia, sin embargo, ciertamente. Y razón de fondo sigue siendo la misma.
Durante
el referendo de 2004 que organiza María Corina Machado, apoyada por la
Coordinadora Democrática y que logra su objetivo con absoluta excelencia,
fueron los partidos “de oposición” – “cascarones vacíos” los llama el mismo
Pérez – los que recularon ante la victoria. Se ocultaron, temerosos. Jimmy
Carter les convenció de la derrota, tanto como Putin ahora dice que Maduro
venció en los comicios del 28J. Y Lula da Silva no da su paso, para reconocer a
Edmundo González Urrutia.
Los
algoritmos trucados de 2004 se descubrieron tardíamente. Los analizaron las
revistas científicas más importantes de Occidente. Y tras el revocatorio, los
mismos de ahora le pidieron al país pasar la página, seguir adelante. Luis
Vicente León se encargaba de convencer al empresariado – tras él las cabezas de
los “cascarones” – de convivir con Chávez, con el mal absoluto, pues era
inderrotable. Ha pocas horas repite la misma escena ante el cuerpo diplomático
acreditado en Caracas.
La
generación de 2007 demostró con el referendo de la reforma constitucional y
antes de que los señalados “cascarones” corrompiesen a alguna de sus cabezas,
que era un mito la fuerza de la revolución. Las élites políticas y
empresariales “de oposición democrática” miraban de lado. Son los mismos que
concurrieron para fortalecer y sacar del subterráneo la candidatura del
comandante Chávez en 1998, enterrando la opción democrática de Henrique Salas
Römer, un “radical”, como se dice ahora de Machado.
Mientras
se violan a menores de edad, se practican encarcelamientos por miles y siguen
los asesinatos para acelerar el terror en los mayores y en la totalidad de la
población, el régimen ha pulverizado a la soberanía nacional. Le ha irrogado un
golpe de Estado. Ha hecho cesar todo fingimiento, toda la falacia política que
se construyera con el Foro de Sao Paulo a partir de 1989.
Desde
en un teatro neroniano de traiciones y enconos, en lo adelante fuera del
“sistema”, que cuenta con la fiel audiencia de la susodicha élite opositora
franquiciada por la dictadura, y mientras el narcotráfico y el lavado de
dineros de la corrupción siguen haciendo de las suyas, ambos se aprestan para
repetir la historia.
De
manos de la “cubana” embajadora europea en Caracas, un llamado Foro Cívico que
es extensión intelectual de las iniciativas que emprendiera el rector de la
UCAB y una parte de Fedecámaras para frenar en seco a Machado y horadar su
victoria totalizante en las primarias, ahora viaja por Europa para pedir ayuda.
Demanda que se le levanten las sanciones a Maduro; que olvidemos el 28 de julio
y dejemos de lado a los “radicales” (más de 80% de los venezolanos) para que
haya entendimiento, entre todos, léase, entre ellos. Para que los moderados – a
quienes se les ofende llamándoseles “alacranes” – puedan rehacerse de sus curules
y pulperías, sobreviviendo “hasta el final”, incluso sobre un camposanto.
A esa
misión de lesa traición a los venezolanos – no a Machado y tampoco al
desterrado Edmundo González Urrutia, víctima del mismo tándem – poco importa,
por lo visto, lo que sabe el fiscal Karim Khan, ni las violaciones de jóvenes
en Mérida por sicarios del terrorismo de Estado.
Acerca
de situaciones como la de Venezuela, vuelta una prisión, decía Juan Pablo II
que se trataba de un mal de proporciones gigantescas, un mal que ha usado las
estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal
erigido en sistema”. Francisco calla, entretanto. Y se preguntaba aquél Santo
Pontífice sobre si ¿existe un límite contra el cual se estrella esa fuerza del
mal? Sí, existe, respondió. Es la fuerza de la bondad, la concretada en el
deseo de la vuelta a la patria que hace realidad el 28J y encarnan la radical
Machado y don Edmundo.
Asdrúbal
Aguiar
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