Ismael Pérez Vigil 16 de noviembre de 2024
Sobre
la Guerra Civil Española se ha escrito en diversos tonos y con diferentes
sesgos; lo mismo ocurre con el “Periodo de Transición” hacia la democracia y
los Pactos de la Moncloa. Sin embargo, lo ocurrido entre esos dos hitos −es
decir, entre el final de la guerra civil en 1939 y la muerte de Franco en 1975−
ha sido menos abordado en la literatura. Este artículo se centra precisamente
en ese período, ya que lo sucedido en España, por los indiscutibles lazos
históricos y personales que nos unen, siempre ha tenido un impacto
significativo y ha sido una lección para Venezuela.
No
obstante, debo hacer dos advertencias. La primera es que éste no pretende ser
un análisis exhaustivo, sino más bien un resumen de las reflexiones que he
recogido a partir de las lecturas que más me han impactado, aquellas que he
asimilado o dejado de asimilar a lo largo del tiempo. En segundo lugar, siendo
hijo de republicanos españoles que emigraron huyendo de la miseria y la
represión del régimen franquista, no pretendo ser objetivo en mi descripción y
análisis de los hechos. El objetivo de estas líneas es, por tanto, extraer
lecciones sobre lo ocurrido y estimular al lector a profundizar en su
investigación.
La Complejidad de la Política Española.
Hablar
sobre España nunca ha sido sencillo, y menos en la actualidad. Incluso para
quienes contamos con alguna ascendencia española —y, por ende, con un derecho
legítimo a opinar, como bien expresó Unamuno con su célebre «¡cómo me duele
España!»—, resulta un desafío. La política tiende a ideologizarse con
facilidad, y cuando las ideologías se radicalizan, suelen personalizarse, dando
paso a la intolerancia. Este fenómeno no es exclusivo de España; se observa en
muchas partes del mundo. Sin embargo, en el contexto español actual, esta dinámica
adquiere una virulencia particular, agravada por un pasado en el que los
españoles no dudaron en recurrir a la violencia extrema para dirimir sus
diferencias.
A esto
se suma otro factor igualmente significativo: la complejidad del panorama
político español. Hoy −¿quizá siempre?− España parece una amalgama de nombres,
siglas, tendencias y organizaciones. En este entramado, los grupos,
especialmente los políticos, tienden a fragmentarse por cuestiones nimias, lo
que dificulta seguir tendencias que muchas veces se diferencian solo en matices
ínfimos. Cualquier intento de capturar la singularidad del «alma española» es,
sin duda, una tarea arriesgada, expuesta a la descalificación y el ridículo.
Por ello, quiero dejar claro que mi intención no es capturar esa «singularidad»
ni ofrecer un compendio de la compleja política española, lo cual requeriría
varios tomos, y no un artículo como éste. Mi objetivo es, más bien, señalar esa
complejidad para que sirva de reflexión a quienes, al fin y al cabo, somos sus
hijos directos y compartimos muchas de sus virtudes y defectos.
El
nivel de polarización existente, no solo en España sino a nivel global, es
alarmante. En el caso español, la irrupción del populismo, tanto de izquierda
como de derecha, ha creado un clima que hasta permite que una dictadura
represiva y sangrienta como la de Franco encuentre cierta tolerancia e incluso
comprensión entre algunos sectores del moderno “antiprogresismo”. Este fenómeno
pone en peligro cualquier intento de crítica objetiva hacia tales regímenes. A
pesar de los riesgos, procedo, con mi descripción y reflexión.
Los
Primeros Años del Franquismo y la Actividad Partidista.
La
Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional
Sindicalista (FE de las JONS), la Comunión Tradicionalista (movimiento
carlista) y las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) se unificaron
en abril de 1937, formando el único partido permitido durante los 40 años del
régimen franquista. Este partido fue disuelto en 1977, tras la muerte de Franco,
por el gobierno de transición de Adolfo Suárez. Pero en la zona sublevada,
dominada por el franquismo, durante la guerra civil, no existió oposición
significativa, más allá de algunas disputas internas entre facciones del
franquismo, que en ocasiones fueron violentas. Las disidencias fueron
rápidamente sofocadas, acusando de traición a sus promotores.
En el
«bando derrotado», el republicano, establecido el franquismo a partir de 1939,
las dos primeras organizaciones que surgieron fueron la Confederación Nacional
del Trabajo (CNT), de orientación anarquista, y el Partido Comunista Español
(PCE). La situación de vida en España, especialmente en las zonas vencidas, fue
extremadamente dura: hambre, enfermedades, escasez generalizada, miles de
personas encarceladas —algunas esperando su ejecución—, etc. La mayoría de la
población se ocupaba de subsistir y cobraron relevancia fenómenos como el
«estraperlo», un sistema de mercado negro, algo similar a lo que en Venezuela
se conoció como los «bachaqueros», durante nuestra reciente época de escasez.
La actividad, clandestina, de la oposición se centró en ayudar a los
encarcelados y a sus familias, proporcionando dinero, buscando maneras de
reducir las sentencias y ayudando a esconder a los perseguidos por la policía.
Organizaciones como la Alianza Democrática Española (ADE), promovida por
republicanos exiliados, fueron rápidamente desmanteladas por la policía
franquista, con el saldo de numerosos presos y varios condenados a muerte.
Los
anarquistas, con una fuerte tradición en España, organizaron esfuerzos para
ayudar a los prisioneros a escapar de los campos de concentración y cruzar a
Francia. No obstante, sus líderes fueron detenidos y muchos fueron ejecutados.
La CNT colaboraba en estas actividades de los anarquistas, pero se encontraba
limitada por sus propias divisiones internas.
Las
Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), fundadas en 1936 e integradas por la
Unión de Juventudes Comunistas de España (del PCE) y la Federación de
Juventudes Socialistas (del PSOE), vivieron un destino marcado por la represión
tras la Guerra Civil española. Al finalizar la guerra, muchos de sus miembros
se vieron obligados a exiliarse, mientras que otros enfrentaron una intensa
represión: fueron capturados y ejecutados o condenados a largas penas de
prisión, donde algunos fallecieron por enfermedad o suicidio. La JSU fue
desapareciendo gradualmente entre 1950 y 1961. Por su parte, los socialistas,
como partido, tardaron más en reorganizarse y no lograron constituirse
oficialmente hasta 1944, desde el exilio en Toulouse, Francia.
La
Represión y las Delaciones.
Muchas
de las organizaciones de oposición fueron penetradas por las fuerzas de
seguridad franquistas o cayeron víctimas de delaciones. Sus miembros eran
detenidos, acusados sin pruebas y condenados a muerte por tribunales militares.
Los juicios sumarios eran frecuentes, y los condenados eran fusilados sin
considerar su edad. Un ejemplo paradigmático de esto fue el caso de «Las Trece
Rosas», un grupo de mujeres militantes, de entre 18 y 29 años, que fueron
fusiladas en agosto de 1939, tras finalizar la guerra. Nueve de ellas eran
menores de 23 años, que era la mayoría de edad en esa época, que cambio a 21
años en 1943.
Ese
fue el contexto político y organizativo de la oposición entre 1936 y 1939. Sin
embargo, a partir de los años 40, comenzaron a surgir formas significativas de
oposición, como los «maquis», las manifestaciones obreras, los movimientos
estudiantiles, la Iglesia y los movimientos católicos, los grupos regionalistas
como la ETA, y la oposición en el exilio. Veamos a continuación cada uno de
ellos.
Los
«Maquis».
Los
«maquis» estaban compuestos por antiguos combatientes del ejército republicano
que, tras huir a Francia, se unieron a la resistencia francesa contra el nazismo.
Tras la derrota de los nazis, muchos regresaron a España y se asentaron en las
montañas de Andalucía, Asturias, León y Galicia, alcanzando su apogeo entre
1945 y 1947, con el apoyo del PCE. No obstante, en 1948, Stalin retiró su apoyo
a la guerrilla española, lo que debilitó a los «maquis». Con el aumento de la
represión franquista, muchos de estos grupos fueron desmantelados, y para 1952
la mayoría de sus integrantes habían huido a Francia o Marruecos. Aquellos que
permanecieron en España terminaron en las montañas, dedicados a su propia
supervivencia. La guerrilla dejo de tener, finalmente, el apoyo del PCE cuando
éste cambió su política, de manera oficial en 1956, por la de “Reconciliación
Nacional”.
Los
Sindicatos.
El
sindicalismo de raíz socialista y anarquista operaba en la clandestinidad.
Aunque su impacto fue limitado, el sindicalismo de orientación comunista empezó
a destacarse como una fuerza importante de oposición al régimen. A finales de
la década de 1940, se produjeron protestas obreras dispersas en Cataluña y el
País Vasco, además de intentos clandestinos de reorganizar la CNT y la Unión
General de Trabajadores (UGT) para protestar por los bajos salarios y las
condiciones laborales indignas. En 1947 se produjo una huelga importante cerca de
Bilbao y, en 1951, una huelga significativa en Barcelona, que comenzó con un
boicot a los tranvías debido al aumento de tarifas y se extendió a otros
sectores industriales.
A
partir de 1958, como reacción a la Ley de Convenios Colectivos, comenzó a
surgir con más fuerza un sindicalismo clandestino, representado por las
Comisiones Obreras. Estas estaban integradas por militantes comunistas,
movimientos cristianos obreros y otros grupos contrarios al franquismo. A
partir de los años 60, este sindicalismo de oposición al régimen fue
adquiriendo mayor influencia, nutrido no solo por ideas comunistas, sino
también por grupos católicos que buscaban incidir dentro del sindicalismo
franquista. Las reivindicaciones se centraban principalmente en mejoras
salariales y condiciones de trabajo, aunque también incluían demandas políticas
como la libertad sindical y el derecho a la huelga.
El
Renacimiento del Movimiento Obrero.
Un
punto de inflexión en el resurgimiento del movimiento obrero fue la huelga de
1962 en las minas asturianas, conocida como la «huelgona», en vocabulario
asturiano. Esta huelga se prolongó durante dos meses y se extendió a varias
provincias, con la participación de más de 250.000 trabajadores. Durante la
huelga, más de 400 mineros fueron detenidos, muchos fueron procesados, sus
casas allanadas, algunos obligados a salir a trabajar en las minas y varios
fueron torturados o forzados al exilio. La huelga tuvo una serie de
características llamativas, como la poca agresividad de los huelguistas, algo
inusual entre los mineros asturianos. La solidaridad de la población fue
notable, organizando actividades para apoyar a las familias de los huelguistas,
como comedores infantiles para apoyar a los hijos de los mineros. Lo más
significativo fue que las autoridades franquistas se vieron obligadas a
negociar directamente con los mineros, quienes consiguieron algunas
reivindicaciones importantes, como mejoras salariales y en el sistema de
pensiones, la anulación de algunas sanciones y liberación de los detenidos. A pesar
de eso, una gran cantidad de trabajadores fueron forzados al exilio.
La
huelga minera de Asturias marcó el renacimiento del movimiento obrero en España
y tuvo repercusiones internacionales, mostrando al mundo el rostro represivo y
totalitario del régimen, que en ese momento intentaba integrarse en la
Comunidad Económica Europea.
Como
hecho anecdótico recuerdo y resalto una canción de Soledad Bravo, “Los mineros
de Asturias”, que surgió y se hizo famosa durante esta huelga y que en sus
estrofas se resume alguno de los hechos significativos que he mencionado. (se
puede escuchar la canción en: https://bit.ly/3UORhmr)
La
próxima semana concluiremos con el análisis de la actividad estudiantil, la
Iglesia y los movimientos católicos, la oposición en el exilio, la ETA, el fin
del franquismo y las conclusiones generales.
Ismael
Pérez Vigil
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico