Trino Márquez 06 de noviembre de 2019
@trinomarquezc
Durante
los meses recientes -a partir del momento en el cual se evidenció que, en el
corto plazo, la usurpación no cesaría, no habría gobierno de transición, ni
elecciones libres- la política opositora ha sido demasiado palaciega. Los
ciudadanos han quedado fuera del escenario. Resulta fundamental que la gente
vuelva a la gran pantalla. Regrese a las calles de vez en cuando. El próximo 16
de noviembre representa una extraordinaria oportunidad para demostrar que los
ciudadanos no se han rendido y que el cambio les interesa.
Los
conflictos con Maduro se han pretendido resolver en claustros donde se analizan
y evalúan los tropiezos que se levantaron para alcanzar los objetivos fijados
en enero pasado, cuando Juan Guaidó asumió la presidencia de la Asamblea
Nacional y, posteriormente, se convirtió en Presidente interino. En esa
ocasión, la gente se desbordó de entusiasmo. Parecía que la presión
internacional tan poderosa que se había desatado y la intensa movilización interna,
lograrían forzar la salida de Maduro y colocar el país en una nueva fase. No
ocurrió así. El curso de la realidad fue otro. El régimen, aunque aislado,
amenazado e impopular, se mantiene tan firme como siempre.
La
política desmovilizadora y de cenáculos solo favorece a Maduro y su gente. Para
lograr algún cambió importante, detener el éxodo hacia el exterior, sacudirse a
Maduro y convocar unas elecciones generales en el mediano plazo, resulta
indispensable que los ciudadanos se mantengan activos de forma permanente. Los
sondeos de opinión indican que los venezolanos no se han resignado, ni acostumbrado a vivir en la miseria en la
que el gobierno los hundió.
Las
protestas por la escases de agua, la falta de bombonas de gas, las fallas
eléctricas, el deterioro de la salud pública y el transporte colectivo, el
costo de los alimentos de primera necesidad, son permanentes en todo el país.
El Observatorio Venezolano de Violencia
registra el descontento. Ocurre, sí, que ese malestar se expresa de forma desarticulada.
No existe ninguna organización política que lo potencie y convierta en una
fuerza transformadora. La insatisfacción de la población nace y muere a diario,
sin que haya una plataforma que la agrupe y le dé una dirección coherente. En
Venezuela, no hay conformismo, sino falta de liderazgo. Esta ausencia de
conducción le permite al gobierno ejercer una
represión implacable en los sectores populares. El círculo se ha
convertido en vicioso: el pueblo protesta de forma inorgánica, el régimen ataca
con ferocidad; los problemas se agravan; el gobierno reprime con mayor
brutalidad, hasta que logra paralizar el descontento por un tiempo; un poco
después, el ciclo se reinicia.
Activar
los ciudadanos debería interesarles incluso a los políticos agrupados en la
mesa integrada por Avanzada Progresista y otros pequeños grupos. Por el camino
que van, obtendrán algunas migajas del régimen. Eventualmente, hasta se
nombrará un nuevo CNE, aunque sin fuerza para convocar unas nuevas elecciones
presidenciales. Sin que aparezcan en el horizonte cercano los comicios para
elegir un nuevo Presidente, las votaciones para seleccionar los nuevos
diputados a la Asamblea Nacional que deben realizarse en 2020, carecerán
de todo atractivo. Me encuentro entre
quienes creen en la virtudes curativas del voto para sanar las heridas
provocadas por las crisis políticas profundas, pero no dejo de recordar la
amarga experiencia de las elecciones de 2015, cuando Nicolás Maduro cercenó
todas las competencias importantes del Parlamento, luego de haber perdido esa
votación.
Lo
mismo podría volver a ocurrir el año entrante, sobre todo porque ahora se
encuentra más acorralado que en aquel momento. El hombre ha demostrado con
terquedad que no le importa dejar arrasada la tierra por donde pasa, y que
prefiere cualquier otra alternativa antes que salir por la acción de las
instituciones democráticas. Su meta es llegar sano y salvo a 2025, cuando se
realizarían las próximas votaciones para elegir el Presidente de la República.
Ese año, si es que no opta por una nueva reelección, aspirará a entregarle la
banda presidencial a algún compañero de su partido. La desmovilización y la
política versallesca que se ha venido adoptando, favorecen esa opción. Seis
años más con Maduro tendrá consecuencias nefastas para Venezuela. Así será el
panorama si la política se circunscribe a la esfera de las cúpulas, no importa
cuán grandes o insignificantes sean.
El
sábado 16 de noviembre los venezolanos debemos dar una demostración de fuerza,
entusiasmo y determinación. El pesimismo derrotista de quienes apuestan por el
fracaso de la convocatoria, hay que ignorarlo. Conviene comenzar a calentar los
motores para las duras jornadas que vendrán el año entrante. Los venezolanos
tenemos que demostrar que no estamos dispuestos a aceptar que Maduro y su
camarilla continúen destruyendo el país. El 16: ¡a la calle!
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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