Por Piero Trepiccione
La tecnología ha favorecido
en estas dos últimas décadas la eclosión de las redes sociales. Con una
inusitada fuerza ha emergido este fenómeno que sin duda alguna, ha venido
creciendo en su impacto sobre la forma de relacionarnos entre nosotros y con
los diversos entornos. El resultado más evidente ha sido la característica
multidimensional de las comunicaciones y esta particularidad, es la que viene
impulsando la constitución de redes que van más allá de las tendencias
digitales.
La facilidad e inmediatez
con que podemos comunicarnos actualmente, ha permitido la asociación por
temáticas que pueden combinar lo local, nacional, regional y global de acuerdo
a las necesidades e impactos que se presentan. Esto ha generado una
recomposición importante en las agendas internacionales con consecuencias en
sociedades nacionales y locales. En paralelo a este desarrollo tecnológico, se
ha potenciado todo un proceso de recomposición de alianzas estratégicas y
tácticas entre diferentes grupos que ya está haciendo incidencia en
instituciones y factores de poder y recomponiendo la distribución y
redistribución de los centros de influencia en todo el mundo.
Tenemos un mundo donde las
redes desarrolladas por los avances tecnológicos vienen dando un impulso
determinante a las redes humanas que desde siempre se intentaban gestar pese a
las limitaciones de espacio-tiempo de la geografía planetaria. Este formato de
trabajo colaborativo viene trascendiendo las organizaciones formadas en los
espacios locales y nacionales llevándolas con mucha fuerza a ámbitos
regionales, hemisféricos y globales. Frente a ello, la mayoría de gobiernos e
instituciones que conocemos están siendo desbordados.
No ha habido –hasta ahora-
capacidad de respuesta ante este fenómeno y ello puede dar lugar a cambios
impensados en el corto, mediano y largo plazo en las estructuras actuales de la
organización del poder. Las redes humanas que se vienen constituyendo sobre la
ecología, temas religiosos, temas políticos, derechos humanos, modelos de
Estado, economía, comercio, tecnología y tantos otros intereses que se han
vuelto comunes y organizados con alta incidencia en políticas nacionales y
multilaterales desarrolladas por los Estados, son una realidad con la que
convivimos y seguramente conviviremos con más fuerza en los próximos años.
Ante esta fenomenología del
trabajo colaborativo en redes, tenemos que ser proactivos y no reactivos. Las
sociedades requieren aprovechar al máximo las herramientas tecnológicas que nos
está brindando el siglo veintiuno para ponerlas al servicio de la ciudadanía y
no a intereses muy particulares que obstaculizan el bien común. La
consolidación de las redes puede redistribuir el poder y hacerlo más humano y
solidario pero también puede ser un elemento que sea utilizado para fortalecer
estructuras de lobby internacional abocadas a influir la opinión pública con
oscuras intenciones que nada tendrían que ver con la calidad de vida de
millones de seres humanos.
En suma, las redes generan
redes que pueden articular mejor los anhelos mayoritarios de las sociedades y
fortalecer la calidad de la democracia. Trabajar en red nos amplía el horizonte
del espíritu humano en su conjunción con la naturaleza y las instituciones que
ordenan a la gente.
10-11-19
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