Por Ángel Oropeza
Una de las formas más
primitivas de aprendizaje es el fenómeno de la “habituación”. Por habituación
se entiende el proceso de decrecimiento de la respuesta de un organismo ante un
estímulo repetido y continuado del entorno. Dicho de otra forma, es el fenómeno
por el cual dejamos de responder y reaccionar ante ciertos eventos y
situaciones que nos rodean, de tanto tener que enfrentarlos.
Ejemplos típicos de
habituación son la adaptación auditiva ante ambientes ruidosos que al principio
nos parecían intolerables, la aclimatación con el tiempo a ciertas temperaturas
que considerábamos irresistibles, o el sentir menos dolor o incomodidad ante
estímulos aversivos que originalmente nos resultaban inaguantables.
Si bien desempeña un papel
necesario y funcional para la supervivencia, en tanto que nos permite
adaptarnos a los cambios en el ambiente y a reorganizar nuestra conducta para
responder solo a ciertos estímulos y no a otros, la habituación también puede
provocar consecuencias indeseables. Así, por ejemplo, la persona puede terminar
acostumbrándose a una depauperación progresiva de su ambiente sin percatarse de
ello, o a dejar de reaccionar ante situaciones o eventos que la limitan de
tanto repetirse.
Desde el punto de vista
social, la habituación puede conducir a percepciones de baja eficacia política,
esto es, al autoconvencimiento de que lo que ocurre en mi entorno político es
independiente de mis acciones y que no puedo hacer nada frente a ello. No es
difícil entonces imaginar por qué la esperanza de procesos masivos de
habituación colectiva es el sueño dorado de los regímenes políticos
explotadores, y al mismo tiempo el riesgo más grande para la viabilidad de las
luchas por la liberación.
En su clásico libro The
Moral Economy of the Peasant: Rebellion and Subsistence in Southeast Asia”
(Yale University Press, 1976), James Scott plantea la aparente paradoja entre
dos poblaciones: una, llamémosla “A”, con condiciones materiales y de pobreza
generalizada mucho más graves que otra a la que llamaremos “B”, la cual a
pesar de estar en una situación social comparativamente mucho mejor que la de
A, comienza a experimentar las consecuencias de una crisis económica y social.
El caso es que mientras el proceso de empobrecimiento de A fue progresivo y
extenso en el tiempo, el de B fue brusco y rápido. Ante la pregunta de en cuál
de los dos países es mayor la probabilidad de rebelión de su gente, quienes
creen en la primacía de las “condiciones objetivas” dirían que obviamente en A.
Sin embargo, es lo contrario. La probabilidad de reacción y levantamiento
popular son mucho mayores en B. Y la explicación tiene que ver justamente con
el proceso: en A se fueron acostumbrando lenta y progresivamente a vivir peor.
En B, nohubo tiempo para que la gente se habituara.
Si algún riesgo severo tiene
la lucha por la liberación democrática de nuestro país, es la habituación
colectiva a dejar de vivir para solo subsistir. Acostumbrarse a vivir como reos
de un cuartel sin agua, sin luz, con comida cara y escasa, sin servicios,
controlado por el hampa, con la dignidad secuestrada y además sin posibilidad
de indignarse y protestar, so pena de ser castigado o simplemente eliminado.
Habituarse a esto, adaptarse a su patológica y cínica “normalidad”, es el
primer y gran paso para desarmar el ánimo, abandonar la lucha por considerarla
inútil, y entregarle definitivamente el país a sus captores, con nosotros,
nuestra historia y nuestras familias adentro.
Con ocasión del Encuentro Nacional
de la Sociedad Civil del Frente Amplio Venezuela Libre, realizado el pasado 31
de octubre en el Aula Magna de la UCAB con más de 600 representantes de
sectores sociales de todos los estados del país, el presidente (e) Guaidó
recordó una lección que el padre Luis Ugalde solía enseñar a los jóvenes de los
movimientos estudiantiles universitarios. Preguntaba Ugalde a los muchachos
cuál era la razón por la que la danza de la lluvia de los indios siempre
funcionaba. Ante la disparidad de reacciones de los jóvenes, algunos de los
cuales buscaban respuestas científicas o de lógica racional a la pregunta, la
lección magistral de Ugalde es para siempre recordar: la danza de la lluvia les
funciona porque no dejan de bailar hasta que llueva.
Venezuela necesita que
llueva cambio y dignidad. Pero eso no va a suceder si no nos organizamos en
nuestros sectores de pertenencia y decidimos elevar la presión social interna y
la protesta cívica y democrática, sin la cual ninguna de las otras herramientas
de la lucha política tendrá posibilidades de éxito.
Es la hora de danzar,
insistente y sin descanso. Danzar hasta que llueva.
08-11-19
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