Francisco Fernández-Carvajal 10 de noviembre de
2019
@hablarcondios
— Los niños y quienes por su sencillez y formación son
como ellos. El escándalo.
— Hemos de influir siempre para bien en los demás. Dar
buen ejemplo.
— Obligación de reparar y deber de desagraviar ante
las ofensas a Dios.
I. Pocas
expresiones tan fuertes del Señor se encuentran como las que leemos en el
Evangelio de la Misa de hoy. Dice Jesús: Es imposible que no vengan
escándalos; pero ay de aquel por quien vienen. Más le valdría ajustarle una
piedra de molino y arrojarle al mar, que escandalizar a uno de esas pequeños.
Y termina con esta advertencia: andaos con cuidado1.
San Mateo2 sitúa la ocasión en que se pronunciaron estas palabras.
Los Apóstoles habían estado hablando entre ellos sobre a quién le
correspondería ser el primero en el Reino de los Cielos. Y Jesús, para que les
quedara bien grabada la lección, tomó a un niño (quizá le rodeaban varios de
ellos) y lo puso en medio de todos, y les hizo ver que si no imitaban a los
niños en su sencillez y en su inocencia no podrían entrar en el Reino. Es
entonces cuando, teniendo a un niño delante, debió quedar pensativo y serio;
contemplaría en aquella figura frágil, pero de inmenso valor, a otros muchos
que perderían su inocencia por los escándalos. Parece como si, de pronto, Jesús
diera rienda suelta a algo que llevaba en su interior y que deseaba comunicar a
sus discípulos. Así se explica mejor esa advertencia dirigida en primer lugar a
los que le siguen más de cerca: andaos con cuidado.
Escandalizar es hacer caer, ser causa de tropiezo, de
ruina espiritual para otro, con la palabra, con los hechos, con las omisiones3.
Y los pequeños son para Jesús los niños, en cuya inocencia se refleja de una
manera particular la imagen de Dios. Pero también son esa inmensa muchedumbre,
sencilla, menos ilustrada y, por lo mismo, con más facilidad de tropezar en la
piedra interpuesta en su camino. Pocos pecados tan grandes como este, pues
«tiende a destruir la mayor obra de Dios, que es la Redención, con la pérdida
de las almas: da muerte al alma del prójimo quitándole la vida de la gracia,
que es más preciosa que la vida del cuerpo, y es causa de una multitud de
pecados»4. «¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si
ha merecido tener tan grande Redentor (Himno Exsultet de
la Vigilia Pascual), si Dios ha dado a su Hijo, a fin de que el
hombre no muera sino que tenga la vida eterna (cfr. Jn 3,
16)!»5. No podemos perder jamás de vista el valor inmenso que tiene
cada criatura: un valor que se deduce del precio –la muerte de Cristo– pagado
por ella. «Cada alma es un tesoro maravilloso; cada hombre es único,
insustituible. Cada uno vale toda la Sangre de Cristo»6.
II. San Pablo, a
ejemplo de su Maestro, pide a los cristianos que se guarden de todo posible
escándalo para las conciencias débiles y poco formadas: Guardaos de que
la libertad sea causa de tropiezo para los débiles7.
Es mucho lo que influimos en los demás, y esta influencia ha de ser siempre
para bien de quien nos ve o nos escucha, en cualquier situación en la que nos
encontremos.
El Señor predicó su doctrina, incluso cuando algunos
fariseos se escandalizaban8.
Se trataba entonces, como también ocurre hoy con frecuencia, de un falso
escándalo, consistente en buscar contradicciones o criterios puramente humanos
para no aceptar la verdad: a veces encontramos quien se «escandaliza» porque un
matrimonio ha sido generoso en el número de hijos, aceptando con alegría los
que Dios les ha dado, y por vivir con finura las exigencias de la vocación
cristiana... En no pocas ocasiones la conducta del cristiano que quiere vivir
en su integridad la doctrina del Señor chocará con un ambiente pagano o frívolo
y «escandalizará» a muchos. San Pedro, recordando unas palabras de Isaías,
afirma de Él que es para muchos piedra de tropiezo y roca de escándalo9,
como ya el anciano Simeón había profetizado a la Santísima Virgen10.
No nos debe extrañar si con nuestra vida en alguna ocasión sucede algo
parecido. Sin embargo, aquellas ocasiones de suyo indiferentes, pero que pueden
producir extrañeza y aun verdadero escándalo en otras personas, por su falta de
formación o su manera de pensar, debemos evitarlas por caridad. El Señor nos
dio ejemplo cuando mandó a Pedro pagar el tributo del Templo, al que Él no
estaba obligado, para no desconcertar a los recaudadores11,
pues sabían que Jesús era un israelita ejemplar en todo. No nos faltarán ocasiones
de imitar al Maestro. «No dudo de tu rectitud. —Sé que obras en la presencia de
Dios. Pero, ¡hay un pero!: tus acciones las presencian o las pueden presenciar
hombres que juzguen humanamente... Y es preciso darles buen ejemplo»12.
Especialmente grave es el escándalo que proviene de
aquellas personas que gozan de algún género de autoridad o renombre: padres,
educadores, gobernantes, escritores, artistas... y quienes tienen a su cargo la
formación de otros. «Si la gente simple vive en la tibieza –comenta San Juan de
Ávila–, mal hecho es; mas su mal tiene remedio, y no dañan sino a sí mesmos;
mas si los enseñadores son tibios, entonces se cumple el ¡ay! del
Señor para el mundo, por el grande mal que de esta tibieza les
viene; y el ¡ay! que amenaza a los tibios enseñadores, que
pegan su tibieza a otros y aun les apagan su fervor»13.
Las palabras del Señor nos recuerdan que hemos de
estar atentos a las consecuencias de nuestras palabras. «¿Sabes el daño que
puedes ocasionar al tirar lejos una piedra si tienes los ojos vendados?
»—Tampoco sabes el perjuicio que puedes producir, a
veces grave, al lanzar frases de murmuración, que te parecen levísimas, porque
tienes los ojos vendados por la desaprensión o por el acaloramiento»14.
Y siempre hemos de tener cuidado de nuestras acciones para que, por
inconsciencia o frivolidad, no hagamos nunca mal a nadie.
El que es ocasión de escándalo tiene obligación, por
caridad, y a veces por justicia, de reparar el daño espiritual y aun material
ocasionado. El escándalo público pide reparación pública. Y ante la
imposibilidad de una reparación adecuada persiste la obligación, siempre
posible, de compensar con oración y penitencia. La caridad, movida por la
contrición, encuentra siempre el modo adecuado de reparar el daño.
Este pasaje del Evangelio nos puede servir para decir
al Señor: ¡Perdón, Señor, si de alguna manera, aun sin darme cuenta, he sido
ocasión de tropiezo para alguno! Son los pecados ocultos, de los que también
podemos pedir perdón en la Confesión; y para que las palabras del Señor, andaos
con cuidado, nos ayuden a estar vigilantes y a ser prudentes.
III. De
nosotros deberían decir quienes nos han tratado lo que sus contemporáneos
afirmaron del Señor: pasó haciendo el bien15...
Nuestra vida ha de estar llena de obras de caridad y de misericordia, a veces
tan pequeñas que no causarán mucho ruido: sonreír, alentar, prestar con alegría
esos pequeños servicios que lleva consigo la convivencia, disculpar los errores
del prójimo para los que casi siempre encontraremos una buena excusa... Es esta
una señal ante el mundo, pues por la caridad nos conocerá como discípulos de
Cristo16. Es también una referencia para nosotros mismos, pues si
examinamos nuestra postura ante los demás, podremos averiguar con prontitud
nuestro grado de unión con Dios.
Si lo propio del escándalo es romper y destruir, la
caridad compone, une y cura, y ella misma facilita el camino que conduce hasta
el Señor. El buen ejemplo será siempre una forma eficaz de contrarrestar el mal
que, quizá sin darse cuenta, muchos van sembrando por la vida. Prepara a la vez
el terreno para un apostolado fecundo. «No perdamos nunca de vista que el Señor
ha prometido su eficacia a los rostros amables, a los modales afables y
cordiales, a la palabra clara y persuasiva que dirige y forma sin herir: beati
mites quoniam ipsi possidebunt terram, bienaventurados los mansos, porque
ellos poseerán la tierra. No debemos olvidar nunca que somos hombres que
tratamos con otros hombres, aun cuando queramos hacer bien a las almas. No
somos ángeles. Y, por tanto, nuestro aspecto, nuestra sonrisa, nuestros
modales, son elementos que condicionan la eficacia de nuestro apostolado»17.
Si el escándalo tiende a separar las almas de Dios, la
caridad más fina nos empujará a llevarlas a Él, a procurar que muchos
encuentren la puerta del Cielo. Santa Teresa decía que «más aprecia (Dios) un
alma que por nuestra industria y oración la ganásemos mediante su misericordia,
que todos los servicios que le podamos hacer»18.
No quedemos nunca indiferentes ante el mal. Ante esa enfermedad moral han de
aumentar nuestros deseos de reparación y desagravio al Señor, y reafirmar
nuestro afán de apostolado. Cuanto mayor sea el mal, mayores han de ser
nuestras ansias de sembrar el bien. No dejemos tampoco de pedir al Señor por
quienes son causa de que otros se alejen del bien, y por las almas que pueden
resultar dañadas por esas palabras, por ese artículo, por aquel programa de la
televisión... El Señor oirá nuestra oración y Santa María nos alcanzará
especiales gracias, Cuando al final de la vida nos presentemos ante Él, esos
actos de reparación y de desagravio constituirán una buena parte del tesoro que
ganamos aquí en la tierra.
1 Lc 17,
1-3. —
2 Cfr. Mt 18,
1-6. —
3 Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 43, a, 1. —
4 Catecismo
de San Pío X, n. 418. —
5 Juan
Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, 10. —
6 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 80. —
7 1
Cor 8, 9. —
8 Cfr. Mt 15,
12-14. —
9 Cfr. 1
Pdr 2, 8. —
10 Cfr. Lc 2,
34. —
11 Cfr. Mt 17,
21. —
12 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 275. —
13 San
Juan de Ávila, sermón 55, para la Infraoctava del Corpus.
—
14 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 455. —
15 Hech 10,
38. —
16 Cfr. Jn 13,
35. —
17 S.
Canals, Ascética meditada, p. 76. —
18 Santa
Teresa, Fundaciones, 1, 7.
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