Por Carolina Jiménez, 04/12/2014
Mudarse a un nuevo país implica reajustar todas tus rutinas, desde las
más cruciales hasta las más absurdas. Dependes de tus amigas para que te
recomienden un buen ginecólogo, de tus vecinos para que te digan cómo pagar el
gas y en donde hacer el mercado, de tus colegas en el trabajo para que te
informen sobre el sistema de impuestos, y así continúa una larga lista de cosas
y tareas que son necesarias para que podamos empezar a apropiarnos de nuestra
nueva realidad y sea menos difícil ser extranjero y más fácil ser conviviente
en el nuevo país que te acoge.
Me mudé a la Ciudad de México hace unos meses y finalmente hoy decidí
abrir una cuenta bancaria. Todo el que recibe dinero y paga dinero sabe que una
cuenta bancaria, una tarjeta de crédito y una de débito son cosas
indispensables en cualquier ciudad de Latinoamérica. Llegué al HSBC de mi
“vecindario” (y sí, es imposible no pensar en el Chavo del 8 cada vez que
escucho a los mexicanos hablar de “vecindarios”) con todos mis documentos en
regla y mi mejor sonrisa para aperturar mi cuenta. El funcionario que me
atendía me preguntó si pensaba acceder a mi cuenta “en línea” y mi respuesta
inmediata fue un “por supuesto” porque soy de las que procura hacer todo online
por estos días. Con una expresión completamente indiferente, el mismo
funcionario me dijo: “lamento informarle que por su nacionalidad no podrá hacer
uso de la banca en línea”. Contuve la sorpresa (y la indignación) para
preguntarle la razón para tal medida y su única respuesta fue que tal situación
era “’una nueva regla impuesta desde hacía unos días con las personas
venezolanas”’. Me levanté furiosa (indignación ya no contenida) y le dije al
funcionario que en algún lugar escribiría sobre ese incidente incómodo. Heme
aquí, cumpliendo con mi pequeña y solitaria advertencia. Si algo tuve claro en
ese momento es que ‘venir de un país en crisis’ no le da derecho a ninguna
corporación bancaria a negarme un servicio básico que le ofrece a todos los
demás. Mi venezolanidad no debe ser irrespetada de esa manera, ni por ellos ni
por nadie. Las redes sociales me armaron de valor y a sugerencia de varios
amigos interpuse una queja (online, al menos si me lo permitieron!) ante la
CONAPRED, la institución mexicana a cargo de prevenir la discriminación en el
país. Veremos qué pasa.
Mi “saga bancaria” no terminó allí. Me fui a un segundo banco (Scotia
Bank) con la esperanza de que no me negaran el acceso en línea por ser
venezolana. En ese banco me informaron que mi recibo de electricidad no servía
para comprobar mi domicilio y que por lo tanto no podían abrirme la cuenta.
Traté de explicarles que el apartamento en donde vivo está a nombre de su dueña
y que por lo tanto los recibos no llegan a mi nombre pero me dijeron que era
“política interna del banco”. Ya con mis niveles de enojo más altos de lo
normal les dije que lo que estaban haciendo era discriminar contra los
extranjeros no propietarios a lo que respondieron: “política interna del
banco”.
Con la moral por el suelo y la indignación por las nubes, llegué a un
tercer banco (Santander). Creo que en ese momento ya no podía contener mi
frustración y terminé contándole toda mi historia a la pobre chica que me
atendía. Le expliqué que yo no quería quejarme de México, que yo antes vivía en
EEUU y que me había mudado con la mejor intención de trabajar en este inmenso
país pero que hoy ni siquiera había podido abrir una cuenta bancaria. Y de
pronto, en un momento cualquiera de cansancio y trabajo, pasó lo que siempre
nos hace reacomodar fuerzas en los momentos de infortunio: la empatía humana.
Mientras llenaba formularios para abrirme la cuenta, Marta la del Banco
Santander, comenzó a contarme que su papa vivía en California, que era un
inmigrante que había comenzado en trabajos muy duros de limpieza pero que hoy
en día era el supervisor de limpieza de varios edificios. Que su hermano
también estaba “en el norte” y que supervisaba la limpieza de una gran empresa
pero que además tenía su propia banda de música. Hablamos de la reforma
migratoria de Obama, de lo difícil que es para una familia estar separada por
una frontera, y entre historias, anécdotas, discusión de política migratoria y
múltiples firmas y formatos, me abrieron una cuenta bancaria.
Me despedí de Marta pidiéndole que le dijera a su papá y a su hermano
que ellos hacían de EEUU un país más lindo. Ella se despidió enumerándome los
lugares donde podía hacer los depósitos de manera más rápida. Le sonreí
intentándole decir que no importa que su papa viva en California y mi mamá en
Acarigua, cada una podía entender un poquito de la otra.
Me reconcilié con México. Aun no me reconcilio con el HSBC.
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