Américo Martin 06 de diciembre de 2014
@AmericoMartin
I
Una de las infinitas ediciones de El
Príncipe de Maquiavelo está adornada con notas manuscritas de Napoleón
Bonaparte colocadas en los ángulos de cada hoja. ¡Imagínense el valor de esa
obra si fuere cierto que el emperador la ilustró con sus propias opiniones de
gran guerrero y gran político!
No he escuchado, sin embargo, opiniones
serías que las certifiquen, no obstante que la célebre obra parece haber sido
uno de los libros de cabecera del poderoso corso. Pero a los efectos de esta
columna haré como que las notas realmente vengan de la mano de Napoleón, porque
–sea quien fuera su verdadero autor- me parecieron muy ingeniosas y útiles
desde que tropecé con ellas, allá por los últimos años 1950. Y aunque se ha
repetido que el corso tenía en alta estima los consejos del florentino, se
capta de entrada una diferencia sustancial entre los dos grandes personajes,
relacionada sin duda con el punto de partida de cada uno de ellos.
El tema de El Príncipe se refiere -según
su propio autor- “al modo como es posible gobernar y conservar los principados”
Es bien sabido que Maquiavelo no era monárquico, sino leal republicano, pero le
fascinaba el poder, de modo que sus lecciones aprovecharían a militaristas y
civilistas, a autócratas y demócratas.
Acabo de decir que la diferencia
proviene de los distintos puntos de partida utilizados. El del florentino es la
relativa debilidad, que hace conveniente no cerrar caminos al adversario,
tenderle la mano y facilitar diálogos. El del emperador es la enorme
superioridad militar que ostentó en Europa y el mundo. Quería darse el lujo de
abstenerse de las concesiones gratas a Nicolás Maquiavelo y poner los objetivos
políticos en la boca de sus cañones.
Bonaparte en realidad actuó como un
monarca republicano. Otorgó el sufragio universal a los países cuyas testas
coronadas derribó y sin vacilar se hizo coronar emperador vitalicio en 1804, y
monócrata inapelable.
- Maquiavelo:
“Si carecieras ya de enemigos, obrarías prudentemente en devolver algunas
de las cosas que les pertenecen”
- Napoleón:
“Medio de debilidad”
- Maquiavelo:
“Y deberías hacer esa restitución para ganártelos, porque este
procedimiento los separaría infaliblemente de la liga de tus enemigos”
- Napoleón:
“Uno más o menos ¿qué importa cuando tenemos la fuerza para derrotarlos a
todos juntos?
II
En la estremecida Venezuela de nuestros
días se aprecia la paradoja de un gobernante que procede como Bonaparte sin
poseer ni su fuerza, ni su talento ni su astucia, en lugar de tratar de
aprender algo –no mucho, solo algo- de la sutil y flexible inteligencia de
Maquiavelo. Sé que tampoco es de pedirle peras al olmo, pero en fin…
Crece en todos los rincones del planeta
la creencia de que el pretendido socialismo bolivariano siglo XXI naufragó en
un espeso pantano. Los esfuerzos empeñosos por tratar de hacer algo con un
ensayo tan difícil de entender y mucho más de explicar o defender, han
terminado por barrer con las ilusiones de quienes querían ver la
materialización de viejas esperanzas y sueños nunca encarnados. El modelo
pretendió romper con lo que de manera esquemática denominó “capitalismo” y se
le quebró el serrucho, para decirlo con la estrofa de los cañoneros de la vieja
Caracas.
Las cifras ya inocultables son
aterradoras. Se asombran los Gobiernos y movimientos de los muchos países que
se interesaron en Venezuela al compás de los aspavientos desenfadados de un
militar muy audaz y algo chapucero. Es llamativa la perplejidad de
intelectuales foráneos y nativos preferiblemente de izquierda que adhirieron al
principio al curioso experimento venezolano y hoy toman distancia o rompen con
energía. A la cruda verdad de la moribunda economía con su cortejo
inflacionario, recesivo, destructor de las capacidades productivas de la
industria y la agricultura, se unen las comatosas llagas estrictamente
sociales: desempleo brutal, informalidad y buhonería especulativa, caída
poblacional por debajo de la línea de la pobreza, explosión del crimen
callejero, protestas de todo tipo y en todas partes que el gobierno quiere
presentar, en medio de la incredibilidad general, como manifestaciones de una
“guerra económica” planificada desde Washington y Colombia. La fantasía de
irrisorios golpes y magnicidios que, como fantasmas danzantes, surgen y
desaparecen sin dejar el más mínimo vestigio de prueba.
III
De modo muy especial se multiplica en
todos los niveles del hacer gubernamental la corrupción político-administrativa
más fétida y profunda. No es que Venezuela haya sido en el pasado un modelo de
virtud ética. La corrupción había sido escandalosa, pero jamás se había
descendido moralmente de manera tan insondable como en nuestros días. Entre
millares de testimonios, lo evidencia la ola de denuncias encendidas en el seno
del propio partido oficialista.
Lo lógico, lo racional sería que el
debilitado gobierno conversara con la disidencia, en lugar de difamarla y
perseguirla. Los problemas lo apabullan pero en vez de mentir en busca ansiosa
de pretextos absurdos, debería entender que su sobrevivencia política depende en
mucho de que abra o cierre el puño. Reprimir salvajemente y usar la justicia
como garrote lo aproxima al colapso. El círculo de sus críticos se sigue
expandiendo hasta en sus propios predios.
El diablo ciega a quienes quiere perder.
Incapaces de aceptar la realidad se alientan con canciones revolucionarias,
puños alzados y gritando improperios. Se alegran con el triunfo de un excelente
demócrata como Tabaré en Uruguay, sin percatarse de cómo le sacan el cuerpo los
que solo reservan para ellos una diplomática sonrisa.
Serían estos sedicentes bolivarianos los
que indujeron al Libertador a confesar que había arado en el mar.
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