Por Froilán Barrios
A la hora del té la sociología
universal caracteriza la decadencia social a partir de las realidades
observadas en el globo terráqueo, de allí que el continente africano sea fuente
predilecta al representar las calamidades del género humano; desde
genocidios hasta hambrunas son registradas como categorías de la degradación,
producida por la cuasi desaparición del Estado en cualquier latitud de esta
región del planeta.
De estos dramas que han
significado el exterminio de millones de seres humanos han surgido conceptos
como la somalizacion de un país, cuando se refiere a la extinción del Estado
sustituido por la mafia y el poder de bandas criminales, o la africanizacion de
la sociedad ante la inexistencia elemental de todo servicio público necesario
para la supervivencia de cualquier mortal.
Toda esta cruenta realidad
orquestada por feroces dictaduras, ejecutoras de genocidios y atrocidades
ancestrales dignas de la historia universal de la infamia.
Observando esta tragedia
global ¿en el umbral de qué nos situamos nosotros hoy en Venezuela? Cuando
percibimos la tragedia diaria hogareña de cada día para alimentarse y subsistir,
que ha convertido a cientos de miles de habitantes de nuestros pueblos y
ciudades en nómadas detrás de un alimento. Ante el desabastecimiento y la
escasez más aguda en las zonas rurales, la gente se traslada en manadas a las
capitales de los estados donde se supone con la existencia de automercados una
mejor oportunidad de abastecerse, para encontrarse con la amarga experiencia de
una igual o peor situación.
A la carencia de alimentos,
agua, luz, salud, transporte, se agrega el cáncer inflacionario producido por
un mercado que promueve el bachaqueo de productos, cuyo efecto inmediato, la
pulverización del salario y el ingreso familiar, ha determinado la venta de los
enseres hogareños para la subsistencia, neveras, cocinas, televisores y
electrodomésticos para garantizarse semanas más de subsistencia. Incluso en
numerosos casos ha disminuido el ausentismo laboral, por enfermedad o cualquier
causa característica de estos tiempos de manguangua jurídica, ya que el
trabajador al menos se garantiza la papa resuelta del comedor industrial que
adquirirla en la calle.
El drama social que nos
estremece parece no ser reconocido ni internacionalmente, ni en nuestros
predios, donde el gobierno nacional insiste en su campaña irresoluta de guerra
económica y de confrontación directa y permanente con la Asamblea Nacional, en
lugar de promover solución inmediata a los males que han precarizado al extremo
la vida en cualquier rincón de nuestro territorio nacional. Y para lograrlo
requiere el entendimiento inmediato de los dos poderes Ejecutivo y Legislativo,
si no el tornado de la explosión social arrasará con lo existente.
A tal extremo de que aquel
país cuya capital fuera reconocida como la sucursal del cielo, al punto de ser
una de las metrópolis envidiadas en nuestro continente y allende los mares,
pudiera ser convertida en una aldea abandonada por la ignominia de sus
insensatos gobernantes.
17-02-16
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