Por S.J. Luis Ugalde
Luego de más de 3 lustros en
el poder, nos anuncian que Venezuela necesita convertirse en productora, pues
no se puede vivir de la renta. Increíble, pues ya hace 80 años se reclamó la
siembra del petróleo frente al rentismo de la lotería petrolera y a lo largo de
estas décadas muchos hemos escrito infinidad de artículos, ensayos e incluso
tesis doctorales. Cuanto más alto el precio, mayor la borrachera rentista y la
ilusión de nuevos ricos: cuando hace 4 décadas se triplicó el precio del
barril, creíamos volar “Hacia la gran Venezuela” y salíamos de compras a Miami
al grito de “ta’ barato, dame dos”. Desde 1974 aumentó la megalomanía, la
corrupción, la deuda y la inflación y en 1978 empezó a crecer también la
pobreza y a cocinarse la “revolución”.
El gran Juan Germán Roscio
hace dos siglos, estando preso en España, escribió que “la prosperidad de un
pueblo no consiste en la cantidad de oro que posee, sino en el número de
talentos y de brazos que emplea con utilidad”. Frase que debiera presidir
escuelas y oficinas públicas. Pero los cultivadores del complejo de
inferioridad nacional piensan como Guzmán Blanco que valemos por las riquezas
naturales alquiladas a extranjeros laboriosos y sus capitales para que nos
desarrollen. Ellos nos harán ricos a pesar de nuestra improductividad.
La idea de país rico a causa
de la renta petrolera no la inventó este régimen, pero sí la extremó con dos
errores muy graves: “Somos riquísimos, pues tenemos las mayores reservas
petroleras del mundo” y la “buena política consiste en distribuir la abundante
riqueza natural, que antes era arrebatada a los pobres por el imperio, los
ricos y los partidos políticos corruptos”. La “revolución” sustituyó a los
productores por los repartidores políticos con ilusiones mesiánicas.
No basta reconocer los
límites y mal uso de la renta petrolera, hay que llegar al hueso del concepto
mismo de la riqueza nacional ¿es el talento de la gente o son los recursos
naturales? Es formidable el potencial que hay en nuestra geografía, pero solo
se transforma en vida si somos buenos productores.
No es cierto, como pretende
el gobierno, que ellos hasta ahora no habían caído en la cuenta de los males
del rentismo y de la “enfermedad holandesa”. Porque lo sabían, prometieron
“producción endógena” para dejar de ser importadores de la “exógena”; pero con
el barril a 100 dólares perdieron la cabeza y otras cosas y se emborracharon
con sus deslumbrantes cuentas en bancos extranjeros y el regodeo clientelar
descontrolado.
Mucha de la cultura y la
educación formal e informal –antes y después de este régimen– sigue enseñando
que somos ricos, por nuestros tesoros no producidos. En todos los estratos
sociales hay demasiados venezolanos que no creen en su propia productividad
como fuente de riqueza y está arraigada una educación cultivadora de la
enfermedad rentista y de la pobreza. Frente a ello necesitamos educación que
transforme en productores a millones de venezolanos y sus talentos enterrados.
¿Es Venezuela rica o no? Sin
duda es pobre porque pobre es el conjunto de bienes y de servicios que
producimos. El talento de millones de venezolanos se pierde, como el gas
quemado en centenares de mechurrios. Son la escuela y la educación de calidad,
junto con el sistema productivo, los que hacen la diferencia, poniendo a valer
el talento. Pero tememos que en las actuales dramáticas emergencias de salud,
de crimen desatado y de falta de comida, la escuela siga deteriorándose, con
maestros buscando irse del país y sin jóvenes que quieran ser educadores. No
puede haber un país de productores, si la educación es para títulos y cartones
con contenidos mediocres, sin capacitación “productora” y si la juventud no
descubre que el camino para dejar de ser pobre es la propia valía, reconocida y
apoyada por la sociedad con educación que forma y capacita millones de
productores; hombres y mujeres que agregan valor a todo lo que trabajan.
Productores económicos, pero
también productores sociales y políticos. La realidad política es un producto
nuestro y también la mala o buena calidad de la convivencia social.
Capacitación, valores y solidaridad para, juntos, producir y disfrutar el país
que queremos. El cambio necesario no es posible con la actual educación. Se
requiere una movilización mental cultural que dé un gran vuelco a las rutinas
educativas y al maltrato social a los educadores y a la educación. Más
educadores y escuelas de calidad y menos importaciones de tanques y de aviones;
crecer en educación con reducción en armas y guerras imaginarias. La
Constitución habla de la educación como empresa nacional en la que deben
confluir solidariamente la familia, el Estado y la sociedad, pero la
obstaculizan los gobiernos cuando se empeñan en apropiarse en exclusiva del
Estado, frenando la responsabilidad de la familia y las necesarias iniciativas
y aportes educativos de la sociedad. El actual desmantelamiento de las
universidades, de las escuelas y la miseria de los sueldos es educación que
refuerza la pobreza. La empresa no puede quedar fuera del esfuerzo
educativo, pues necesita jóvenes con valores productivos, bien formados que
compitan exitosamente en el duro campeonato de la productividad internacional.
04-02-16
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