Por Luis Pedro España
Estamos en un atolladero. Más
allá de las posturas radicales o moderadas, de las imposturas ideológicas, así
como de los permisos que se debe dar cada bando, hay dos aprensiones que
impiden cualquier posibilidad de encuentro. Una es el temor del gobierno y
otra, el de los inocentes.
El temor del gobierno se
divide en dos. El primero es el de los jefes. Aunque quizás no todos, ellos
saben que le deben cuentas a la justicia, a los derechos humanos o ambos.
De
allí emana un segundo temor, el que los primeros infunden al resto que les son
próximos, aquellos que no saben si tienen o no una cuenta pendiente. Tanto
obrar de una manera los hizo perder la frontera entre lo legal y lo ilegal.
Para estos el mensaje en la oreja es el mismo: No importa si hiciste o no
hiciste, la oposición tiene un cuchillo en los dientes, no diferencian y vienen
por todos.
Todo régimen abusivo tiene el
temor del culpable, pero existe otro, no tan cercano, que sabe que ni se lucró
ni le desgracio la vida a nadie, pero que también tiene miedo. Es el temor de
los inocentes. El que se incuba en la incertidumbre y en el no saber en qué
parará. No depende de si se cree o se presume culpable, si es de un bando o del
otro, consiste en el simple y muy humano temor al caos. Este miedo juega a
favor del sistema, es incluso bastante conservador y, si no hay un mínimo de
transmisión de confianza entre los propugnadores, se puede volver un miedo
paralizante que reste fuerzas al empuje de cambio.
En la medida que se pasa el
tiempo y el país entero se va asustando, las posibilidades de un cambio
electoral, pacífico y constitucional, tal y como se lo ha planteado desde hace
mucho la oposición, es más complicado, tiene más aristas y, claro está, más
obstruccionistas y temerosos pasivos que se pueden sumar a los enemigos
activos. Cada día que pasa aumenta la hinchazón de la ingobernabilidad y, por
lo tanto, es más difícil planificar un cambio, gestionar una ruta que haga
descender los temores y reduzca la confianza de los que no son culpables.
Aunque en abstracto parezca
posible, capitalizar el caos, ofrecerse como la paz, parecer mejor que el
cambio, no es una posibilidad para este gobierno. Requeriría de una astucia y
una coherencia que definitivamente no tiene. No somos del parecer de que el
oficialismo tenga un plan preconcebido. Sus erráticas acciones solo demuestran
pura y simple improvisación. Este gobierno de coalición interna donde cada bando
(¿quién sabe cuántos son?) tiene poder de veto, es contradictorio en el verbo y
nulo en la acción. Por ello, cualquier giro, radical o moderado, no importa
como sea, no produce nada en concreto. Solo se ponen de acuerdo en los
eslóganes, en el nombre del plan, puede que hasta en la etiqueta o hashtag de
cada día, pero en nada más.
El gobierno indeciso,
paralizado y lleno de culpas, hace que el país amanezca, por ejemplo, un
sábado, sin aliento, listo para morirse de hambre por la intervención de
Alimentos Polar, retratado como maula sumido en el default, con grandes
letreros en cajeros y entidades financieras notificando sobre el máximo de
retiros al día y, al lunes siguiente, en menos de dos días, lo vemos envuelto
con el traje o el disfraz de la moderación, hecho por el pespunte del enroque
de un ministro panfletario por otro que se dice empresario. ¿Dígame usted a
quién le creemos?
Semejante performance no es el
que nos sacará del atolladero. Eso lo sabemos todos. Pero ese no hacer nada no
es neutro, el tiempo pasa y las complicaciones apremian. No pasará mucho hasta
que el gobierno vacilante le de otra vuelta a la tuerca, pero en dirección
contraria a la última que dio. Vendrán nuevas excusas, otro reclamo a los no
cooperantes, a la nueva arremetida al maligno, ese al que hace unos días le
vendió el alma.
Por ese repetitivo camino la
reconstrucción es imposible. El gobierno no se merece la iniciativa de la
transición y el arreglo. Ya no hay duda al respecto, hay que actuar por todos
los frentes, activar todas las iniciativas constitucionales, acorralar a todos
los poderes cómplices e ilegítimos y lograr una transición que, de una buena
vez, respete el temor de los inocentes.
18-02-16
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