Por José Vicente Carrasquero
La situación que viven los
venezolanos es verdaderamente delicada y lamentable. Es preciso recordar que
entre 1999 y 2015, Venezuela tuvo ingresos que montan más del doble que la
sumatoria de las entradas que tuvo la república entre 1811 y 1998. Es decir, ningún
gobierno manejo tantos recursos como los que han manejado Chávez y Maduro
durante los últimos quinquenios.
La suerte de ese dinero es
una incógnita que comienza a ser despejada. Ex ministros de Chávez denuncian
que unos 300mil millones de dólares fueron devorados por una corrupción
insaciable que se ha convertido en una de las características tristemente
destacadas del proceso político, que despertó tantas expectativas entre
inocentes venezolanos que decidieron apoyar en las urnas a un Chávez, que en
dos oportunidades trato de arrebatarles su soberanía en 1992.
Gran parte de ese dinero de
los venezolanos fue usado con la finalidad de darle viabilidad al proyecto
político del anciano de La Habana: exportar la revolución cubana al resto de
los países de América Latina. Por eso intentó en los sesenta, por diversos
medios, ponerle mano a Venezuela. Pensaba que con su petróleo podría llevar su
proceso político al Caribe y el resto del continente. Al final, encontró un
método que le resultó mucho más efectivo: conquistó la mente de un pobremente
formado ex oficial del ejército venezolano que una vez usó las armas de la
nación en contra de la voluntad popular para imponer la propia.
El resto de la historia lo
conocemos. Nuestros ingentes ingresos por petróleo se usaron para financiar
procesos políticos en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Chile, Colombia,
Nicaragua, Paraguay, Perú y Uruguay por nombrar solo algunos. Mucho de nuestro
dinero se convirtió en casas para necesitados en otros países, hospitales, patrullas,
aviones, aeropuertos y pare usted de contar, pero todo en el extranjero.
El que esperamos haya sido
el último trocador de oro por espejitos no tuvo empacho en poner a los
venezolanos a pasar trabajo. No hubo una inversión en Venezuela que hiciera al
proceso político sustentable. Por el contrario, en su poquedad mental, Chávez
pensó que era verdad que tenía recursos ilimitados y que podía de una forma
manirrota hacerse del aparato productivo nacional. Rodeado de funcionarios tan
o más incompetentes que él, comenzó con una vorágine expropiatoria que terminó
en una situación de quiebra casi generalizada de todas las empresas en las que
se metieron.
Es claro que ni una sola de
las empresas expropiadas sirve para algo. Alguien pudiera estar tentado a mencionar
CANTV. La realidad es que la otrora creciente compañía de telecomunicaciones
presta hoy un pobre servicio. El internet más lento del continente, una
pobrísima respuesta a las cada vez más frecuentes averías, cooperativas que
prestan servicios sin ningún respeto a las normas de seguridad, y una
insuficiente penetración del servicio hablan de una compañía venida a menos,
que no está a la altura de las demandas de desarrollo que en la materia
necesita el país.
Un punto aparte merece el
aparato eléctrico nacional. De aquel millardito que Chávez se empeñó en sacarle
a las inversiones en el sector, llegamos a una Venezuela a oscuras. Los
apagones se han hecho normales. Suceden a cada rato y sin aviso. La corrupción
hizo estragos en los inmensos fondos que se destinaron a incrementar la
producción de energía eléctrica. Un estado obeso y fofo ha sido incapaz de
poner al día lo que constituye el corazón de cualquier proceso de desarrollo
sustentable que se pudiera poner en marcha.
Un presidente poco capacitado
no podía hacer otra cosa que heredar su cargo a una persona con todavía peor
preparación. Es así como llegamos a un gobierno
paralítico. Un gobierno sin las herramientas necesarias desde el punto de
vista cognitivo para enfrentar lo que es, sin duda alguna, la peor crisis
social, política y económica que hemos sufrido los venezolanos en más de un
siglo.
Ya transcurrió el primer mes
de 2016. Estamos a casi dos meses de las elecciones del 6D que el gobierno
debió leer como un clamor popular. Que debió implicar una inmediata reacción
que incluyera un claro cambio de rumbo en la forma como se está manejando la
economía.
Por el contrario, Maduro
quiere seguir en más de los mismo. Anuncios vacíos, creación de ministerios de
evidente inutilidad. Más controles e intromisión del gobierno. Denuncia de una
guerra económica que nadie ve pero todos sufren. Culpas a los demás e
incapacidad para asumir su propia responsabilidad en lo que nos está pasando.
Discursos grandilocuentes e invocaciones a Chávez. Nada. El gobierno no se
mueve. No por flojera. No por falta de ganas diría yo. No se mueve porque no
tiene las capacidades para hacerlo.
No albergo la menor sombra
de duda de que Maduro no entiende lo que está pasando en el país. No se da
cuenta que son precisamente los controles los que han llevado la economía a la
unidad de cuidados intensivos. No entiende Maduro que debe decidir entre pagar
la deuda externa o dar de comer a los venezolanos.
No entiende Maduro el papel
del sector privado en la economía. No entiende Maduro que el control de cambio
impide resolver el problema de la escasez. Que control de cambio es escasez de
divisas que se convierten en escasez de bienes y servicios.
El chavismo nos trajo a una
situación menesterosa, de miseria. Venezuela no es ni la sombra de las promesas
que el fracasado Chávez hizo en sus campañas electorales. Estamos muy
lejos de ser una potencia. Al contrario, somos un país en emergencia
humanitaria al borde de requerir la asistencia humanitaria internacional.
Maduro lo único que tiene en
sus manos para superar esta crisis es su renuncia. Sería un acto heroico.
Apartarse para que el país pueda sin más pérdida de tiempo avocarse a la solución
de los problemas.
El grave problema es que
Maduro tampoco entiende la necesidad de renunciar como medida extrema para
salvar lo poco que pueda quedar del chavismo. Será necesario que el pueblo se
lo haga entender.
03-02-16
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