Por Luis Pedro España
La crisis sigue su curso y
la impavidez del gobierno es desesperante. Entra febrero y la crisis se
multiplica. Las noticias de desabastecimiento no hacen sino incrementarse
producto de una escasez de divisas que compromete la disponibilidad de los
bienes más elementales. No estamos al borde, ya estamos en presencia de una
crisis humanitaria, en la cual pueblos y caseríos tienen la postración de la
resignación, y en las ciudades comienza a tener los signos de la violencia y la
rebeldía.
Lo que enardece de esta
situación nacional no solo es la parálisis oficial, sino la insensibilidad y
hasta el desprecio con que el gobierno ve la realidad de los otros. Decimos de
otros, porque la de ellos, sus problemas, a los que por cierto es lo único que
le prestan atención, es maniobrar para mantenerse en la esfera de confort y privilegios
largamente construida a lo largo de estos años.
Pero la realidad de los
otros, la realidad del país, esa que antes quedaba subsumida a la pugna entre
la falsa interpretación del monólogo oficial y su contraste con los pocos
medios de expresión independiente, cada vez más va saliendo a flote, en la
medida en que las interpelaciones y las comparecencias del poder contralor de
la Asamblea Nacional obliga a que cese el silencio comodón y cómplice
dejándolos al descubierto.
La crisis más fuerte que tiene
que afrontar el gobierno es muy distinta a la que padecen los venezolanos. Para
nosotros es la economía y la crisis social, para ellos es que se les acabó el
privilegio del silencio. Ninguno de los jerarcas de antes tuvo que someterse a
las molestias de tener que rendir cuentas. Tener que escuchar las críticas,
dentro de lo que hasta hace poco fue su patio y, peor aún, tener que ir a
presentar examen, ser evaluados y ser aplazados. Eso es lo peor que le ha
pasado a los impolutos y soberbios miembros del gobierno.
Esta apertura, producto de
los extraordinarios resultados electorales del 6-D y la excelente actuación de
los diputados en la Asamblea, ha permitido que salga a la luz pública lo
peorcito de quienes están mandando. Antes eran solo deslices en alguna que otra
declaración inapropiada. Hoy son toda una lista de barbaridades pronunciadas
por la obligación de tener que hablar, para decir no solo el poco manejo que
tienen de los temas, o el particularismo de sus puntos de vista, sino lo que
sabíamos desde hacía mucho, el desprecio que manifiestan por el pueblo que
dicen amar.
Cada vez que se les sube la
sangre a la cabeza, cada vez que caen en cuenta de que el fin está cerca,
arremeten contra el pueblo, lo insultan, lo llaman insensato, lo denigran por falto
de conciencia. El código del chantaje, a lo que se resume el pretendido amor a
los pobres, aflora amenazando con quitar taxis, becas y viviendas.
Pero lo que resumen de mejor
manera este desprecio por el pueblo son las argumentaciones en contra de la ley
de propiedad de la Misión Vivienda. Inconscientes venezolanos a los que no se
les puede dar la titularidad de su casa, porque saldrían a vendérsela a los
burgueses. La idea es tan retorcida que da náuseas. El desprecio por la
autonomía del otro es indignante. El límite al que ha llegado este gobierno
acorralado no le cabe otro calificativo sino el de desgraciado. En eso han
terminado.
04-02-16
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