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domingo, 31 de julio de 2016

Jesús nos refleja la misericordia del Padre, por @PadreMena



Roberto Mena 30 de julio de 2016

En la bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, en el n° 1 el Papa nos dice:

a.   Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, “rico en misericordia” (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad” (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona[1] revela la misericordia de Dios.

a.   La encarnación del Verbo, del Hijo de Dios, es prueba de esta misericordia divina.Vino a perdonar, a reconciliar a los hombres entre sí y con su Creador. Manso y humilde de corazón, brinda alivio y descanso a todos los atribulados (Mt 11, 28). El Apóstol Santiago llama al Señor piadoso y compasivo (Sant 5, 11). En la Epístola a los Hebreos, Cristo es el Pontífice misericordioso (Heb 2, 17); y esta actitud divina hacia el hombre es siempre el motivo de la acción salvadora de Dios (Tit 2, 11; 1 Pdr 1, 3), que no se cansa de perdonar y de alentar a los hombres hacia su Patria definitiva, superando las flaquezas, el dolor y las deficiencias de esta vida. “Revelada en Cristo la verdad acerca de Dios como Padre de la misericordia, nos permite “verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad” (Juan Pablo II, encíclica Dives in misericordia, 30-XI-1980, 2). Por eso, la súplica constante de los leprosos, ciegos, cojos… a Jesús es: ten misericordia (MT 9, 27; 14, 20; 15, 22; 20, 30; MC 10, 47; LC 17, 13).

b.   La bondad de Jesús con los hombres, con todos nosotros, supera las medidas humanas. “Aquel hombre que cayó en manos de los ladrones, que lo desnudaron, lo golpearon y se fueron dejándolo medio muerto, Él lo reconfortó, vendándole las heridas, derramando en ellas su aceite y vino, haciéndole montar sobre su propia cabalgadura y acomodándolo en el mesón para que tuvieran cuidado de él, dando para ello una cantidad de dinero y prometiendo al mesonero que, a la vuelta, le pagaría lo que gastase de más” (San Máximo de Turín, Carta 11). Estos cuidados los ha tenido con cada hombre en particular. Nos ha recogido malheridos muchas veces, nos ha puesto bálsamo en las heridas, las ha vendado… y no una, sino incontables veces. En su misericordia está nuestra salvación; como los enfermos, los ciegos y los lisiados, también debemos acudir nosotros delante del Sagrario y decirle: Jesús, ten misericordia de mí… De modo particular, el Señor ejerce su misericordia a través del sacramento del perdón. Allí nos limpia los pecados, nos acoge, nos cura, lava nuestras heridas, nos alivia… Es más, en este sacramento nos sana plenamente y recibimos nueva vida.
Qué fácil es contemplar así la misericordia de Dios en Jesús, una misericordia que realmente es eterna, que no se agota, que no se limita, que no se cansa, que no pierda la paciencia.

c.   En el N° 8 de la Misericordiae Vultus, el Papa nos dice: Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.

Papa en Holguin, Cuba 2015

El amor de Jesús ”nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma…. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida”.

Después de mirarlo con misericordia, el Señor dijo a Mateo: ”Sígueme”. Y Mateo se levantó y lo siguió. ”Después de la mirada -notó el Pontífice- la palabra. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo transformó. Y allá atrás quedó el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. Antes él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a los otros, ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio. Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos a los que ”se vive”, se usa, se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a quien él sirve. Su amor cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo políticamente correcto”.

d. Los defectos de Jesús. Ejercicios Espirituales de Mons. Van Thuan en el 2000 al Papa Juan Pablo II y a la curia:

Un día encontré un modo especial de explicarme. Pido vuestra comprensión e indulgencia si repito aquí delante de la Curia, una confesión que puede sonar a herejía: lo he abandonado todo para seguir a Jesús porque amo los defectos de Jesús.
Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria.

En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: “No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos con 20 años de purgatorio”. Sin embargo Jesús le responde: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). El olvida todos los pecados de aquel hombre.

Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: “Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor” (Lc 7, 47).

La parábola del hijo pródigo nos cuenta que este, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros” (Lc 15, 18-19). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: “Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 22-24).

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.

Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas.

Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 4-7).

Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación…

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!

Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica

Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: “Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido” (cf. Lc 15, 8-9).

¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos…

Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que “el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce”.

Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: “Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 10)

Cuarto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía.

Recordemos la parábola de los obreros de la viña: “El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco… y los envió a sus viñas”. Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno. (cf. Mt 20, 1-16).

Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, estas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque –explica-: “¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?”

Y nosotros hemos creído en el amor.

Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos?
Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.

Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad Él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega –como dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas.

Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Puedo decir que experimento su misericordia, su presencia que busca mi salvación.

Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con sus “defectos”, que son, gracias a Dios, incorregibles.

Los santos son expertos en este amor sin límites. El papa san Juan Pablo II relata en su biografía: “A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: “Si crees, verás el poder de mi corazón”.

Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso.

El mensaje de la Misericordia ha estado presente en numerosos momentos del pontificado de Juan Pablo II. Por ejemplo, en vida y poco antes de morir, el Papa recomendó la invocación “Jesús, en ti confío”.

“Es un sencillo pero profundo acto de confianza y de abandono al amor de Dios –aseguró el Papa–. Constituye un punto de fuerza fundamental para el hombre, pues es capaz de transformar la vida”.

“En las inevitables pruebas y dificultades de la existencia, como en los momentos de alegría y entusiasmo, confiarse al Señor infunde paz en el ánimo, induce a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre el espíritu a la humildad y a la verdad“.

“En el corazón de Cristo encuentra paz quien está angustiado por las penas de la existencia; encuentra alivio quien se ve afligido por el sufrimiento y la enfermedad; siente alegría quien se ve oprimido por la incertidumbre y la angustia, porque el corazón de Cristo es abismo de consuelo y de amor para quien recurre a El con confianza”.

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