Por Marianella Herrera Cuenca
“Se vende hija por diez kilos
de arroz”. Este es el título de uno de los capítulos del libro “Cisnes
Salvajes” escrito por Jung Chang. Relata la autora, que durante los años
1947-48, en la China transicional desde el Kuomintang al comunismo, la
corrupción, las ansias de poder, el miedo de padecer y morir a manos del
Kuomintang desataron el lado oscuro de las fuerzas policiales, de los oficiales
de gobierno, pero también las esperanzas de la población que en la promesa de
una nueva China existía en las manos del comunismo.
Ese sistema que daría por
ejemplo un cambio en esas tradiciones chinas tan descalificadoras hacia la
mujer, los comportamientos de maltrato y darían un impulso a la golpeada
economía China de aquel momento. En aquellos tiempos, hubo cambio de moneda,
protestas y violencia por escasez de alimentos y control excesivo de los mismos
por los altos funcionarios de gobierno. El gobierno del Kuomingtang, era
incapaz de detener la inflación, y la pobreza hacía estragos en la población
china. La transición entonces hacia otro sistema, parecía apetecible, en
medio de una gran anarquía reinante donde muchas veces no se sabía quién era
quien, a cual bando pertenecía y cuáles eran sus intenciones. ¿Suena conocido?
¿Casualidad?
Lo cierto es que en esos años,
terminada la ocupación japonesa en China, con el país verdaderamente
empobrecido, y con el Kuomintang atornillado en el poder por un lado, aun
cuando cada vez más débil, y un movimiento comunista liderado por Mao
Zedong por el otro, que asesinaba terratenientes, expropiaba tierras y
amenazaba de muerte, el caos y la anarquía reinaban en el país.
Además, con unas tradiciones
culturales que no favorecían jamás a las niñas y a las mujeres en general, las
cargas familiares en general se disminuían deshaciéndose de las niñas,
despreciando a las mujeres e incluso, quitándoles la vida. En estos años, la
escasez de alimentos, la hiperinflación y el hambre azotaron a la población
China convirtiéndola en una población vulnerable, donde la gente era capaz de
cualquier cosa por un tazón de arroz, alimento idiosincrático en el Asia y por
supuesto de China.
A las afueras del colegio
donde la madre de la escritora Jung Chang trabajaba, una vez una madre con apariencia
de desnutrida, se sentó con su hija de diez años con un cartel en su pecho que
decía: “Se vende hija por 10 kilos de arroz” esto, da cuenta de la
desesperación de la madre. Una madre que ya no es capaz de pensar, que
está obnubilada quizás por los estragos de un ayuno prolongado y
forzado que tiene consecuencias bioquímicas en el cuerpo de los humanos.
Sabemos que el metabolismo de los alimentos una vez que ingresan al
cuerpo se derivan mediante complicados procesos enzimáticos y bioquímicos hacia
la producción de energía y el exceso (si es que existe) debe almacenarse como
grasa, este es el resumen mínimo de un proceso complejo que ocurre a nivel
celular y mitocondrial para producir energía, esa energía que nos permite
funcionar de una manera adecuada y estar en nuestros cabales. De esa energía
dependen las funciones corporales, el desarrollo cerebral, el funcionamiento
del cerebro entre otros.
Cuando una madre debe decidir
quién come en el hogar, si hoy come su hijo mayor, el del medio o el menor, se
establece una trama metabólica y de déficit bioquímico en el cuerpo de los
niños y de ella misma. Se establece el drama de la violencia
intrafamiliar por la obtención del alimento y que traspasa las paredes del
hogar para acompañar los miles de estallidos de violencia registrados en el
mundo a causa del hambre
Conocí China antes de su
apertura económica en el año 1976, yo era una niña de 10 años, nunca olvidaré
los rostros del hambre, eran rostros de dolor. Los rostros del engaño a través
de dos tazones de arroz al día, tal y como lo decía la línea del presidente Mao
Zedong en la época. Pregunto: ¿Quién cubre todos sus requerimientos
nutricionales diarios con dos tazones de arroz? Nadie.
En un mundo del avance
tecnológico actual, donde la opulencia de algunos contrasta con la carencia de
otros, donde es posible ver en tiempo real la muerte de un niño por la causa
más inmoral que existe: por desnutrición, hay que rescatar los preceptos de
libertades, de agencias individuales, de desarrollo de capacidades, es la única
manera superar el abismo de las deprivaciones y de la opresión, de las
manipulaciones y del dejarse manipular por un plato de arroz o por una caja de
clap que llega cada 3 semanas, si es que llega. El reconocimiento del marco de
derecho a la alimentación comienza con la libertad de ejercerlo, con las
capacidades desarrolladas, con el cerebro claro para enfrentar los retos de la
vida. Queda mucho por trabajar, mucho por avanzar, pero como dijo el
cantante: se hace camino al andar, los países no se acaban, continúan, se
fortalecen en la adversidad, la sabiduría de los venezolanos de a pie hoy es
inmensa, seguimos haciendo camino al andar.
10-04-18
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