José Domingo Blanco 07 de septiembre de 2018
@mingo_1
¿El
pueblo le tiene miedo a Maduro o, por el contrario, Nicolás le tiene miedo “a
su pueblo”? Es la pregunta inevitable que me formulo, luego de escuchar las
declaraciones de la Embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley,
quien dijo que el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega y, el de Venezuela,
Nicolás Maduro, viven con miedo a su propio pueblo. Fue incluso enfática al
exigirle a la comunidad internacional mayor atención a lo que sucede en
Nicaragua, so riesgo, de que ese país centroamericano termine como Venezuela.
Para la embajadora Haley “Daniel Ortega y Nicolás Maduro están cortados con la
misma tijera. Ambos son alumnos de la misma ideología fallida. Y ambos son
dictadores que viven con miedo a su propio pueblo”.
Sí, en
algo tiene Haley razón: Ortega y Maduro son miembros devotos de la misma secta
ideológica y fieles practicantes de sus principios. De eso, no tenemos dudas.
Pero, ¿de verdad ustedes creen que Nicolás o Daniel le temen al pueblo,
hambriento, disminuido, golpeado, perseguido y sometido que está aplastado bajo
el peso de sus tiranías? ¿Acaso la dictadura venezolana no ha logrado infligir
el suficiente dolor, miedo y miseria como para que este régimen despótico
gobierne a sus anchas? ¿Creen que un mandatario con miedo a su pueblo
decretaría unas medidas económicas como las que está aplicando y que, contrario
a lo que debería esperarse de unas acciones para sanear la economía, han
terminado de propulsar la hiperinflación y el quiebre de nuestro país?
Son
otros tiempos. En Venezuela no se produce una implosión social porque el
régimen dictatorial encontró el antídoto contra la democracia y el Estado de
Derecho y, a pesar de que el antídoto está en etapa experimental, los
resultados son prometedores. Sobran las pruebas. Logramos un nuevo récord
hiperinflacionario: los precios subieron 223,1% en agosto…Se prevé que la
inflación llegará a cuatro millones por ciento. Se profundizará la grave crisis
de pobreza a niveles nunca vistos y pese a que tendremos más huida y estampida
de venezolanos, sin rumbo definido, Nicolás se empotra en el poder
regocijándose de sus logros.
¿Le
tiene miedo Nicolás a los venezolanos que seguimos en el país? No lo creo.
Porque sus actuaciones, no son más que las acciones de un tirano apoyado por
sus secuaces, convencidos de que tienen al país bajo su absoluto control. Este
régimen opresor acumuló, además, lo que les permite su permanencia en el poder:
muchos cómplices oportunistas que escogieron lo que para ellos reporta mayores
ganancias. Y ahora son parte de esa nueva casta con acceso ilimitado a los
beneficios VIP que la dictadura ofrece como recompensa a quienes son leales.
Una coima mucho más generosa y multimillonaria que los Clap y los bonos de la
Patria; pero, coima al fin, con la que la sociedad de cómplices enjuaga los
conatos de arrepentimiento, remordimiento o culpa. Unos nuevos requisitos son
exigidos a quienes facilitan la permanencia de Nicolás en el cargo: poca moral
y mucha hipocresía. Hay que aparentar que, desde las trincheras opositoras, se
lucha contra el tirano; cuando, a escondidas, en la intimidad de sus acuerdos,
ocurre todo lo contrario.
Y
mientras el país se vacía de venezolanos, de talentos, de recursos y de
esperanzas, nuestros países vecinos se reúnen alarmados ante un éxodo sin
precedente, como todo lo que en los últimos 20 años viene ocurriendo en nuestra
tierra. Con o sin Maduro, Venezuela representa mucho para el concierto de
países vecinos. Sin embargo, siento que a la declaración de Quito le faltó
contundencia, y que se quedó tan sólo en un exhorto más. Maduro nuevamente se
burla; “¿cuál crisis migratoria?”. Porque, según él, es al revés: son los
peruanos o los colombianos los que quieren venirse a vivir a este nuevo paraíso
llamado Venezuela. Y la dictadura sigue su sangriento paso frente a los
imperturbables ojos de la comunidad internacional. Los líderes en su texto
exhortan al Gobierno nacional para que tome de manera “urgente y prioritaria”
las medidas necesarias para la provisión oportuna de documentos de identidad y
de viaje de los venezolanos; pero, no le exigieron a Nicolás, por ejemplo,
elecciones libres o su carta de renuncia al cargo, valiéndose de la cantidad de
delitos que pudieran hacerlo acreedor de un juicio en el Tribunal de La Haya.
Caemos
de nuevo en esa vasta sociedad de cómplices, la cual está compuesta por la
élite de la clase dominante de la misma sociedad; que, para conservar su
estatus, enceguece ante las atrocidades del poder, tanto en dictaduras como en
pseudo democracias. Es complicidad a cambio de beneficios. Los integrantes de
toda sociedad de cómplices, por lo general, se hacen llamar neutrales, y actúan
con total indiferencia, frente a las reiteradas violaciones del Estado de
Derecho y las ilegalidades cometidas por los que detentan el poder. Sus
miembros son recompensados por los regímenes despóticos, y lo único que se les
exige es quedarse callados. Incluso, la sociedad de cómplices llega a apoyar al
régimen dictatorial con argumentos moralmente cuestionables. Renuncian a la
integridad, a los principios y a los valores. Claudican ante el poder y se
entregan, desmedidos, engolosinados y rebosantes, al disfrute de las ganancias
que obtienen.
José
Domingo Blanco
@mingo_1
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