ALEJANDRO BERMÚDEZ 04 de octubre de 2020
@albermudezr
En la tercera encíclica de su pontificado, “Fratelli
tutti”, el Papa Francisco llama a la humanidad entera a descubrir en el amor
una fuerza que debe transformar las relaciones internacionales, la política, la
economía y la cultura.
El nuevo documento, subtitulado “Sobre la Fraternidad
y la Amistad Social”, tiene ocho capítulos y 287 párrafos.
En la introducción, el Pontífice explica que “las
cuestiones relacionadas con la fraternidad y la amistad social han estado
siempre entre mis preocupaciones. Durante los últimos años me he referido
a ellas reiteradas veces y en diversos lugares. Quise recoger en esta encíclica
muchas de esas intervenciones situándolas en un contexto más amplio de
reflexión”.
El Papa advierte que “las siguientes páginas no
pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su
dimensión universal, en su apertura a todos.” “Entrego esta encíclica
social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y
actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar
con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las
palabras”.
CAPÍTULO PRIMERO: LAS SOMBRAS DE UN MUNDO CERRADO
En el primer capítulo, el Santo Padre realiza una dura
crítica al estado actual de las relaciones internacionales, regionales e
interpersonales, lamentando que “la historia da muestras de estar volviendo
atrás”, porque “se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban
superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y
agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación,
penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida
del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses
nacionales”.
Al respecto, el Papa Francisco escribe que “en muchos
países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar.
Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para
ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos.
No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se
empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte”.
Además, “partes de la humanidad parecen sacrificables
en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir
sin límites. En el fondo «no se considera ya a las personas como un valor
primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o
discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven”
—como los ancianos—“, agrega.
El Pontífice observa también que “la falta de hijos,
que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los
ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo termina
con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales”.
Al abordar otro aspecto de la actual situación
negativa, observa que “en el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una
misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la
paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia
cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde
detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar
que estamos todos en la misma barca”.
Al respecto, el Papa observa que pasada la crisis
sanitaria creada mundialmente por el COVID 19, “la peor reacción sería la de
caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación
egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”.
Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos
sido capaces de aprender”.
El Santo Padre aborda luego el drama mundial de los
migrantes, señalando que en el mundo actual, “no son considerados
suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y
se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Por lo
tanto, deben ser «protagonistas de su propio rescate». Nunca se dirá que no son
humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se
expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos”.
En este capítulo el Santo Padre también critica la
creciente hostilidad “on line”, observando que ésta “favorece la ebullición de
formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones,
latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro, en un desenfreno que no
podría existir en el contacto cuerpo a cuerpo sin que termináramos destruyéndonos
entre todos. La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y
ordenadores un espacio de ampliación sin igual”.
CAPÍTULO SEGUNDO: UN EXTRAÑO EN EL CAMINO
En este capítulo el Papa Francisco cambia de noto y
ofrece una exégesis contemporánea de la parábola del Buen Samaritano, señalando
que “si bien esta carta está dirigida a todas las personas de buena
voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa de
tal manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella”.
Aplicando la parábola al mundo actual, el Papa destaca
que “al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque
es el «amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes;
amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos
en casa. […] Amor que sabe de compasión y de dignidad»”.
“La parábola –sigue el Santo Padre- nos muestra con
qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres
que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una
sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al
caído, para que el bien sea común”.
El Papa señala además que “cada día se nos ofrece una
nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos
gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de
iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la
rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran
oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos
samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar
odios y resentimientos”. El Pontífice confiesa, observando el mundo
actual que “a veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia
le haya llevado tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas
formas de violencia. Hoy, con el desarrollo de la espiritualidad y de la
teología, no tenemos excusas. Sin embargo, todavía hay quienes parecen sentirse
alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de
nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso
maltratos hacia los que son diferentes”.
CAPÍTULO TERCERO: PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO
Este capítulo aborda el poder radical de la caridad
como la fuerza capaz de transformar la sociedad humana. “Las personas pueden
desarrollar algunas actitudes que presentan como valores morales: fortaleza,
sobriedad, laboriosidad y otras virtudes”, dice el Papa, “pero para orientar
adecuadamente los actos de las distintas virtudes morales, es necesario
considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y
unión hacia otras personas. Ese dinamismo es la caridad que Dios infunde”.
Al respecto, el Pontífice observa que “hay periferias
que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia
familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es
geográfico sino existencial. Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo,
de llegar a aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de
intereses, aunque estén cerca de mí”.
“Hay un reconocimiento básico –agrega-, esencial para
caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto
vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier
circunstancia”.
El Papa Francisco propone en este capítulo la urgencia
de relanzar el concepto de la función social de la propiedad: 1”Vuelvo a hacer
mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia
quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano
para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni
privilegiar a ninguno»”.
“Siempre –observa-, junto al derecho de propiedad
privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de
toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por
tanto, el derecho de todos a su uso”.
CAPÍTULO CUARTO: UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
El Pontífice propone en este capítulo una radical
transformación, especialmente de parte de las naciones más ricas, de la manera
de acoger a los migrantes y refugiados, mediante una política radicalmente
distinta a la actual. “Esto implica algunas respuestas indispensables, sobre
todo frente a los que escapan de graves crisis humanitarias. Por ejemplo:
incrementar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de
patrocinio privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los
refugiados más vulnerables, ofrecer un alojamiento adecuado y decoroso,
garantizar la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos, asegurar
una adecuada asistencia consular, el derecho a tener siempre consigo los
documentos personales de identidad, un acceso equitativo a la justicia, la
posibilidad de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico para la
subsistencia vital, darles libertad de movimiento y la posibilidad de trabajar,
proteger a los menores de edad y asegurarles el acceso regular a la educación,
prever programas de custodia temporal o de acogida, garantizar la libertad
religiosa, promover su inserción social, favorecer la reagrupación familiar y
preparar a las comunidades locales para los procesos integrativos”, explica.
El Papa dice que “este enfoque, en definitiva, reclama
la aceptación gozosa de que ningún pueblo, cultura o persona puede obtener todo
de sí. Los otros son constitutivamente necesarios para la construcción de una
vida plena”.
CAPÍTULO QUINTO: LA MEJOR POLÍTICA
El Pontífice examina ampliamente la semántica de los
términos "populismo" y "liberalismo",
criticando a ambos; y luego explica cómo el amor es una virtud que
también debe permear la política. “Reconocer a cada ser humano como un hermano
o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras
utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces
que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte
en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una
persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales
de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia
caridad, la caridad política»”.
El Papa Francisco agrega además que “esta caridad,
corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los
últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor”.
“La caridad política se expresa también en la apertura
a todos. Principalmente aquel a quien le toca gobernar, está llamado a
renuncias que hagan posible el encuentro, y busca la confluencia al menos en
algunos temas”, escribe el Santo Padre. “También en la política hay lugar
para amar con ternura”, agrega.
CAPÍTULO SEXTO: DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL
En este capítulo el Pontífice propone detalles para
hacer la realidad su constante propuesta de la Cultura del Encuentro. “El
auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del
otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses
legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable
que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más
completo todavía”, explica.
Pero respecto del diálogo que lleva al encuentro, el
Papa aclara que “el relativismo no es la solución. Envuelto detrás de una
supuesta tolerancia, termina facilitando que los valores morales sean
interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento. Si en
definitiva «no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la
satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas […] no
podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán
suficientes”.
“En una sociedad pluralista –explica-, el diálogo es
el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre
afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial. Hablamos
de un diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por
argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos
saberes y puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible
llegar a algunas verdades elementales que deben y deberán ser siempre
sostenidas”.
Concluye este capítulo explicando que “la amabilidad
es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de
la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que
ignora que los otros también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber
ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a
decir “permiso”, “perdón”, “gracias””.
CAPÍTULO SÉPTIMO: CAMINOS DE REENCUENTRO
“El camino hacia la paz –advierte el Papa- no implica
homogeneizar la sociedad, pero sí nos permite trabajar juntos. Puede unir a
muchos en pos de búsquedas comunes donde todos ganan. Frente a un determinado
objetivo común, se podrán aportar diferentes propuestas técnicas, distintas
experiencias, y trabajar por el bien común”.
“El perdón y la reconciliación son temas fuertemente
acentuados en el cristianismo y, de diversas formas, en otras religiones. El
riesgo está en no comprender adecuadamente las convicciones creyentes y
presentarlas de tal modo que terminen alimentando el fatalismo, la inercia o la
injusticia, o por otro lado la intolerancia y la violencia”, agrega.
El Santo Padre explica al respecto que “estamos
llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir
que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable.
Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir,
es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano”.
Por ello, “el perdón no implica olvido”, explica el
Papa. “Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera puede ser
negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar”.
El Papa Francisco cierra este capítulo explicando
ampliamente: “Hay dos situaciones extremas que pueden llegar a presentarse como
soluciones en circunstancias particularmente dramáticas, sin advertir que son
falsas respuestas, que no resuelven los problemas que pretenden superar y que
en definitiva no hacen más que agregar nuevos factores de destrucción en el
tejido de la sociedad nacional y universal. Se trata de la guerra y de la pena
de muerte”.
CAPÍTULO OCTAVO: LAS RELIGIONES AL SERVICIO DE LA
FRATERNIDAD EN EL MUNDO
“Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre
de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad.
Estamos convencidos de que «sólo con esta conciencia de hijos que no son
huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros»”, escribe el Pontífice en este
último capítulo.
“Desde nuestra experiencia de fe y desde la sabiduría
que ha ido amasándose a lo largo de los siglos, aprendiendo también de nuestras
muchas debilidades y caídas, los creyentes de las distintas religiones sabemos
que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades”, explica.
“Llamada a encarnarse en todos los rincones, y
presente durante siglos en cada lugar de la tierra —eso significa “católica”—
la Iglesia puede comprender desde su experiencia de gracia y de pecado, la
belleza de la invitación al amor universal”, escribe también.
Este capítulo incluye una importante petición al resto
del mundo: “Los cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría, se
nos garantice la libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no son
cristianos allí donde ellos son minoría. Hay un derecho humano fundamental que
no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la
libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones”.
Finalmente, el Papa concluye recordando: “En aquel
encuentro fraterno que recuerdo gozosamente, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb
«declaramos —firmemente— que las religiones no incitan nunca a la guerra y no
instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la
violencia o al derramamiento de sangre”.
La encíclica concluye con una oración universal al
Creador y otra oración cristiana ecuménica.
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