Por Leoncio Barrios
Un cotidiano, vil y
lamentable acto de violencia, de maltrato de una adulta hacia un niño se
ha hecho viral en las redes venezolanas. Resulta que quien le pega o
golpea al niño es su propia madre, por demás maestra en la escuela donde la
víctima asiste.
La gente se sorprende, se
escandaliza, expresa su rechazo por lo que ve allá lejos, en el espacio virtual
donde todo ocurre y nada pasa. Ese hecho de violencia es cotidiano en muchas familias.
No tiene nada de extraordinario. Hay padres, madres que maltratan a
sus hijos e hijas, así naturalmente. Te pego para que me obedezcas
muchacho/a del carajo.
Violencia de madres hacia
los hijos se ve y oye en la calle, en los vagones del metro, en pasillos de
edificios, en parques, plazas. Les pegan en las nalgas, la cara, la cabeza, le
halan las orejas. Los insultan. Los padres poco andan con muchachos en la
calle y cuando les pegan lo hacen puertas adentro. Cómo será eso!
Algunas veces, ante el
maltrato de un adulto hacia un niño/a he visto a gente intervenir, yo
mismo lo he hecho, la respuesta frecuente es, más o menos: Es mi hijo/a, yo le
educo como me da la gana! Con mis hijos no te metas.
La creencia de que los hijos
y las hijas son propiedad de quienes los crían tiene que ver con un principio
primitivo, parecido al de los animales con sus crías, pero en la sociedad
actual, en esa que llaman civilizada, los niños, niñas y adolescentes son
sujetos con derechos, no son propiedad de nadie. Ningún ser humano lo es.
Así dicen las leyes.
Los padres, madres o el
adulto responsable de un niño o niña es su progenitor o la persona responsable
de suministrarle afecto, alimento, alojamiento, protección, educación y paro de
contar. Nadie puede tratar al niño o niña como le da la gana a cuenta de
que es su hijo o hija. Insisto: ese niño o niña, cualquiera sea la edad,
tiene derechos, está protegido por la Ley.
El maltrato familiar hacia
los niños y niñas puede que se vea como algo “natural”. Al ser un menor,
un ser indefenso, que debe respeto y sumisión a quien le educa, se supone que
debe obedecer. Por las buenas o por las malas, se cree. Quien ejerce la
autoridad lo hace como aprendió, como vio, inclusive, como la sufrió.
Aprender a ser padre y madre
– la mayor responsabilidad que una persona puede tener-, se aprende en casa, en
la comunidad. También en los medios. Es producto del modelaje, de lo que
se haya visto, vivido. Pocos leen al respecto. La familia educa basada en
creencias, en la tradición.
Si me criaron dándome
correazos, chancletazos y coscorrones ¿por qué no voy a criar a los míos así?
es una creencia expandida.
Pegarle a un niño o niña es
causarle dolor físico, hacerle sufrir en carne propia pero también se le
humilla, se le aplasta la autoestima y se le enseña a ser violento. Muy
probablemente, él o ella repetirá el ciclo cuando crezca. A lo mejor, no.
Es posible romper patrones.
Al menos en Venezuela, hay
poca tradición de escuela para padres y madres. Muy pocas instituciones/campañas
para prevenir/denunciar la violencia familiar hacia los niños y niñas. El
maltrato, como una paradoja, suele ser parte de los “derechos”, de los
“deberes” y secretos de la familia si
Se ha dicho que en las
familias, a las niñas se les pega más porque son débiles, pero igualmente, por
eso, a veces, se les pega menos. También se dice que a los varones se les
golpea más porque son más fuertes y es parte de su entrenamiento varonil.
El asunto es que a ningún niño o niña se le debería pegar. Menos la
familia, quien se supone, les cuida, les quiere.
La violencia contra niños y
niñas, por supuesto, no es solo física, comienza con gritos y cualquier
expresión que les descalifique, humille. Las burlas.
La madre-maestra golpeadora
El escándalo por la madre-maestra
golpeadora en Caracas es apenas la punta de un iceberg. Mucho más ocurre y
hasta peor, en los hogares, puertas adentro y también en escuelas. Y no
solo en las zonas populares y en el campo, donde parece que la violencia está
más naturalizada, también en sectores de clase media y más arriba.
Adicional a este grave caso,
resulta curioso que el denunciante público de la madre-maestra golpeadora haya
sido el director de una Policía Nacional como que si se tratara de algo
extraordinario cuando es tan frecuente, tan cotidiano, tan ignorado. ¿A
qué se debería?
La madre-maestra golpeadora
ha sido tratada como una delincuente, y sí, ha cometido un delito, pero, aunque
suene raro, no es una delincuente común aunque común sea el delito
cometido. Si es por lo que ella hizo, miles de padres y madres deberían
estar en prisión y no lo están.
La madre golpeadora era
maestra en una escuela que sabía del comportamiento de ella con su hijo y la
institución guardaba silencio. Ahora, ante el escándalo, la despide del trabajo.
Una escuela que fuera tal, educa y reeduca, no expulsa. Ni en este, ni en
ningún otro caso.
Igual, el Estado no tendría
porque mandarla presa, reedúquela, hagan con ella una campaña de prevención.
Es urgente que las mismas
escuelas eduquen acerca del trato y maltrato hacia los niños y niñas sobre la
base de erradicar la violencia naturalizada: la de la familia y la escuela.
Parar la violencia comienza
por algo tan simple como no más gritos a los niños y niñas y ninguna otra forma
de maltrato.
Aún cuando persista la
arcaica creencia de que “yo soy exitoso/a porque cuando niño/a me dieron
cuero”, seguro que si no nos hubieran pegado fuésemos mejores. La gente
sería más cordial.
09-11-19
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