José Luis Farías 18 de noviembre de 2019
@fariasjoseluis
La
otra cara:
El
presidente Juan Guaidó calificó como una "gran victoria" la jornada
de lucha de este 16 de noviembre, un triunfo que se agiganta ante el descomunal
fracaso de la convocatoria de la tiranía, tan esmirriada que ni el propio
Nicolás Maduro fue.
Las
imágenes hablan por sí solas del éxito obtenido y los testimonios en positivo
son desbordantes por encima de los espíritus justificablemente desesperados que
también los hubo.
Cualquier
duda al respecto se despeja al ver cómo las principales calles de todas las grandes
ciudades de la geografía nacional y de muchos países se colmaron de venezolanos
expresando masivamente su deseo de libertad y democracia. Ir o no ir era la
cuestión, optaron por lo primero.
La
nonata insubordinación militar del 30 de abril había dejado un mal sabor y
difuminado la esperanza de proximidad de cualquier cambio político. La gente
acudió el 1 de mayo al compromiso de los trabajadores para luego priorizar por
sus asuntos personales.
En
adelante no ocurrió una nueva movilización que echara a los ciudadanos a la
calle a protestar masivamente contra la tiranía de Maduro. Una calma chicha se
extendió por la nación, pero el movimiento democrático nunca abandonó el
trabajo, aún en medio de no pocas desavenencias internas y de la hostilidad de
los factores que jugaron al fracaso desde todas las posiciones.
La
asistencia este 16 de noviembre ha sido calificada como "buena",
incluso por observadores que eran bastante escépticos sobre el grado de
participación a alcanzar por esta convocatoria. Muchos fueron sorprendidos.
Cualquier
pretensión de comparar lo ocurrido el 16 de noviembre con las multitudinarias
movilizaciones de comienzos de año no es más que un ejercicio de manipulación
interpretativa intentando empequeñecerla para presentar la jornada como un
"fracaso".
La
desesperanza arrimaba la gente hacia la incertidumbre, el contenido social de
la protesta y el esfuerzo organizado del movimiento democrático en todas sus
expresiones (sindicatos, gremios, estudiantes, asociaciones, partidos, Frentes,
plataformas de lucha, etc) pudo sortear los obstáculos.
Este
fue un enorme esfuerzo mancomunado que debe ampliarse hacia los sectores que
tradicionalmente se incorporan de modo espontáneo a las protestas.
Ya
hemos visto varios esfuerzos de laboratorio en las redes sociales tratando de
imponer esa matriz de opinión en un trabajo de zapa para desalentar la
esperanza, en el que muchos "opositores" se solazan sirviendo al
juego del régimen.
De
igual modo, todo intento de presentar la participación por debajo de las
"expectativas", despertadas en algunos después de los sucesos de
Bolivia, no es más que una demostración de ignorancia de la especificidad de la
situación venezolana.
Luego
de un largo proceso de cinco meses y medio de reflujo de masas, explicable por
los devastadores efectos de la crisis económica, la feroz represión de la
tiranía y la zapa de supuestos compañeros de viaje, era absurdo pretender que
se repitiera el 16 de noviembre la concurrencia del 23 de enero.
El
régimen hizo de todo para impedir el éxito de la movilización. Desde toda
suerte de acciones represivas, pasando por el cierre de vías y del Metro,
intimidaciones, persecuciones hasta las más sofisticadas operaciones con Fake
News para desmoralizar a la población y dividir a las fuerzas opositoras.
Además,
esa calificación de "buena" podría mejorar si tomamos en cuenta que
el llamado a la protesta no solamente tuvo en contra a la poderosa maquinaria
propagandística del régimen sino al extremismo opositor y a los apaciguadores
para quienes el principal enemigo es Guaidó y no Maduro y su Pranato.
Los
extremistas llamando descaradamente a no ir porque la única forma de sumarse a
la marcha era si Guaidó se comprometía a llamar abiertamente a la intervención
militar extranjera, a pedir la aplicación inmediata del TIAR y a la formación
de una ilusoria "coalición internacional" para invadir la patria.
Los
apaciguadores, por su parte, diciendo que no iban a marchar porque Guaidó había
convocado al pueblo a "levantarse" y acusaron la movilización de
intento de "rebelión", como si fuera un pecado llamar a los
ciudadanos a levantarse y rebelarse contra esta tiranía. Porque obviamente
ellos prefieren la sumisión frente al déspota.
¿Pudo
ser mejor? Por supuesto que sí. ¿Hubo errores? Sin duda. ¿Ahora bien, es eso lo
relevante? Claro que no.
Lo
verdaderamente importante es que la gente salió. Que fue derrotada la
desmovilización. Que Guaidó, con todos sus errores, pasó la prueba de nuevo y
reafirmó su liderazgo. Todo lo demás es paja.
Pues
bien, tuvimos 16 de noviembre y vino el 17 y vendrá el 18 y..., ¿Qué viene
ahora?
Hay
vastos sectores de la oposición que son víctimas de los manejos mediáticos y
las campañas en las redes y no se siente el desarrollo de un plan político para
evitar o atenuar sus efectos y los acerque al movimiento democrático.
Quienes
desde este lado de la acera apostaron al fracaso erraron en sus perversos
cálculos, les toca dejarse de pendejadas e incorporarse o quedarán rezagados y
aislados por la propia gente que comienza a identificarlos y descubrir sus
insanos propósitos.
Sin
embargo, no todo son malas intenciones. También hay críticas sanas. No se
pueden eludir. Guaidó y la dirección política deben oírlas con humildad. La
gente pide más claridad y mayor contenido en el discurso. No todo puede ser
retórica agitativa y agenda de actividades. La definición de la política está
en deuda.
Los
ciudadanos deben salir de los actos de masas enervados para la lucha, pero con
un mensaje nítido, esperanzados. Con argumentos sólidos para el debate y la
reflexión que le devuelvan la confianza en sus dirigentes. Es imperativo
apartar las improvisaciones.
Estamos
en días decisivos. Históricos podríamos decir. Cualquier decisión puede ser
clave a favor o en contra. Se impone un cuidado máximo en ellas y en la
construcción de los consensos que las soporten.
La
Asamblea Nacional ha venido recuperando su esencia como el espacio natural de
debate y negociación para construir la salida a crisis. Tiene en sus manos el
Estatuto, (fruto de acuerdos bastante bien pensados) que ella misma se dio, es
un poderoso instrumento para construir la transición y perfilar las decisiones
que nos lleven a un cese de la usurpación y a unas elecciones presidenciales
limpias.
José Luis Farías
@fariasjoseluis
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