¿Cuántas veces no escuchamos, o dijimos, “Yo no fui” ante la pregunta de la mamá o la maestra?
Sea Bart Simpson, el hijo travieso de diez años de la familia de la serie animada televisada o Pedro Fernández versionando la canción de Pedro Infante “Yo no fui”, lo que hacen es repetir la excusa exculpatoria más frecuente de todos los tiempos en cualquiera de los más de siete mil idiomas que se hablan en el planeta Tierra.
Es cierto que puede ocurrir que la defensa sea válida y en efecto que el interpelado o sospechoso no haya sido, pero también sabemos que muy frecuentemente se trata de un recurso para no asumir personalmente una responsabilidad. Y casi tan repetido es echar la culpa a otros, lo que en los días escolares podía valer el despectivo adjetivo de “acuseta” y en la calle el de “sapo”, jerarquizado en el lenguaje oficial como “patriota cooperante”.
“Yo no fui” como fenómeno pasajero y superable se explica en niños, niñas o adolescentes. En adultos es síntoma de inmadurez. Cuando un adulto se excusa por no haber hecho lo que le corresponde o señala a otro, el pensamiento automático es “Parecen cosas de muchacho”, porque no es de gente grande. En realidad, el problema es más complejo, porque hay personas que, de verdad, creen que nunca son responsables de nada. Es lo que los psicólogos llaman locus de control externo, el convencimiento íntimo de que factores fuera de nuestro control o fuerzas externas determinan el curso de nuestras vidas o los resultados de nuestras acciones u omisiones. Tenemos “mala suerte” o se trata del destino o fue que alguien, generalmente mal intencionado o mal intencionada, como las villanas de las telenovelas, interviene para atravesarse en nuestros planes. Quien cree en eso, vive rodeado de enemigos aviesos, malignos, siniestros, perversos, retorcidos sin otro propósito ni ocupación en su vida que sabotear la de sus víctimas.
La historia nos muestra cómo fascistas, nacionalsocialistas y comunistas del socialismo real han tenido hiperdesarrollado el locus de control externo. Nunca tienen la culpa de nada. Siempre son víctimas que se defienden del ataque injusto, alevoso. La respuesta, siempre en “legítima defensa” puede llegar a extremos como concebir la diabólica “solución final” para exterminar a los causantes de todos los males padecidos por la patria, o llamar Antifaschistischer Schutzwall, literalmente Muro de Protección Antifascista, al infame Muro de Berlín que dividió la ciudad para impedir a los alemanes del Este ir al Oeste. Es decir, los protegía de emigrar hacia esos oscuros parajes donde reinaban el fascismo y el imperialismo.
Sin llegar a esos extremos, en otros tiempos y lugares se ha padecido el “Yo no fui” como política oficial. De la iguana al ciberataque, en este país de nosotros llevamos un cuarto de siglo escuchando excusas de por qué no funciona lo que debería funcionar. Puede ser la oposición, el sabotaje, la “guerra económica”, el imperialismo, el capitalismo, el decreto de Obama, los guarimberos o las sanciones la causa de los problemas, pero jamás las acciones u omisiones del gobierno. Sean los apagones en la electricidad que en varias regiones son años de varias horas diarias sin luz o la irregularidad en el servicio de agua, la devaluación del bolívar, la escasez, el deterioro de la infraestructura, la cantidad de obras inconclusas como el ferrocarril del centro del país o las rutas del Metro de Caracas o la paralización en Maracaibo y Valencia. Todo es culpa ajena.
La corrupción es heredada, producto de infiltrados o de gente que no ha superado la mentalidad capitalista. La inflación ha sido culpa de los bachaqueros, de la especulación de comerciantes inescrupulosos o de las sanciones. Que este país petrolero sea desde 2012 importador de combustible y que haya racionamiento y colas en las estaciones de gasolina nunca tiene que ver con la política gubernamental ni con el manejo de PDVSA. Y si el CNE no puede mostrar las actas es por un ciberataque que, sin embargo, no le impide proclamar un resultado y, por supuesto, todo se debe a una conspiración tramada desde los Estados Unidos.
Podrían simplificar la cosa y poner vallas, pendones, avisos led en los peajes, cuñas de TV, radio, YouTube, y todas las redes sociales con el niño Bart Simpson y una pancarta “Yo no fui”. Y está fácil, Bart ya viene con franela roja.
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