Soledad Morillo Belloso 20 de noviembre de 2024
Se
llaman servicios públicos por la razón más elemental: son servicios que
necesita el gran público. Pueden ser ofrecidos por entes oficiales o privados,
pero su servicio tiene que ser de calidad porque son la base de las
operaciones.
¿Cómo logró la revolución bonita convertir a Venezuela de país en desarrollo a país subdesarrollado?
No les
resultó fácil. Tuvieron que esforzarse y empecinarse. Pero lo lograron.
Cualquiera que viva y trabaje en Venezuela sabe que todos o casi todos los
servicios públicos son, no deficientes, pésimos.
De las
crisis pasamos a las catástrofes. Y de allí caemos en el colapso. Eso
quisieron, eso lograron. Algún ignorante argumentará que los servicios públicos
en Venezuela son baratísimos. No es cierto. Porque para determinar si algo es
caro o barato hay que poner sobre la mesa los costos ocultos. Y los ciudadanos
(consumidores y usuarios) pagamos con altos costos, eso que los prestadores de
servicios obvian en los cálculos. En el caso de la electricidad, un monopolio
estatal, el costo oculto que pagamos los ciudadanos es enorme. Se paga en
artículos sucedáneos (desde velas y baterías para linternas hasta plantas
eléctricas que son costosas), en daño de bienes durables y semi durables, en
imposibilidad de almacenamiento, en productividad laboral, en lucro cesante, en
salud.
Hace
ya más de una semana que arreció la crisis eléctrica en Nueva Esparta. Los
cortes son de 12 horas, sin anuncio previo, y la reconexión varía entre dos y
seis horas, para luego caer otra vez en el “¡se fue la luz!”. Ha habido veces
en que sectores amplios han contabilizado 24 horas seguidas sin electricidad. Y
ya en la isla hay escasez de gasoil para alimentar las plantas de respaldo de
centros comerciales, mercados, hospitales, clínicas, oficinas del Estado,
hoteles, restaurantes, tiendas, comercios, etc. Las clases están suspendidas y
lo mismo ocurre con eventos planificados. Son millones de horas/hombre tiradas
por el caño. Y el tiempo es un recurso natural no renovable.
Los
turistas, comprensiblemente aterrados, ya han comenzado a cancelar sus
reservaciones para Diciembre. La gente en la calle comenta cada día el aparato
eléctrico que se le dañó. Y ni hablemos del costo del miedo, porque la
oscuridad alborota a la delincuencia. Decía mi abuela Mercedes que “en la
oscuridad sólo prospera el hampa y las malas costumbres”.
Las
operadoras de telefonía celular y de servicios digitales no escapan al
desastre. Sus equipos de emergencia entran en recalentamiento y “se cae la
conexión”. Y claro, cuando no hay electricidad tampoco hay agua.
¿Cuánto
cuesta todo esto?
Pues
cuesta muchísimo dinero. Es dinero contante y sonante que sale del bolsillo de
los ciudadanos. Pero el Gobierno Nacional y los gobiernos regional y
municipales emulan a Poncio Pilatos. Su silencio es estridente. Y cuando hablan
lo que sale de sus bocas es un chorro de babas. Tienen mentalidad no de Siglo
XX, es de Siglo XIX. Al Siglo XXI ni sueñan en llegar.
¿En
manos de quienes estamos?
Pues
de ineptos irresponsables.
Soledad
Morillo Belloso
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