No hay un solo libro que se haya terminado de escribir, en la que los autores pierden por nocaut o tiran la toalla. Razones sobran: ya sea por la urgencia (o necesidad existencial) de poner punto final. O por la rebeldía de los personajes e incluso de la historia, que se confabulan para escapar de una idea preconcebida. Es el caso de Jorge Masetti, quien ha recuperado los derechos de su libro El furor y el delirio, escrito en marzo de 1999. Algo que se nota, confiesa su autor, es que lo escribió con rabia. Quiere actualizarlo y tomar la palabra, sin la emocionalidad que entraña el relato.
En mi condición de lector, sólo diré que el final es sobrecogedor. Hay cierta melancolía, quizás la certeza del fracaso de la revolución cubana. Tantos jóvenes enviados a morir. Tanto sufrimiento y penurias inimaginables, que ponen a Cuba a competir con Haití. ¿Por qué escribir de esto entonces? Porque creo que el fantasma de Fidel Castro vive entre nosotros. ¿O acaso Cuba no es para algunos el mar de la felicidad?
Quien habla es Jorge Masetti*
¿En qué momento decide convertirse en un revolucionario profesional?
Si estás en condiciones de clandestinidad, no puedes tener otro tipo de trabajo (que no sea la revolución), estás inmerso en la organización a la que perteneces, pero esa decisión no la tomé yo, la tomaron los militares cuando dieron el golpe de Estado en Argentina (1976). Viví clandestino en Europa, por lo que recibía una mensualidad mínima, lo mínimo para sobrevivir. Luego estuve en Nicaragua, formé parte del ejército de ese país por un corto tiempo, después en otras guerrillas, en Centroamérica, en Colombia. No es una decisión que toma uno, son circunstancias que te van llevando hacia eso.
Eras un hombre de acción, más que de teorías o reflexión. Y, por el hecho de anteponer la revolución ante cualquier circunstancia, se cometieron errores, algunos muy costosos. Pero a la izquierda en general le cuesta mucho asumir el papel que jugó en el siglo XX en América Latina. ¿Qué dirías alrededor de este planteamiento?
La izquierda es mucho más amplia que el sector que hizo la lucha armada en algunos países minoritarios. Pero yo prefiero hablar de mí mismo. El guevarismo, llamémosle así, se convirtió casi en una religión. No sólo en mi caso, sino para otros compañeros. Entonces, los niveles de entrega eran casi religiosos. No tiene nada que ver con la acepción del término (del revolucionario profesional) que hace la derecha, cuando nos tildan de mercenarios. Es todo lo contrario. Los niveles de entrega de varias generaciones que participaron en la lucha armada de América Latina fueron impresionantes. Más que una reflexión, era como una religión. Reflexión había muy poca. Había unos cuadros políticos formados en la guerrilla, pero la mayor parte de los guerrilleros éramos gente de una entrega absoluta. Éramos creyentes, poner en duda las enseñanzas del Che Guevara, de Fidel Castro, o de nuestros propios dirigentes, en las organizaciones revolucionarias era imposible.
Aclaremos una cosa. Yo estoy utilizando el término revolucionario profesional, como lo entendía Lenin.
Y así lo utilizo yo en mi libro, también. Lo que significa estar entregado enteramente a la revolución. Eso pesa mucho, pesa más que la familia, que las viejas amistades. La organización se convierte en el centro de la actividad humana.
También en tu libro hay compañeros que se quedan atrás, que se quiebran, que dudan. O quienes juegan a favor de sus propios intereses. Y el trato que reciben es demoledor.
O que tuvieron momentos de mucha entrega, y en otros tuvieron dudas y persiguieron alejarse de ese universo. El trato con ellos, yo podría decir que era inhumano. Algunas organizaciones, incluso, llegaron a fusilar gente. Lo peor que se le podía decir a alguien era ‘quebrado’. No se tenía en cuenta, no había consideración de nada. Y mucho menos se aceptaba lo que podía ser una opinión crítica.
Tuviste la suerte de no caer preso, aunque en varios momentos caminaste por la cornisa. Creo que hubo una fascinación por la acción revolucionaria y por la adrenalina que eso desencadena. ¿Estoy equivocado en esa apreciación?
No, para nada. Al contrario, creo que funciona mucho la glorificación de la acción. Que va más allá del tema ideológico. Tiene que ver con cierto machismo, con la hombría y el jugarse la vida. Por supuesto, hubo momentos, por ejemplo, en Colombia, en los que me pregunté: ¿Qué estoy haciendo aquí? Pero eran instantes, nada más. No es algo lineal. Pero es verdad que la glorificación de la acción guerrillera formaba parte de nuestra propia vida. ¿La adrenalina? Ah, por supuesto, es un estimulante permanente.
En varias ocasiones regresaste clandestino a Argentina. Fue encontrarse con una organización diezmada, en retirada.
Ni siquiera diezmada, una organización (el ERP, Ejército Revolucionario del Pueblo) que había sido derrotada. Algunos compañeros teníamos la ilusión de poder reconstruirla o de reconstruir lo mismo. No recuerdo si en el libro lo cuento, pero cuando hablamos con compañeros que habían sido colaboradores nuestros, nos decían: esperemos que no regresen para hacer lo mismo. Es decir, la derrota no sólo era militar, habíamos perdido muchos compañeros, sino política. Una derrota total. Y la democracia comenzaba a tener una valoración distinta en Argentina, incluso, para nuestra generación. A mí me costó ese cambio de vida, esa adaptación, por eso me vinculo inmediatamente a los servicios cubanos, que apoyaban a Chile, luego me voy a Colombia. Fue como una huida hacia adelante. No aceptaba esa forma de vida, a pesar de que pude haberme quedado en Argentina, por primera vez tranquilo.
Nadie te lo hubiera reprochado, pero tú lo hubieras hecho.
No estaba bien conmigo mismo en ese momento. No sabía vivir de otra manera, a pesar de que mi experiencia como revolucionario fue corta (20 años, a partir de los 17).
En Cuba, en Nicaragua, en Venezuela, uno puede ver que la ideología es más fuerte que la realidad. Y a pesar de que la realidad es terca, tozuda, y le dice a la ideología lo equivocada que pueda estar, la gente sigue y persiste en el fracaso.
Sigue y persiste en el fracaso, sobre todo cuando vemos las dos revoluciones triunfantes en América Latina, la cubana y la nicaragüense, que se transforman en dictaduras. Desde el mismo comienzo, diría, de la lucha armada y de la construcción de la dirección. Ya existe el germen para que esos procesos se conviertan en dictaduras. Son dos procesos que se viven al mismo tiempo. La consolidación de una dictadura, de una clase dominante, constituidas hoy en castas mafiosas. Pero eso lo permitió la construcción de la organización y del mando revolucionario, la relación con el pueblo y la relación con la democracia. La democracia era despreciada, la democracia burguesa. Algunos lo podían decir por convicción, mientras otros tenían la idea en la cabeza de mantener el poder absoluto. Se vivieron dos fenómenos al mismo tiempo. Lo vemos en Cuba y en Nicaragua. La construcción de una dictadura desde el mismo comienzo y del mismo modo la construcción de un proceso revolucionario, lleno de ilusiones, que también fracasaron todas.
Los servicios de seguridad, de inteligencia en Cuba, ¿Son tan eficientes como lo reseña la prensa?
Podría decir que llegaron a tener una eficiencia enorme. Contaron, además, con el apoyo de los movimientos revolucionarios latinoamericanos, no por dinero, sino por razones ideológicas. Se hacía inteligencia, se participaba y se colaboraba con los cubanos. Por otro lado, tuvieron capacidades de penetración enormes en casi todos los países del continente y de Europa. La economía no la supieron desarrollar, pero el trabajo de inteligencia y de información, sí. Yo nunca trabajé con los servicios de inteligencia, en el libro eso está claro. Yo trabajé con el Departamento América, un organismo de difusión de la guerrilla que manejaba Manuel Piñeiro. No es por cubrirme, eran cosas distintas.