MONS. BALTAZAR PORRAS 06 de diciembre de 2014
La manipulación orquestada por quienes
pretenden conducir la sociedad nos ofrecen la Navidad como la panacea del pan y
circo, del consumo y el olvido de la realidad cotidiana. Nada más ajeno al
espíritu creyente católico. No hay Navidad sin adviento, no hay fiesta sin
preparación activa, no hay esperanza sin un referente atrayente como lo es
Jesús de Nazaret.
El adviento es la invitación permanente a rumiar, meditar sobre la esperanza: esa virtud de la que Péguy decía que es la que más asombra a Dios cuando la ve en nosotros. Porque esperanza no es lo mismo que optimismo: en un mundo tan cruel e injusto como el nuestro, el optimismo solo puede fundar en ingenuidad. Pero aunque no quepa el optimismo, en el creyente siempre hay lugar para la esperanza porque como Dios sigue siendo el Señor de la historia, siempre es posible seguir luchando, o dar algún paso adelante o volver a comenzar. La posibilidad del Reinado de Dios sigue latente en nuestra realidad. Dios nos sigue dando la oportunidad de reconvertir en bienes lo que hemos hecho mal.
El Padre Ugalde nos dice: "vivimos horas amargas de angustia, incertidumbre y frustración nacional. El desesperado enfermo quiere salud y vive la tentación de creer a quien le ofrezca pastillas milagrosas que con fe producen repúblicas felices, de hombres y mujeres nuevos". Pareciera que esperamos un Mesías que nos saque la pata del barro, sin esfuerzo, sin trabajo y nos devuelva a un mundo idílico que no hemos sido capaces de construirlo entre todos.
Las advertencias del adviento, -los textos apocalípticos de la Escritura-, más que profecías agoreras son avisos porque en el adviento pasamos de la amenaza bien seria a una nueva esperanza. La esperanza es en este mundo la virtud siempre vencida y la siempre invencible. Es una esperanza que reclama nuestra colaboración. Y sólo se prepara luchando por la igualdad, tratando de borrar todas las diferencias. Toda exclusión es dañina, todo insulto y desconocimiento del otro es una bofetada que atenta contra la fraternidad.
Adviento es el tiempo del consuelo, de la cercanía inmensa de Dios a quien no vemos con facilidad porque tenemos que reconocerlo en el hermano, en los demás, en el pobre. Sólo nos queda una cosa que el evangelio subraya: estar vigilantes, atentos, pendientes de cuándo sucederá ese encuentro con el Señor encarnado que tanto anhelamos.
El camino del Señor hay que prepararlo, luchando por borrar todas las diferencias, no eliminando sino sumando voluntades y proyectos fraternos. El adviento nos invita a pasar del pesimismo a la esperanza siempre renacida, y podremos dar ese paso si tratamos de luchar denodadamente por la igualdad, la fraternidad de todos, y por ser, también todos, precursores como el Bautista. Así, sí, el adviento será camino para una Navidad feliz.
MONS. BALTAZAR PORRAS
El adviento es la invitación permanente a rumiar, meditar sobre la esperanza: esa virtud de la que Péguy decía que es la que más asombra a Dios cuando la ve en nosotros. Porque esperanza no es lo mismo que optimismo: en un mundo tan cruel e injusto como el nuestro, el optimismo solo puede fundar en ingenuidad. Pero aunque no quepa el optimismo, en el creyente siempre hay lugar para la esperanza porque como Dios sigue siendo el Señor de la historia, siempre es posible seguir luchando, o dar algún paso adelante o volver a comenzar. La posibilidad del Reinado de Dios sigue latente en nuestra realidad. Dios nos sigue dando la oportunidad de reconvertir en bienes lo que hemos hecho mal.
El Padre Ugalde nos dice: "vivimos horas amargas de angustia, incertidumbre y frustración nacional. El desesperado enfermo quiere salud y vive la tentación de creer a quien le ofrezca pastillas milagrosas que con fe producen repúblicas felices, de hombres y mujeres nuevos". Pareciera que esperamos un Mesías que nos saque la pata del barro, sin esfuerzo, sin trabajo y nos devuelva a un mundo idílico que no hemos sido capaces de construirlo entre todos.
Las advertencias del adviento, -los textos apocalípticos de la Escritura-, más que profecías agoreras son avisos porque en el adviento pasamos de la amenaza bien seria a una nueva esperanza. La esperanza es en este mundo la virtud siempre vencida y la siempre invencible. Es una esperanza que reclama nuestra colaboración. Y sólo se prepara luchando por la igualdad, tratando de borrar todas las diferencias. Toda exclusión es dañina, todo insulto y desconocimiento del otro es una bofetada que atenta contra la fraternidad.
Adviento es el tiempo del consuelo, de la cercanía inmensa de Dios a quien no vemos con facilidad porque tenemos que reconocerlo en el hermano, en los demás, en el pobre. Sólo nos queda una cosa que el evangelio subraya: estar vigilantes, atentos, pendientes de cuándo sucederá ese encuentro con el Señor encarnado que tanto anhelamos.
El camino del Señor hay que prepararlo, luchando por borrar todas las diferencias, no eliminando sino sumando voluntades y proyectos fraternos. El adviento nos invita a pasar del pesimismo a la esperanza siempre renacida, y podremos dar ese paso si tratamos de luchar denodadamente por la igualdad, la fraternidad de todos, y por ser, también todos, precursores como el Bautista. Así, sí, el adviento será camino para una Navidad feliz.
MONS. BALTAZAR PORRAS
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