RAFAEL LUCIANI sábado 6 de diciembre de 2014
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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@rafluciani
Hemos comenzado el adviento y muchos nos
podemos preguntar qué implica para un país fracturado, moral y económicamente,
como el nuestro. Veamos algunas consideraciones. Muchos entienden que lo
religioso está en referencia a un rigorismo casuístico, a una moral retributiva
donde lo importante es el cumplimiento de ritos y el rezo de devociones
diarias. Una religión así termina privatizando la experiencia religiosa y
genera un peso insoportable en las conciencias de muchos a los que se les juzga
de no ser fieles a Dios y se les califica como pecadores. El adviento nos ayuda
a reflexionar el modo cómo vemos al otro, cómo lo calificamos, si lo estamos
excluyendo y alejando, o por el contrario incluyendo y acercando.
En ese contexto Jesús dice:
"...aprended lo que significa: 'misericordia quiero y no sacrificios',
porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9,13). Y lo
hace más explícito al afirmar que "las prostitutas entrarán en el reino
antes que muchos religiosos" (Mt 21,31). La misericordia es la relación
humana por excelencia que nos asemeja a lo divino. La expresión latina miserere
se traduce al español como compasión y habla del modo como Dios se revela:
"compasivo", "lento para la ira" y "abundante en verdad"
(Ex 34,6 8; Sal 50).
A veces llevamos una vida sobrecargada
de insatisfacción, amargura, envidia y avaricia. No nos damos cuenta de que
vamos caminando cansados y deshumanizando a todo el que nos encontramos a
nuestro alrededor. En adviento recordamos a un Dios que no pone cargas, a
diferencia de tantos líderes que hacen la vida difícil de llevar. La propuesta
de Jesús es muy humana: "Venid a mí, todos los que estáis cansados, y yo
os haré descansar" (Mt 11,28-29).
Jesús se acercaba diariamente a los que
en su ambiente otros calificaban como pecadores. Los abrazaba, miraba, tocaba,
reconciliaba consigo mismos y con los demás. Les enseñaba que sí era posible
vivir fraternalmente, que Dios estaba con ellos sin pedirles nada a cambio. En
Jesús, Dios espera por nuestra reconciliación social (Sal 145, Sal 146). Pero
Jesús es claro y advierte que quienes se piensan a sí mismos justos y hablan
con la soberbia de creerse maestros de los demás (Mt 3,9), serán precisamente
los que "recibirían mayor rechazo" (Mc 12,38-40).
El adviento nos coloca ante el reto de
discernir la reconciliación social del país. Es un tiempo para construir
esperanza y no para sentarnos a esperar; para aprender a relacionarnos los unos
a los otros sin descargarnos mutuamente, sin deshumanizarnos ni maltratarnos,
como ya es normal. Significa recordar el llamado que Juan hace en el Jordán a
los líderes de su época a revisar las políticas públicas y las actitudes
personales para que no sigan generando más cargas diarias al pueblo (Mc 1,1-8).
Religiosamente, el adviento nos recuerda
que "amar a Dios con todo el corazón", no se da sin el "amor al
prójimo como a uno mismo". Y esta relación "vale más que todos los
sacrificios", más que todas las ideologías y creencias, porque es la única
relación que salva al fraternizar nuestras vidas.
RAFAEL LUCIANI
Doctor en Teología
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