Fernando Mires 06 de diciembre de 2014
Como en “El parto de los montes” según
Esopo, acudió mucha gente a presenciar el gran acontecimiento. Pero de los
montes solo salió un mísero ratón.
Un ratón fue también el que parió
Podemos, el nuevo partido español. Y como en la fábula, los que fueron a
escuchar las definiciones de Pablo Iglesias, se retiraron desilusionados. Tanto
ruido para nada: Los grandes proyectos de Podemos solo se diferencian de los de
Izquierda Unida o de los del PSOE en una u otra coma. La misma letanía: estado
social, economía social de mercado, redistribución de los ingresos. Hasta El
Mundo y El País estuvieron de acuerdo: De los montes de Podemos solo salió un
ratoncito socialdemócrata.
¿Esperaba alguien otra cosa? ¿Que por
ejemplo Pablo Iglesias se declarara partidario de “la dictadura del
proletariado”, de Stalin y Castro, y presentara un programa de estatización con
deportaciones, trabajos forzados y paredón incluido? Ante el asombro de los
radicales amantes de la música del socialismo del siglo XXl, Iglesias se
declaró partidario del “modelo sueco” (¡!). Evidente, un leve símbolo para
distanciarse de sus desastrosos amigos de Caracas.
¿Hay que concluir entonces en que en el
campo de la izquierda han terminado por imponerse definitivamente las ideas
económicas socialdemócratas? Quién lo hubiera pensado. Hasta hace algunos años
el término “socialdemócrata” era utilizado por la “izquierda revolucionaria”
para insultar a los que disentían del “marxismo leninismo” y de sus verdades absolutas.
Hoy en cambio declararse socialdemócrata
está de moda. Hay casi un consenso general en contra del Estado estalinista y
del mercado neoliberal. No solo los suecos, hasta Merkel y Obama son tildados
de socialdemócratas. En América Latina ocurre algo parecido: cuando hay que
referirse a Lula o Rousseff, Mujica o Vásquez, Santos y Humala, Bachelet e
incluso Correa, Fernández y Morales, los expertos nos dicen que son
socialdemócratas. Y por si fuera poco, el régimen cubano se apresta a abrir las
puertas de par en par a las inversiones externas. ¿Vamos a hablar de la
social-democratización del castrismo? Desde el punto de vista económico, no
habría otra alternativa. Desde el punto de vista político, y a ese dirige sus
dardos este artículo, está lejos de ser así. Pues vamos a decirlo de una vez.
Es muy diferente referirse a la socialdemocracia en términos económicos que en
términos políticos.
La disociación entre la socialdemocracia
económica y la política arrastra ciertas historias. Una dice que los partidos
socialdemócratas europeos, habiendo sido asegurados los soportes democráticos
en la mayoría de sus naciones, concentraron toda su atención en temas
económicos. Eso explica por qué los dirigentes socialdemócratas de hoy distan
de ser líderes políticos; cuando más, aburridos expertos financieros. En cierto
sentido, después de la derrota del nazismo y del fin del peligro estalinista,
ha tenido lugar en Europa un sostenido proceso que aquí llamamos “economización
de la política”.
Muy diferente era el cuadro durante el
periodo de pre-guerra. Desde los momentos en que las socialdemocracias fueron
divididas desde Moscú por Lenin, ser socialdemócrata tenía tres connotaciones.
Primero, la creencia (marxista-darwinista) de que el desarrollo de las fuerzas
productivas llevaría al socialismo. Segundo, que el portador genético del
socialismo era el proletariado. Tercero que el tránsito del capitalismo al
comunismo debería ocurrir no en contra sino como resultado de la ampliación de
las libertades democráticas. Ahora, nótese: mientras las dos primeras
connotaciones unían a socialdemócratas y comunistas, la tercera los separaba de
modo radical.
La diferencia entre socialdemocracia y
comunismo no era económica sino política. Ser socialdemócrata significaba,
desde el punto de vista político, definirse en contra de toda dictadura o
tiranía. Y bien, con la despolitización de la socialdemocracia europea y su
transformación en una entidad económica-social, las diferencias políticas entre
socialdemócratas y otros partidos fueron relegadas a un lugar secundario. Es
por eso que hoy tantos aparecen como socialdemócratas. Hasta Podemos en España.
Tal vez una tarea de los demócratas de
Europa y de América Latina deberá ser recuperar no el nombre, pero sí el
sentido libertario de la socialdemocracia originaria. Si es así, deberán
enfrentarse con un problema gramatical y político a la vez, y es el siguiente:
La traducción literal al español de la palabra alemana Sozialdemokratie es
absurda. La traducción verdadera debería haber sido “democracia social”. Por
cierto, menos que a la traducción gramatical me refiero aquí a la política
¿Qué significa democracia social? Mucho
más de lo que a primera vista parece. Significa una definición a favor de un
orden político, la democracia. Significa que no lo democrático depende de lo
social sino lo social de lo democrático. Significa, no por último, tomar en
cuenta el hecho de que cada vez que lo democrático ha sido separado de lo
social y en nombre de lo social, la primera víctima ha sido lo social. Lo vemos
hoy en Venezuela. Lo vimos ayer en Cuba. Lo vimos antes de ayer en la URSS.
Puede que Pablo Iglesias haya logrado
presentarse como un socialdemócrata. Lo que no ha logrado es presentarse como
un demócrata social. Vale decir, como alguien dispuesto a comprometerse en la
lucha por las libertades sociales e individuales, decidido a luchar por los
derechos humanos donde estos sean violados, por la separación irrestricta de
los poderes públicos, por la desmilitarización de la política.
Eso significa: Mientras no escuchemos de
las bocas de Podemos una declaración por la liberación de todos los presos
políticos del mundo, sea en Guantánamo o en La Habana, sea en Damasco o en
Caracas, nadie podrá llamarlos demócratas sociales. Cuando más, vulgares y
aburridos “socialdemócratas”. Otros más, entre los que tanto abundan y luego se
van.
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