Por ANGEL OROPEZA - dic 6, 2014
Ningún observador serio de la realidad
nacional pone en duda que el próximo año será de agravamiento de las ya
críticas condiciones que caracterizan el día a día de la mayoría de los
venezolanos.
El gobierno perdió en 2014 una
oportunidad dorada para “medio ordenar” los severos desequilibrios
macroeconómicos y atacar algunas de las causas estructurales de nuestros
problemas más urgentes, como la inseguridad y la pobreza, a pesar de tratarse
del último año no electoral que le quedaba de aquí en adelante, disfrutar de
altos precios del petróleo durante gran parte del año, y haber contado con una
oposición limitada en su acción por sus contradicciones internas. Ahora enfrentan una situación radicalmente distinta: año
electoral, crudo en baja, y una oposición en vías de reorganización.
Para colmo de males, el gobierno no
posee un plan alternativo al de creer que el “legado” que heredaron es
correcto. Según su visión, lo que estamos sufriendo no son consecuencias de la
inviabilidad estructural del “legado”, sino simples accidentes temporales,
producto de la caída del petróleo y de la supuesta inmadurez de los venezolanos
para adaptarse al modelo comunistoide que se les quiere imponer. En
consecuencia, la crisis debe ser tratada sólo con movimientos tácticos, esto
es, tratando de apagar los incendios a medida que vayan surgiendo, y buscando
fundamentalmente la preservación de la clase política gobernante, ya que es sólo cuestión de tiempo para que el
precio del crudo vuelva a subir, y se pueda volver al camino trazado por el
hegemón anterior.
Por supuesto, la reiteración en este
error sólo conduce a aumentar las probabilidades que Venezuela entre de lleno en una
indeseable situación de ingobernabilidad. Recordemos que la definición más
básica de “ingobernabilidad” hace referencia a cuando el gobierno pierde el
control de los procesos políticos, económicos y sociales de un país.
En este escenario de peligro de
ingobernabilidad creciente, de deslave de la popularidad del gobierno y de
movimientos fuertes en la dinámica de lealtades en la base del oficialismo,
tendrán lugar unas cruciales elecciones para la Asamblea Nacional. En las
actuales circunstancias, y si la Oposición hace las cosas bien, la probabilidad
que el oficialismo pueda ganar no sólo esa, sino cualquier tipo de contienda
electoral, luce muy improbable.
Sus únicas esperanzas –de nuevo, dadas
las variables actualmente en juego- es esperar que la Oposición caiga en el
error de ir desunida a las elecciones, o que vuelvan a cobrar fuerza los
ingenuos llamados a la abstención “hasta que la dictadura no ofrezca
condiciones democráticas”. No hay nada mejor para quien va a perder que esperar
que el que pueda ganar no vote.
Por supuesto, también intentará las
clásicas jugadas de corrupción electoral, que van desde adelantar la fecha de
los comicios para afectar el cronograma de escogencia de candidatos de la
oposición, hasta el “inflado” poblacional de circuitos que considera ganadores,
pasando por la modificación arbitraria de algunas circunscripciones, todo esto
“aderezado” por un aumento de la persecución política contra dirigentes
opositores. La intención última es tratar por todos los medios de enredar la
elección parlamentaria, ante el convencimiento que no tiene hoy fuerza para
desafiar a una voluntad popular en demanda y necesidad de cambio.
De fracasar en su intento, al
oficialismo no le quedará otra opción que enfrentar las derrotas electorales
que se le vienen encima, e ir preparando un escenario de transición política,
todavía tan incierto como el país que vivimos. Sólo errores garrafales de los
múltiples sectores que se oponen al gobierno, o el intento desesperado de los
privilegiados por mantener el status quo, aún a costa de la gobernabilidad,
pueden atravesarse en este escenario.
Lo cierto es que en el 2015 parece
abrirse un incierto camino que nos puede conducir a una transición inminente, o
en su defecto, a una situación de peligrosa ingobernabilidad.
Tomado de: http://www.elcolumnero.com/aoropeza/2943
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