Por José Domingo Blanco, 12/12/2014
“No sé si las de otras patrias tendrán una significación tan profunda
como tiene para los venezolanos nuestra bandera nacional. Fue de cumbre en
cumbre, cual águila tricolor, señalando los pasos de la Campaña Admirable.
Ondeó en los campos de batalla y, ensanchándose, supo unir corazones y
voluntades que hicieron nacer nuevas patrias donde se conoció por primera vez
la palabra libertad. Brilló igual en los pendones de Carabobo que en la
improvisada lanza de un centauro de Páez y se sublimó de gloria cuando su rojo
se confundió con la sangre de Atanasio Girardot que la clavaba en Bárbula.
Por eso, cuando suenan las dianas y veo izar mi bandera al alba o
descender marcialmente al crepúsculo, bendigo el nombre de Francisco de
Miranda, creador de esa tela que es más orgulloso y procero espejo de mi
patria”.
Esta composición, con la que decidí arrancar mi artículo de hoy –por
cierto, el artículo con el que quiero despedirme de ustedes por este año- la
escribí cursando quinto grado de primaria en el Colegio San Agustín de El
Valle, a solicitud de mi maestro Justiniano Martínez. El profesor Justiniano
nos puso esta tarea, que también fue asignada a todos los alumnos del colegio,
para que participáramos en una especie de concurso con el que celebraríamos el
Día de la Bandera. Un jurado, conformado por distintos maestros, seleccionó mi
composición como la ganadora: ¡y tuve que aprendérmela para recitarla en un
acto especial! Sin duda, me la aprendí. Tanto, que nunca más la olvidé y hoy,
casi cincuenta años después, la recuerdo perfectamente -de principio a fin-
como el día que me tocó proclamarla ante el auditórium. También recuerdo que
estaba muy nervioso – ¿quién, a los diez años, no lo estaría?- y muy emocionado
cuando me entregaron el programa del acto y vi mi nombre impreso. Henchido de
orgullo, por mi composición y por mi bandera, la proclamé a viva voz. ¡Qué
respeto nos inculcaban por los símbolos patrios y por nuestra Venezuela!... La
otra Venezuela: la de la bandera de siete estrellas. La del escudo con el caballo
galopando a la derecha. La que emergía como referencia para el resto de los
países de América Latina. Sin numeritos rojos… sin exceso y abuso del rojo. Una
Venezuela de poderes independientes y respeto por la vida.
Hoy recordé, con mucha nostalgia, mi composición sobre la bandera. Me
descubrí repitiéndola con la misma entonación que lo hice otrora; sólo que con
la voz más gruesa. Pero, hoy mi discurso no estaría cargado de loas. Los años y
las experiencias hacen mella. Me he vuelto crítico –y mucho- de las atrocidades
que, con impunidad, cometen y se comenten en nuestra tierra… Estoy convencido
de que mis palabras no estarían impregnadas de hazañas y relatos valientes de
los héroes que “hacen patria” o dicen hacerla. Mi discurso sería un llamado a la
conciencia de un país, que yace adormecida. Una sacudida carajeada, sustentada
por la rabia, por la indolencia con la actuamos. Nuestra nación se hunde y no
hacemos nada por sacarla a flote. Mis frases serían una carajeada al gobierno y
a la dirigencia opositora para que, de una vez por todas, dejen el juego y se
pongan a trabajar por Venezuela. ¡Qué dejen las ambiciones a un lado y halen al
país hacia el progreso; pero, eso sí: que nos convoquen a todos con
autenticidad! Entromparía a los gremios, a los grupos mayoritarios y
minoritarios.
Le haría una convocatoria a la República entera, porque el llamado
sería para trabajar para y por el beneficio de Venezuela. Intentaría hacer
entrar en razón a los que me escuchan, como lo hago con mis hijas cuando hacen
algo que pudiera estar errado. Estoy cansado de la gente que sólo aspira el
poder por el poder–y aferrarse a él como parásitos y pedigüeños- sólo para
enriquecimiento propio. ¿Acaso no es el deseo de muchos: lograr, por fin, una
nación encaminada, bien gobernada e inmaculadamente administrada? Quiero ver a
mis compatriotas haciendo país y no colas para abastecerse. Quiero a mi familia
y a las familias que se dividieron y se fueron regresando a Venezuela. Quiero
reconstrucción y progreso. Seguridad y calidad de vida. Quiero ver la cara de
mis amigos, de mis vecinos, de toda la gente con la que me cruzo, cargada de
sonrisas y esperanzas. Quiero el país que todos merecemos. Una Venezuela de
primer mundo, enrumbada hacia nuevos derroteros. Un país sano de espíritu y
fuerte de corazón, que busca incesantemente, todos los días, un mañana siempre
mejor. Arroparnos con la bandera, cobijados con la emoción que significa ser
venezolanos. Entonces, y sólo entonces, el cielo de Venezuela será mi bandera y
la tuya. Y mi bandera, siempre será mi discurso.
Qué estas navidades nos traigan momentos de reflexión, reconciliación,
madurez, sindéresis y tolerancia. Retos colectivos cargados de esperanza y
compromiso con los cambios que urgen. 2015 se vaticina como un año crucial
–para no decir difícil. De nosotros depende la Venezuela que queremos.
Mis queridos lectores… nos reencontraremos, con el favor de Dios, en
enero.
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